DIPSOMANÍA

Te amo, pero te amo más solo si entendés que soy un borracho

y uno de los peores: una guitarra sabe desgarrarme, de pronto;

y un recuerdo, súbito, conoce el cristal de mis claves subterráneas.

Deambulo por las noches hasta que el amanecer me desnude,

lloro tan fácil y doy tantísima pena.

La pirámide de mis lágrimas

abriga la agonía de saber que me amás y aúllo,

sin embargo, aúllo a la altura de las gaviotas de mi desprecio.

Sí. Mi carne ajena a la luz,

mis ganas inconfesables de abrasarme,

de saltar desde los acantilados y ahogarme, salvaje,

para que descubras el cadáver de una fiera, te arrodilles,

me llores, sientas que soy un criminal de crisálidas mustias,

un delincuente de arenas estranguladas en la sed de un chico,

un experto en musgos con la maravilla

de una exhalación espumosa.

Te amo, pero más te amo, más si entendés que soy un borracho

y el peor de los peores,

el que quiere seguir tomando a pesar de la refutación del alba,

a pesar de la implicación de las paradojas,

de la expansión de las galaxias, de la carcasa cosmológica;

a pesar de los efluvios áridos,

de la tectónica de placas, de la decencia de los desalmados;

soy un borracho enfrentado a su corazón

con las tenazas de la nada

y con las tristezas afiladas biográficamente,

en una perfección de psicoanálisis

y astrología corregida por el materialismo dialéctico.

En esta hora, sabés, te amo como amo a cualquier esquina donde el terror del vino me convoque:

talibán que podría arrastrar las vocales con estulticia,

conquistar los Balcanes

y llorar, sí, llorar hasta la sequedad de la laringe,

llorar hasta la procesión diamantina de los infinitos

y sí, sí, sé que otros lo han dicho

pero debo decirlo también yo:

soy el mejor borracho, el que llora porque se siente estafado,

estafado por haber nacido, esquilmado en su infancia,

doblegado por maestras pálidas,

el que llora por las herrumbres

de las autoridades que quisieron asesinarlo en silencio,

asesinarlo con esa muerte de hombres decapitados,

de sátiros castrados por la ley.

De hembras heladas por familias amorosas.

Soy el borracho que ya no se come ni se banca ni una.

Que se va a derrumbar a tus pies para dar la pelea más feroz.

Amalgamando las sílabas sin pudor.

Abrigado por el frío atroz de la mañana que despejó a la noche.

Soy el borracho que viene a decirte

no despiertes, mi amor, el día es mierda, mierda pura.

Mierda intragable. Mierda de gente de mierda.

Mierda de multitudes de mierda.

El día es triunfo de las maestras pálidas.

Dialéctica de las estrellas esterilizadas y sátiros machacados.

Te amo, te amo, te amo

pero si no entendés esta embriaguez desolada,

este alcoholismo que me lleva a gritar en las tumbas

y a medirme con el suicidio porque yo sí, yo sí,

a diferencia de los muertos de los días, yo sí, mi amor.

Amo, con desesperación, a la vida;

si no entendés

si lo entendés que tengo que vomitar en la esquina

y bajonear un choripán

para no llorar esta lívida magnificencia de genocidas

en tu abrazo;

si no lo entendés, perdón, voy a aplastarte, también,

voy a tener que aplastarte sin asco,

como se matan esas babosas

en los descansos de la hierba más fresca.