NO PODEMOS RESPIRAR
2020-08-30 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por FERNANDO GUERRA RINCÓN
Durante los dramáticos y salvajes ocho minutos y cuarenta y seis segundos que duró el asesinato a sangre fría de George Floyd en Minneápolis, el pasado 25 de mayo, este le suplicaba, entre angustiosos y desgarradores llamados a su madre, como última y segura esperanza, una vuelta a los orígenes en el umbral de la muerte, al instructor de policías, Dereck Chauvin, que lo liberara, que no podía respirar. El ruego fue desoído.
La angustiosa impetración que se repitió por la red, llenó de indignación al mundo civilizado y fue transformada inmediatamente en un portentoso plural “no podemos respirar”, que se convirtió en un grito de batalla que por primera vez encuentra, en el largo e ignominioso camino del racismo en Norteamérica, el apoyo interracial a su justa causa y a su justa indignación, largamente larvada. El repudio se mostró primero en treinta ciudades de Estados Unidos y enseguida en las calles de las principales ciudades del mundo. Ningún virus inhibió la rebelión contra el horrendo crimen.
Y explotó con tanta furia que llevó a un atemorizado Donald Trump, Biblia en mano, a pedir la intervención de las fuerzas armadas contra los aireados manifestantes. Un hecho insólito en Norteamérica. Semejante ímpetu no se veía desde las violentas protestas del sesenta que prohijaron la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles que ilegalizaron la discriminación racial. Sin embargo, el racismo no desapareció y la brutalidad policial se cobró la vida de muchos ciudadanos negros, con sus respectivos estallidos de violencia, hasta el sacrificio bárbaro de George Floyd, que sin duda no será el último, por intentar hacer una compra con US$ 20 falsos.
El racismo ha permeado el proceso de conformación de la sociedad norteamericana y de sus instituciones, por ello está presente en el espíritu de los cuerpos policiales, ideologizados hacia el supremacismo blanco. Las leyes de Jim Crowf, vigentes durante casi cien años, dotó a los cuerpos policiales norteamericanos de los argumentos jurídicos y morales para ejercer la violencia contra todo aquel que osara real o potencialmente transgredir la segregación racial.
Una política que ha incubado en la sociedad norteamericana y en muchas naciones del mundo, un racismo estructural que radica en la eliminación física y social de un determinado grupo humano: En Estados Unidos, dos ciudadanos de la comunidad negra mueren por semana en manos de la policía, en un marco donde uno de sus miembros tiene 21 veces más posibilidades de recibir un disparo de la policía que un hombre blanco. Según The Guardian, de los 309 afroamericanos asesinados por la policía en 2015, el 84.9% murió a causa de disparos con armas de fuego, el 6.2% por el uso de taser, el 2.2% atropellado por sus vehículos, el 6.2% murió bajo su custodia. En el caso de las mujeres, en esta estadística, el 83.3% fueron asesinadas por disparos policiales.
El asesinato de George Floyd se da en este contexto de racismo estructural que se ha exacerbado en tiempos de pandemia. Gasolina para el fuego: la población afroamericana está sufriendo el azote del virus con más dureza que los blancos. Por sus condiciones socioeconómicas tiene una enorme dificultad para acceder a los servicios de salud, en una sociedad que carece de tan vital prestación.
En Chicago, donde el 30% de su población es negra, las muertes constituyen un escandaloso 72 % de los infectados. En el Estado de Michigan representan el 14% de la población, el 33% de los contagiados y el 41% de los decesos. En Luisiana constituyen una tercera parte de la población, pero el 70.4% de las muertes. Los datos no son concluyentes y pueden ser peores. En la arruinada Detroit, su alcalde, Mike Dugan, afirmó que el Covid-19 está agravando la disparidad racial en el país.
El consumo de drogas corre por igual entre blancos y negros en la sociedad norteamericana. Sin embargo, la ratio de encarcelación es seis veces más alta en los negros que en los blancos. Negros e hispanos tienen el triple de probabilidades de caer presos que sus pares blancos por el consumo. Los negros representan el 40% de la población carcelaria en Estados Unidos, la población carcelaria más grande del mundo. El expresidente Obama, durante su primera campaña afirmó que había más jóvenes negros en las que cárceles que en las universidades.
Esta horripilante historia de esclavitud, racismo y discriminación se deja de lado cuando se condena las protestas como simple violencia. En su desarrollo, ni la piedra ni el bronce han resistido la enfurecida evaluación de los manifestantes por las injusticias raciales durante siglos. Por violentas que sean, por irracionales que pudieran parecer para el gusto de algunos, contienen un haz de esperanza: la humanidad empática se indigna ante un estado de cosas inadmisible. Y esta es el primer requisito para el cambio hacia una sociedad más humana, más fraterna, más solidaria, menos desigual. Una trasformación política y pacífica de estas realidades es y sería deseable. Lamentablemente esas puertas parecen estar cerradas. La democracia está secuestrada hoy por los más oscuros intereses que dominan el escenario mundial. Una manifestación de la profunda crisis del capitalismo amañado.
La ilusión de una era post racial que se asomó en la vida norteamericana con la elección de Barack Obama, fue borrada de un plumazo a punta de más discriminación, más xenofobia y hace parte del enorme proceso de decadencia del poderío norteamericano, emergido de las cenizas de la II Guerra Mundial y cuya mayor expresión, su más acabada síntesis, es el actual jefe de la Casa Blanca en trance de reelección.
Racismo en Colombia
En Colombia existe un racismo solapado, pero no menos brutal, escondido en las ineficientes y demagógicas políticas de todos los gobiernos centrales, incluido el actual, y la desidia de los gobiernos regionales. De los 4.506.783 negros y negras que viven en Colombia, un 72.65% lo hacen en los cinturones de miseria de Bogotá, Cali, Medellín y poblaciones menores, hacia donde emigran, expulsados por el atraso del campo y la violencia que no cesa. El resto, 27.35%, viven en el litoral y áreas circundantes de las fronteras de Panamá y del Ecuador, y es sabido, estos son los lugares más pobres y más abandonados del territorio.
La pobreza y la miseria es una forma de esclavitud, más dura en cuanto se proclama en el marco de una libertad ficticia, que no tiene como concretarse. Los indicadores de pobreza multidimensional y pobreza monetaria en el Pacífico difieren hondamente de las del resto de Colombia. En el Chocó, lejos de reducirse se incrementa: 58.7%, 4.4 veces más que el promedio nacional. El PIB per cápita de los chocoanos es un aberrante menos $7.3 millones, con respecto a este indicador en el país. Un consolidado histórico de sus deplorables condiciones de vida.
En este contexto de indignación mundial por los asesinatos cometidos por la policía gringa, en Colombia pasan desapercibidos los atropellos contra la población negra. El 20 de abril fue muerto por disparos de la policía en Puerto Tejada, Cauca, Janner García, 22 años, una promesa del futbol, una esperanza incierta para muchos jóvenes en el Pacífico que no tiene de dónde agarrarse. Con treinta días de diferencia, otro joven porteño, Anderson Arboleda, 21 años, fue muerto a bolillazos por violar la feudal cuarentena en la puerta de su casa. Si no es por Goyo, la cantante negra de ChocQuibTown, el país no se entera de su brutal asesinato.
Con 45.000 habitantes, Puerto Tejada, fundada en 1891, al calor de la colonización antioqueña, es un microcosmos del pacifico colombiano. El puerto se fundó para contener a los esclavos rebeldes de los ríos Palo, Paila y Guenge, alzados contra sus amos y los terratenientes. Julio Arboleda, el gran terrateniente y esclavista del Gran Cauca, presidente de la Confederación Granadina (1861), consideraba que la tierra y los esclavos eran derechos divinos. Ese pensamiento persiste y la gula de los terratenientes por la tierra ajena también.
Con una alta dosis de desempleo muchos jóvenes en Puerto Tejada encuentran en la conformación y las actividades de las pandillas, asociadas al micro y al narcotráfico, su única fuente de ingreso, como en la gran mayoría de los municipios del pacifico colombiano. La guerra contra las drogas ha agravado en grado sumo sus condiciones de pobreza. Tampoco sus habitantes se han beneficiado de la agresiva agroindustria de la caña de azúcar.
El racismo en todas sus manifestaciones debe acabar. La vida de los negros importa. Debemos encontrar ese camino.
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