¿PODREMOS GRITAR UN GOL EN EL FUTURO?

¿PODREMOS GRITAR UN GOL EN EL FUTURO?

2023-02-17 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ARIEL STIEBEN

“Creo en un sistema político en el que todos trabajan, los unos para los otros y todos tienen parte en la recompensa. Esa es la forma en que veo al fútbol, la forma en que veo la vida” (Bill Shankly).

 

CAJA FUERTE, FUTBOL DÉBIL

En Madrid hay varios equipos de la Liga. Un club y tres sociedades anónimas. El club es el Real Madrid, valorado en 750 millones de euros. El Rayo Vallecano al igual que el Atlético de Madrid y el Getafe son sociedades anónimas. Suelen sostenerse extrañas simpatías por el Rayo, en sus hinchas obreros de una zona desfavorecida, aunque no sean los únicos hinchas y mucho menos, sean los dueños. En la misma medida que un equipo de una zona desfavorecida de Alemania (el nivel de pobreza de Leipzig duplicaba hace unos años al de Múnich) es repudiado porque el club – es un club no una sociedad anónima – recibe el apoyo de una empresa. Esa empresa, Red Bull, es mucho más pequeña que la automotriz Volkswagen que hace lo mismo con el B.Wolfsburgo o la farmacéutica Bayer cuyo nombre está aceptado en el nombre del Bayer Leverkusen. Los ingresos de Bayer son 6 veces los de Red Bull, y los de Volkswagen  14 veces los de Red Bull).

Estas contradicciones son los efectos de una apuesta romántica y reaccionaria; identificar y hacer equivaler lo que sucede en las canchas con perspectivas políticas y perspectivas sociales.

Pero, vale mucho más ver un partido del Leipzig que uno del Rayo, su fútbol es mucho mejor y más efectivo también. Pero, esta empresa llamada Rayo Vallecano, que no es muy exitosa para hacer eso a lo que se dedica, el fútbol tiene algo esotérico que genera simpatías.

De la misma manera sucede con otros debates sobre lo que ocurre en el campo de juego que se deforman y desbordan hacia lo social, sometiéndolo imaginariamente e impidiendo pensar.

La identificación del bilardismo ( esfuerzo colectivo, sacrificio, articulación de los medios necesarios para el bien supremo ; la victoria) con la clase obrera , porque representa su situación y sus necesidades ( es decir la miseria y la necesidad de superación) ; tiene como contracara la identificación del menottismo (el fútbol lírico, ofensivo y lujoso) al que se lo relaciona con las aspiraciones de la clase trabajadora de una sociedad donde la belleza y el disfrute sean patrimonio de la humanidad. Sin embargo, ambas asociaciones son parciales y solo reflejan algo que no se resuelve en el campo de juego; las tensiones propias  de una sociedad de clases. La belleza estimulada y desarrollada pero concentrada en pocos. El tesón y desbordado esfuerzo de los pequeños contra los grandes, que a veces con corazón y solidaridad logran el triunfo.

Ya dentro del campo de juego el debate es bastante absurdo. No se puede atacar bien, si no se defiende bien y se recupera la pelota. No se puede ganar si después de defender no se logra llegar al arco contrario que está a una cuadra de distancia. Cada equipo hace lo que puede con lo que tiene, y no lo que quiere. Y hacer lo que se puede con lo que se tiene, implica necesariamente restringir en alguna medida la prevalencia de lo que se quiere. De manera que más que con un dilema nos encontramos con elementos de una combinatoria única que cada equipo debe encontrar, o está condenado al fracaso.

Pero, el debate es falso, sobre todo, porque solo puede resolverse la tensión entre el esfuerzo colectivo y coordinado de los miserables, y la acumulación exclusiva de la belleza en pocas manos, resolviendo y superando la estructura social que tiene esa contradicción como punto de partida y sostén; el capitalismo.

 

FÚTBOL, EL OCASO DEFINITIVO DEL SOCIO

Para esconder el funcionamiento real del negocio del fútbol detrás de la humareda romántica, se suele decir que los clubes son de los socios. Esto implica en primer lugar, y antes que nada, que no son los hinchas.

Una vez descartada la mayoría de los seguidores de los clubes es necesario descartar también a los propios socios. La abrumadora mayoría de los socios de los clubes de fútbol profesional tienen la misma relación de usufructo con la institución, que tienen con la verdulería donde compran habitualmente, aunque más deshumanizada; al verdulero lo conocen. Esto no significa que no se apasionen por los resultados deportivos, significa que saben que tienen tanta incidencia en los destinos del club como en las decisiones del Mercado Central. 

El primer dato que hace evidente esto es la bajísima participación de los socios en las elecciones de los clubes. Siendo esa la participación más elemental la mayoría no la utiliza, deja los destinos del club en manos de burgueses que ejercen la tarea de manera profesional y anti-democrática. Y esto no es de ahora.

Por eso el club que más socios tiene en el fútbol argentino es Boca Juniors. Y no tiene nada  que ver con ser la mitad más uno, ni más apasionados que otros. Simplemente comprendió, al crear la figura de socio adherente, una forma de relación con el club similar a la que se tiene con las marcas. Esto puede parecer una herejía, pero es la realidad.

200.000 socios diseminados por el país significan, que hay gente que paga por tener una cucarda, un suvenir, un elemento que lo une al club de manera simbólica. Sin capacidad decisoria y sin otro usufructo que ese. No importa cuántas universidades liberales generen textos explicándole a la gente lo que debería hacer y no hace, la realidad del deporte profesional va por otro lado.

Y en este sistema eso es indetenible porque las palabras no detienen al dinero y la acumulación. Por eso el socio adherente es, simplemente la versión criolla y torpe de algo más sofisticado que podemos ver desarrollándose  en las ligas europeas.

 

SALTANDO DE LA OLLA AL FUEGO

Se trata de los NFT, los Token No Fungibles, es decir un suvenir no reproducible del club, por poseer cada uno propiedades únicas.

En lugar de la participación en la vida democrática de los clubes el hincha del siglo XXI reclama cierta exclusividad en su relación con el club. El mismo sentimiento que el hincha que va a la cancha los domingos le reclamaba al que iba eventualmente, el de tener una relación más sólida; más firme y más apasionada con los colores, es aprovechada comercialmente vendiendo la prueba de una relación con el club que los demás no pueden obtener.

Como publicita el Barcelona en su página sobre un acuerdo con Ownix para crear NFT “a través de esta nueva alianza, el club tomará  momentos icónicos de su historia para crear activos digitales únicos, poniéndolos a disposición de los fanáticos para que los coleccionen”. La Conmebol firmó un acuerdo con Crypto. com para “los momentos inolvidables de la Copa Libertadores” y la Bundesliga con Sorare.

Mientras los dirigentes hacen lo que quieren en los clubes, y en caso de tener problemas, se amparan en los barras bravas, el negocio del fútbol se concentra y centraliza. 

Es interesante también notar que los jugadores ya no pertenecen a las clases populares argentinas. Ya no son ni lúmpenes, ni desclazados, ni siquiera hijos de familias obreras; claramente son casi todos hijos de la clase media, que hablan con todas las limitaciones intelectuales, culturales y enciclopédicas de la clase media. Son hablados por el lenguaje del periodismo deportivo y no salen de ahí. Ahí es donde también está la ficción de la representación, que es trabajada y pensada en términos de ficción, porque en eso se deposita el éxito de la mercancía. Porque si la mercancía no vende adecuadamente esa ficción, ese producto fracasa, no existe más.  Entonces es necesario que los jugadores y las instituciones sean presentados como algo común, como si nosotros supiéramos íntegramente el negocio del fútbol. Ellos son iguales a nosotros. Inclusive dicen las mismas cosas que decimos nosotros  cuando hablamos de fútbol. Eso es parte de la ficción representacional.

No fue el capitalismo el que hizo popular el deporte. Más bien, es la popularidad global del deporte la que ha proporcionado estas oportunidades de explotación comercial. El deporte puede desempeñar un papel positivo como fuerza política y cultural, pero sólo con la condición de transformar completamente el marco en el que opera.

Frente a esto queda luchar por otra sociedad, o seguir mintiendo sobre ” el socio, los jugadores, el club y la democracia” como si nada de lo que ocurre fuera real. O interpretar el verdadero funcionamiento del mundo real y disponerse a cambiarlo, sin tanto llanto, y con mayor decisión.

  

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