EL NACIONALISMO, LA PATRIA Y DEMÁS MENTIRAS
2022-06-21 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por GERMÁN GOMEZ
Para leer la primera parte de esta nota entrá a este link: https://www.elnidodelcuco.com.ar/2022/06/21/el-oxidado-casco-del-nacionalismo/
Precisamente porque es un invento, porque no viene en la sangre, la nación debe ser inculcada. Siendo, como es, un arma de doble filo, (de una burguesía contra otra, de esa misma burguesía contra la clase obrera) la nación necesita ser fundamentada, es decir, metida en la cabeza de la gente con el contenido adecuado.
Al argentino, en este caso, hay que explicarle que lo es. Así como se inventa la nación, hay que inventar los miembros del cuerpo nacional. Allí viene entonces el nacionalismo, la ideología que justifica el hecho nacional. Es una ideología impuesta, como todas, por la fuerza. Dicha fuerza puede administrarse en grandes cantidades o en dosis homeopáticas.
En dosis homeopáticas; la fuerza de la ideología parte del uso ideológico de la fuerza. ¿Cómo se introducen las ideas en el cerebro de las personas? . Hay varias maneras, pero la mejor forma de hacerlo es de a poco: un sostenido inculcar permanente, el lavado de cerebros. Creemos, sin embargo, que nadie convence a nadie de algo importante si lo que dice no tiene una cuota de verdad o si no corresponde, de alguna manera, a sus intereses. La gente no es tonta, no existe tal cosa como el “lavado de cerebros”. Es más, creemos que esa idea ha sido siempre la mejor excusa de la burguesía para no aceptar que la gente que piensa diferente tal vez lo hace conscientemente. Que en realidad piensa diferente, porque tiene intereses diferentes.
¿Es que la ideología no tiene, entonces, ningún valor? No. La ideología tiene solamente un valor limitado. Si los obreros se hacen nacionalistas es porque algún interés les empuja, porque tontos no son. Eso no implica que el trabajo cotidiano que hace la clase dominante sea inútil, sino que no arraigará si no hay algo detrás. Y que cuando lo que hay detrás es poco, la ideología se vuelve más importante; una burguesía que puede elevar sistemáticamente el nivel de vida de sus obreros no necesita mucho; una que los lanza a batallas terroríficas para conquistar un lugar en el mundo, requiere dosis gigantescas. Durante la crisis, la ideología tiene un papel relevante que jugar. De allí que se trabaja muy duro y durante mucho tiempo para imponerla.
¿Y qué le dice la burguesía a los obreros? En principio, que la vida no es como es (capitalista), sino otra cosa. Que no existe la desigualdad social sino las desigualdades individuales, que a cada uno le va según le tocó en suerte individual y no según mandatos de clase que van más allá de las virtudes o defectos de cada uno. Que todos tenemos las mismas oportunidades porque “para la ley” somos todos iguales y, entonces, todo depende de las capacidades personales. Claro , así, todo el que tiene una fortuna se lo merece porque es un individuo excepcional. Uno de los instrumentos ideológicos con los que la burguesía produce esa ilusión de igualdad es el nacionalismo. La principal fábrica desde donde se implantan las ideas dominantes, esa empresa de viajes imaginarios, es la escuela. Primero a partir de la liturgia y la simbología. Luego, desde los contenidos escolares.
Toda esa operación quirúrgica consiste en que la persona no entienda. Porque no se trata de entender, sino de fijar. Por eso el nacionalismo (como la religión, porque en última instancia no es más que una forma de misticismo) se ensaña con la niñez, como bien lo sabía Ramos Mejía, el militarizador de la escuela argentina. Formar fila , agruparse, separarse en grados y sexos, tomar distancia, saludar a la bandera, son obligaciones implantadas como obligación indiscutible, tanto como cantar canciones patrias. Derechito, el niño ofrece su cabeza al Estado y al burgués que peine en mano procede a hacer la raya al medio.
La simbología; primero el orden. Todos quietos, unos detrás de otros. Arriba, desde el cuadro, el prócer. Desde la estatua del patio, el prócer. La jerarquía es clara, como en el ejército. La maestra adelante, el director más lejos, en la dirección. Las maestras transformadas en especie de vírgenes, puras, sin sexo de cuya boca solo salen cosas buenas. Toda una madre, porque en la sociedad patriarcal en la que vivimos las madres son puras, vírgenes sin sexo , que han tenido sus hijos nadie sabe cómo.
Lo que garantiza que así sea es la sumatoria de símbolos presentes en toda escuela y que funcionan como sello de escribano: la bandera, el escudo antes que nada. Aprenderse el cuento estúpido de Belgrano sentado bajo un árbol mirando al cielo y pensando en los colores que convendría usar.
El contenido: la historia como vida de la patria y la geografía como la descripción del cuerpo de la patria. Poco a poco, sorprendido ante el espectáculo del conocimiento, el niño se acerca a la picadora de carne de la historia escolar. Allí el nacionalismo hace su tarea una vez más, pero ahora a través del relato. A lo largo de trece años (el jardín, la primaria y el secundario) durante todas las jornadas, algo así como 10.000 horas consecutivas se somete al niño al relato absurdo de cómo la Argentina es eterna (puesto que existe antes de Mayo de 1810 ¿o acaso no hablamos de la “Argentina colonial” e incluso, perfidia de las perfidias, de la “Argentina indígena”?), cuán miserables son los brasileños y chilenos que se quedaron con buena parte de lo que era argentino porque eran territorios bajo la soberanía del Virreinato del Río de la Plata, cuya cabeza era Buenos Aires que, como sabe todo porteño, tiene derecho a todo lo que existe en sus cercanías.
Es que los argentinos somos algo especial en este mundo. Siempre tenemos razón y todos nuestros vecinos existen para robarnos. Qué poco astutos han sido bolivianos, uruguayos y paraguayos, que se dejaron construir como tapones entre otros estados y el argentino, en lugar de convertirse fervorosamente en provincias de un país que lleva el brillo en su nombre. Cómo la inmensa mayoría, a decir verdad, de los argentinos, no tuvo nada que ver con el nacimiento de la patria que es la creación, en primera y última instancia, de unos seres inmarcesibles -los próceres-. Qué calidad humana excepcional tenían esos hombres (rara vez se trata de mujeres) que nunca pensaron en otra cosa que morir por la patria (como Cabral, porque han “batido al enemigo”). Cuán “europeos ” somos porque tenemos antepasados españoles, italianos, pasamos vacaciones en Miami, somos una de las viudas del Imperio Británico y tenemos cultura francesa, gracias a lo cual venimos a ser como la avanzada de la civilización en tierra de paraguas y brasucas negros (que como todo el mundo sabe, son sucios, igual que los chinos y coreanos).
La geografía no es mejor. Si la historia es el relato de la vida de la patria, la geografía no es más que el despliegue visual, el cuerpo de la patria. Así, la Argentina exhibe un hermoso cuerpo (porque posee todos los climas), fuerte (para eso está la cordillera de los Andes, con su super pene, el Aconcagua), generoso (porque ha logrado sobrevivir a las mutilaciones de sus enemigos, los vecinos escuálidos de Chile, largo y finito, como ese Brasil orgulloso que se cree ” o mais grande” no se sabe de qué), rico (ahí tienen la pampa , el “granero del mundo” , aunque miles de sus niños mueran por causas asociadas a desnutrición) y con todo el futuro por delante (siempre hemos sido “campeones morales” reivindicables por potencia y no por actos).
No es raro que después de semejantes operaciones el cerebro sufra sus efectos, la emoción ante la bandera que flamea se sostiene mejor en la camiseta de la Selección Nacional, porque lo que no alcanza a hacer el colegio lo continúan el fútbol y los concursos de belleza (que siempre, por envidia, se niegan a sancionar una máxima universal: que las argentinas son las mujeres más hermosas del mundo. De hecho, no se hacen concursos de belleza masculina para no tener que reconocer que, de Gardel para acá, si es macho, lo que se dice macho, es argentino).
¿Sorprende así que la idea de morir por la patria no sea asumida como lo que es, un disparate? ¿Morir en nombre de qué? En nombre de la patria. Etimológicamente, la “patria” es el hogar de los padres. Pero la Argentina capitalista, la “patria” capitalista nunca fue el hogar de mi padre (un trabajador industrial) ni de mi madre (costurera) sino de la burguesía que la construyó y la maneja para sí.
Después de Malvinas, miles de padres obtuvieron hijos muertos o locos. Los que sí hubieran obtenido algo habrían sido los capitales dedicados a la explotación del petróleo en la zona (Perez Companc, por ejemplo) o a la producción lanar (Benetton, por ejemplo) que habrían pasado a hacer en las islas lo que ya hacen en el continente: explotar obreros , esos mismos que fueron a la carnicería patriótica … “por la patria”. ¿Cree usted que del lado inglés era distinto?
La fuerza es utilizada también en gran escala para producir los mismos efectos; la guerra o la amenaza de guerra contra un vecino, la eliminación de la población interna definida como enemiga o la liquidación de organizaciones políticas que representen perspectivas “antinacionales”. Por seguir con el mismo ejemplo que venimos manejando, en su corta historia la Argentina fue a la guerra contra Brasil (1833), la Confederación Peruano-Boliviana (1840), Inglaterra y Francia (1838) Paraguay (1865) y otra vez Inglaterra (1982), habiendo amenazado en el interín varias veces a Chile (1898 y 1980) y sin contar las guerras de independencia. Durante las guerras, población que no “sabía” que era argentina se enteró violentamente: porque el ejército le pasó por encima, porque el ejército las conquistó o porque la movilizó (es decir, la “patria” la convocó a sus filas). Son momentos donde la burguesía desarrolla al máximo la compulsión nacionalista: se “nacionaliza” violentamente a los indígenas por la vía de la prohibición de símbolos, lengua, historia propia y se los obliga a “transculturarse”, se liquida toda oposición y se desarrolla una ofensiva en gran escala de símbolos y actos simbólicos que buscan inculcar el fervor patriótico.
Contra las organizaciones que disputan políticamente con la burguesía a principios del siglo XX, socialistas y anarquistas conocieron un gran desarrollo de la Argentina. Sus organizaciones llegaron a tener miles de militantes, adherentes y simpatizantes. La cuestión es que estas organizaciones defendían un punto de vista de clase, la obrera, específicamente. En consecuencia, se trata de la defensa de una categoría identitaria enfrentada radicalmente a la ideología dominante. Ésta sostiene que todos los argentinos somos iguales; aquella, que la sociedad ha sido violentamente dividida en clases; ésta, que la sociedad es la suma de individuos de intereses compatibles, aquella que existen porciones de la sociedad cuyos intereses están en disposición antagónica. Por esta razón es que la burguesía busca destruir la conciencia de clase obrera, por la misma razón que busca que la conciencia de clase burguesa sea la conciencia de la época.
Mientras la ideología burguesa tiende a eliminar el conflicto social por la vía de desconocerlo, transformándolo en delito, la conciencia de clase obrera tiende a hacer explícito el antagonismo y la lucha que conforman a la sociedad capitalista. Ésta es la razón por la cual las ciencias sociales sólo pueden avanzar por izquierda. ¿Se entiende entonces por qué los militares dicen que la izquierda es “apátrida”?
¿Qué hacer entonces con la “patria”? Para empezar, no puedo odiar algo que es mío. Porque como todo obrero argentino, la Argentina es mía también. Todos la construimos todos los días, todos los obreros argentinos. Lo que tenemos que hacer es conquistarla, arrancarla de manos de la clase dominante. De la extranjera y la nacional, porque todas son iguales, aunque a veces y por razones específicas haya que apoyar a una contra otra (normalmente, la más débil contra la más poderosa). Pero la revolución es nacional por su forma e internacional por su contenido. El proletariado de cada país tiene que luchar por quitarle el poder a su burguesía y correr en auxilio de sus compañeros de clase enfrascados en la misma lucha.
Sólo cuando ese mundo de naciones que no puede dejar de ser capitalista deje paso a un mundo de estados proletarios, entonces se abrirá el camino para la superación de las naciones, es decir, la reorganización de la producción mundial bajo una forma que no requiera ni de fronteras nacionales, ni de nacionalismo alguno. Lo mejor de cada experiencia nacional, es decir, el desarrollo de particulares experiencias humanas producto del trabajo humano, deberá ser rescatado por el proletariado de la destrucción a la que inevitablemente lo lleva la burguesía. Ese tesoro de cultura y civilización será el aporte que cada proletariado entregará al banquete común de los pueblos. Así, la desagradable fanfarronería argentina, que se expresa como racismo y sentimiento de superioridad, tal vez sea recuperable por lo que esconde, muy en el fondo, de confianza en las propias fuerzas, de seguridad en sí misma, propias de una cultura forjada por individuos que atravesaron miles de kilómetros para construir, casi en la nada, todo un país en poco más de una generación.
Un país capaz de alimentar a un sexto de la población mundial. Y eso no está mal, porque la vida exige confianza en las propias fuerzas, seguridad de sí. Detrás de cada odioso nacionalismo se esconde una experiencia humana válida. Quiera a su país, es suyo. Pero arránqueselo a los patrones, porque ellos se lo han expropiado. Se lo expropian todos los días. Con él en sus manos, podrá compartirlo con quienes ya no lo separará ningún antagonismo: con sus compañeros de clase. Lo mejor de una experiencia histórica como ésta solo puede ser rescatado en la lucha por una vida mejor. Un mundo mejor nos espera.
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