CUENTA REGRESIVA

CUENTA REGRESIVA

2023-08-21 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ANDRÉS GARCÍA

“Malgasté el tiempo. Ahora el tiempo me malgasta a mí.”

 William Shakespeare

           

            Podemos perder cualquier cosa. Pero el tiempo no. No hay peor pecado. La culpa más angustiosa nos afecta cuando perdemos el tiempo. Pero no el tiempo de los relojes ni el de la naturaleza. Esos ya fueron perdidos hace tiempo, valga la redundancia. El tiempo de ahora es contante y sonante como la guita, si es que no son lo mismo. Hoy ganamos o perdemos tiempo, como si fuesen billetes que nos dan o que se nos caen del bolsillo. Es una cuestión ontológica que define todo un modo de vida. No es solo una forma de decir. El tiempo vale. No es solo una variable. El tiempo tiene olor a guita porque nos pagan por hora. También el tiempo puede ser cuestión de vida o muerte. Hasta cuando nos movemos el tiempo se mete en la cuenta.

Hay que tener tiempo. A veces el tiempo no alcanza. Hay que ganar tiempo entonces. Está caro el tiempo. Y hay poco tiempo para repartir, la mayor parte del tiempo está en manos de pocos. Esto que antes era una cuestión metafísica hoy suena como caja registradora.  

Hay que fijarse el valor que tienen hoy las cuestiones consideradas improductivas como las culturales, por ejemplo. A los artistas se los mira con sorna o ternura cuando hacen lo suyo, por no decir que trabajan, para no ofender a nadie. ¿O acaso no se indigna la chusma cuando ganan mucha guita los artistas? ¿Qué retribución sería justa para alguien que no produce lo que el sistema manda? ¿Pasar la gorra?

Los empresarios tampoco producen nada, aunque estén justificados en la explotación del trabajo de otros. Los que juegan en el casino de las finanzas con guita ajena y guita fantasma tampoco producen nada. Sin embargo, no son juzgados como parásitos de la humanidad. Hasta las miserables víctimas los ponderan como parte fundamental en la generación de riquezas. Y son precisamente estos inútiles depredadores los que le ponen precio a nuestro tiempo y nos culpan cuando algo sale mal, porque seguramente no trabajamos lo suficiente. Nos piden sacrificios constantes que nunca alcanzan para satisfacer su insaciable sed de venganza. Y crean chivos expiatorios en la pobreza que ellos mismos generan, para que el odio y la violencia haga estragos lejos de sus palacios amurallados.

Al trabajador le expropiaron el trabajo porque le robaron el tiempo. No importa cuanto trabaje. Nunca alcanza. Siempre está en cuenta regresiva. El tiempo se volvió un bien escaso en la lógica de la oferta y la demanda. El “Mercado”, esa entelequia monstruosa sin nombre ni apellido, nos corre el arco todo el tiempo, para que cuando podamos llegar al área grande ya sea demasiado tarde, y estemos tan cansados que ya nada valga la pena. El partido está por terminar…

 

Toda esta metafísica fetichista del tiempo está muy bien retratada en una película: “In Time” (traducida aquí como “El precio del mañana”). Tiene un poder alegórico como la Caverna de Platón o Matrix. Es una película norteamericana de 2011 que plantea un futuro cercano (año 2161) en donde el gen del envejecimiento es anulado. El ser humano es modificado genéticamente de forma tal que su cuerpo solo se desarrolla hasta los veinticinco años y de ahí en más no envejece. Tampoco sufre enfermedades de ningún tipo, se podría decir que es totalmente inmune. Por lo cual tiene su vida garantizada hasta dicha edad, salvo que sufra un accidente o alguien lo mate. Qué pasa luego de cumplidos los veinticinco años, bueno, es parte de otra modificación genética: un reloj digital en el antebrazo izquierdo con 8760 horas clavadas comienza una cuenta regresiva. Si llega a cero produce un paro cardíaco y la muerte. Todos tienen un año para evitar esto. Y la única manera es ganando tiempo. Y el tiempo se gana de muchas formas, prácticamente como lo hacemos hoy en día: trabajando, robando, estafando, heredando, endeudándose, etc.  

El tiempo se convierte en la única moneda de transacción. Cuando se gana tiempo el reloj se recarga y se aleja más del cero. Pero resulta que este mundo es tan injusto como el nuestro. La mayoría de la población vive prácticamente al día, con muy pocas horas en sus relojes y trabaja mucho para ganar tiempo. No importa cuánto trabajen porque el costo de vida aumenta todos los días y los pone siempre al borde de la muerte. Los ricos y millonarios tienen tanto tiempo que prácticamente pueden considerarse inmortales, viven a otro ritmo y no les preocupa nada. La mayor parte del tiempo es acumulada por una minoría selecta, que maneja la economía a fines de quedarse con todo el tiempo posible. Pero no es que el tiempo es escaso. Hay suficiente tiempo para que toda la humanidad viva lo necesario. Pero las poderosas minorías siempre se manejan de la misma manera, montadas en un exasperante egoísmo.

La estructura dramática es de película muy norteamericana: un héroe o antihéroe, un villano, un amor, una redención, quizás un final feliz. Pero esto no ensombrece ni empequeñece las temáticas tocadas en la trama. Lo importante es que expone descarnadamente lo medular del sistema y una forma de vivir el tiempo que nunca antes había conocido la humanidad: en cuenta regresiva. No contamos más hacia delante, vivimos todo en cuenta regresiva. Lo que produce un increíble efecto dramático sobre cualquier hecho de la vida, porque si contamos hacia adelante no sabemos dónde acaba algo, sin embargo, la cuenta hacia atrás tiene un punto final. El suspenso en su máxima expresión. Es efecto y síntoma de ese tiempo sin esperanzas…

            El pecado de la salida individual y la lógica Robin Hood desinfla bastante una historia que prometía mucho y queda atrapada en la telaraña ideológica que pretende criticar. Pero vale la pena.

 

Ya lo dijimos: no vivimos el tiempo de la naturaleza. Vivimos el tiempo capitalista, que corre y vuela. Sobre todo hoy, después de la revolución tecnológica que permite estar comunicados instantáneamente desde cualquier parte del mundo. Ya no hay tiempo para revoluciones o grandes gestas. Como decía Luca Prodan: no sé lo que quiero pero lo quiero ya. La política se tambalea en ese banquito de una pata en donde no hay posibilidad de objetivos a largo plazo porque nadie quiere esperar. Y nadie quiere esperar porque el tiempo está en cuenta regresiva, el tiempo se acaba… El siglo XX nació con la idea del progreso ilimitado, el positivismo contaba hacia adelante un tiempo infinito y prometedor. Pero luego de mediados de la centuria este reloj fue retocado y convertido en el detonador de una bomba. El siglo XX muere con un tiempo en cuenta regresiva que hace de nuestras vidas un drama en constante suspenso.

Siglos y siglos de paraísos prometidos y mesías salvadores que nunca llegan, envejecen la esperanza. El egoísmo no tiene tiempo ni empatía. Es el gran triunfo del sistema, que, como una gran bomba en nuestras manos, pone en suspenso nuestras vidas, mientras estamos distraídos buscando tiempo para añadirle a un reloj que nunca llegará a cero.

  

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