MIRÁNDOLO BIEN

      Quentin Tarantino tuvo un metejón con Uma Thurman, su estrella de las dos Kill Bill. Pero al parecer no pasó de eso. Como no me gustó demasiado la segunda parte, igual pensé que el hombre se podría haber contenido un poco: la otra rubia – Daryl Hannah – casi le rompe varios huesos a piñazos a la Thurman, después la mete en una tumba y al final la hace caminar por una carretera despidiendo nubes de polvo. Por suerte la mayoría de los hombres NO son buenos directores de cine (aunque muchos se anoten en esa carrera), ni la mayoría de las mujeres son estrellas de cine. A su vez es afortunado que muchísimas estrellas no tengan maridos, parejas o amantes que las dirijan (ahí, sobre la pantalla). Y muchísimos directores vuelven a los brazos de sus mujeres después de dar órdenes a actrices con las que en todo caso tienen un leve fato que alimenta las revistas de chismes y muere.

En la conjunción de una mujer y un director, hay una tensión peligrosa. Si Tarantino maltrató bastante (en la pantalla) a Uma Thurman, el francés Luc Besson, que tuvo la suerte de compartir parte de sus días con Milla Jovovich, hizo dos películas con ella y en la segunda se le fue la mano. Si en “El Quinto Elemento” la convirtió en una extraterrestre que era también una semidiosa, en “Juana de Arco” la hizo sufrir mil desastres. Tal vez la ofensa definitiva haya sido someterla a torturas supuestamente psicológicas de un inquisidor encarnado nada menos que por Dustin Hoffman. Por momentos el diminuto actor norteamericano parecía asustarse, preguntarse: ¿por qué este tipo me hace esto?

Si bien hay otros ejemplos (por ejemplo Godard cuando hace que un rufián barato le pegue un tiro a Anna Karina, en “Vivir su vida”) el caso más evidente de los peligros de la fórmula fue la pareja Roberto Rossellini / Ingrid Bergman, que dio ese fruto tierno, apetecible y poderoso que fue Isabella Rossellini. En las varias películas que hicieron juntos puede presenciarse la energía, desarrollo y muerte de la pareja. Enamorado hasta las tetas, el buen Roberto (por quien la Bergman había rifado la carrera en Hollywood y un matrimonio, sin tener en cuenta que él también era casado) la mostró espléndida en “Stromboli”. Aunque Ingrid era allí una refugiada que vivía en una isla dura y feroz, mostraba con mucha inverosimilitud los mejores vestidos y blusas que se hayan visto en blanco y negro dentro y fuera del cine italiano. En esa maravilla que fue “Viaje en Italia” ya la inolvidable sueca empezaba a poner cara de fastidio creciente ante las discusiones con un impecable marido anglosajón, acerca de si se divorciaban o no.

Esas y las demás películas de la pareja se pueden conseguir en video. No así la última, “La paura” (o El miedo), donde el maltrato que sufre Ingrid Bergman por parte de los hombres de la ficción (avalados por la mano detrás de la cámara) es tremendo. El hoy de moda Slavoj Žižek escribió una muy buena nota sobre esa relación. Con su uso sui generis de Lacan, decía que los hombres por lo general realizan acciones, cosas que cambian las cosas dentro de un entorno. Las mujeres, en cambio, cometen actos que tiran a la mierda incluso el marco, o el entorno. Para él, la Bergman hizo un acto, y Roberto le agradeció con esas películas inolvidables. Pero en la última se pasó de la raya, como Besson con Jovovich, como tal vez Quentin con la Thurman.
Ahí las mujeres suelen ejecutar el acto final, que es irse.