PREJUICIO, ENVIDIA Y EL HUMOR ESTERIL POSMODERNO

2023-12-14 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ALEJANDRO PASCOLINI

              El sociólogo alemán Norbert Elias en su obra “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados” (1), afirma que la discriminación social asienta sus bases en un proceso complejo y estructurado donde algunos grupos sociales se consideran mejores que otros esgrimiendo como argumento de este sentimiento de superioridad motivos de índole natural o biológico.

Al respecto, da cuenta de cómo el hecho de que unos integrantes de un país puedan destilar su desprecio y violencia sobre determinadas poblaciones encontraría su justificativo en el color de la piel de los miembros de estas poblaciones o en alguna otra característica física que les sería inherente.

Presenta al respecto el caso de los “Burakumin” japoneses que portarían, para el imaginario de esa nación, un lunar azul, sesgo que marcaría a fuego su condición de inferiores morales.

Pero lo que recalca Elías es que el prejuicio discriminatorio apunta principalmente a acusar a los destinatarios del mismo de no poseer con respecto a las leyes y normativas de una sociedad un vínculo de respeto y acatamiento.

Quienes poseen en Japón un lunar azul o quienes aquí en Argentina se señalan como “negros”, son por motivos naturales y por lo tanto inmodificables, fácilmente corrompibles, inclinados por algún orden eterno al robo, la mentira, la estafa y también a la violencia.

Información irreflexiva pero sistemática, pseudocientífica y caprichosa, pero eficaz en la producción de sentido común, todo aquel que no pertenezca (incluso más allá de su situación económica) al conjunto de lo que se ajusta al perfil instituido de “hombre o mujer bien de clase media”, es fácilmente tildado de “chorro” por esta estrategia de estigmatización comunicacional.

Consecuentemente, Norbert Elias afirma que al sector discriminado (que detentaría esencialmente el irrespeto por las normas éticas y morales de la comunidad) se le proyectarán los aspectos más miserables y ruines de esa comunidad.

Pero si revisamos algunas concepciones teóricas tanto del sociólogo francés Gilles Lipovetsky como del psicoanalista argentino Enrique Pichon-Rivière, podemos darle una vuelta de tuerca dialéctica a la afirmación precedente: si bien puede parecer evidente que las minorías discriminadas cargan sobre sí los aspectos más indeseables y negativos del imaginario social, también podemos preguntarnos si acaso la insistencia en su estigmatización no encubre cierta envidia… cierto odio por percibir a los discriminados más vitales, más felices…

Lipovetsky en su texto “La era del vacío” (2), afirma que desde la década del sesenta del siglo anterior estamos transitando la llamada era posmoderna. Dicha era se caracteriza por una creciente ideología de la desideologización.

Para este autor vivimos en un desierto de significaciones sociales compartidas, donde la concepción imperante de la realidad que se sostiene es que no hay realidad común. Cada individuo “a la carta” concibe el mundo según sus apetencias personales e incluso su capricho.

En una continua y metódica relativización de todo lo que existe, hay algo de lo que no se duda y es que todo es relativo. Paradoja poco advertida es que este forzamiento a renunciar a toda perspectiva totalizadora del mundo es una perspectiva totalizadora.

En este sentido, en lo que Lipovetsky denomina “desmotivación de la cosa pública”, el sujeto posmoderno se encuentra cada vez más apresado en un nihilismo ingenuo que lo lleva a dudar, e incluso a no interrogarse siquiera en la necesidad de articular sus acciones con el otro a los fines de un bien común.

Cada vez más preocupado por  sus “procesos interiores” y por todo lo que supone que concierne a su propia persona: su cuerpo, su salud física y mental, sus propiedades, la importancia personal que puedan tener sus opiniones en su círculo íntimo, sus manías y caprichos, etc., el sujeto de la posmodernidad descree ya de los ideales modernos de un futuro mejor, para entregarse a “vivir el momento” según las nuevas y cambiantes exigencias del mercado.

Seducido por una publicidad constante de consumo, vive regido por la obligación de consumir aquello que lo hará libre, de adquirir alguna nueva distracción que lo hará despertar del infierno de aburrimiento donde vegeta su apatía cotidiana.

Si la era moderna se rigió por los ideales científicos y filosóficos que brindaban una orientación de sentido y de entusiasmo en torno a la idea de un progreso de lo humano y la posibilidad de una transformación radical de las condiciones de existencia, en lo posmoderno se trata del efecto de la desilusión de este proyecto político y del redireccionamiento del interés por la finalidades sociales a la esfera narcisista y hedonista.

En palabras de Lipovetsky: “De hecho el narcisismo surge de la deserción generalizada de los valores y finalidades sociales, provocada por el proceso de personalización. Abandono de los grandes sistemas de sentido e hiperinversión del yo corren a la par: en sistemas de rostro humano que funcionan por el placer, el bienestar, la desestandarización, todo concurre a la promoción de un individualismo puro, dicho de otro modo psi, liberado de los encuadres de masa y enfocado a la valoración generalizada del sujeto” (3).

Entonces ya no se trata de diseñar una sociedad más justa y equitativa, pero tampoco de oponerse a quienes darían la vida por estos ideales. Todo da lo mismo, todo es igual, lo conservador y lo revolucionario se representan como memes para expresar infinidad de cuestiones o ninguna.

Reina una tolerancia cool  hacia toda posición existencial, homogeneizándose la perspectiva social de manera tal que la proposición de alguna jerarquía de valores causa un desprecio cínico o la más radical indiferencia. Da lo mismo la confesión de una traición que la explicación de cómo bajar la aplicación de un banco.

Los principios que brindarían un sentido a la vida de los sujetos se licuan a favor del deslizamiento por una rutina de diversiones sin trascendencia, sólo funcional a pasar el momento de la forma más placentera e intensa posible.

Estamos obligados a ser libres, paradoja fundamental para entender cómo nos esclavizamos a un sistema que nos atrae hacia su polo de consumo prometiéndonos placer e intensidad, pero sólo potenciando un sentimiento abismal de soledad y confusión.

Se neutralizan las pasiones, inyectándose un clima de comprensión, respeto y moderación donde las expresiones viscerales de odio pero también las de amor son ridiculizadas…

El hombre posmoderno hace de su tolerancia un dogma sangriento y cruel, descomprometiéndose de toda actividad social que subvierta su posición equidistante acerca de todo lo que le parece extremista, crispado, poco prolijo y elegante.

Esto no significa que no se abracen causas sociales, pero siempre en una posición light, sin molestar al vecino, sin que las lágrimas hagan ruido.

La indignación tiene su estética y sus objetos, sus lugares donde conversar acerca del enemigo y las plataformas virtuales donde subir las imágenes del meeting.

Todo es estetiranizable (se impone vertiginosamente el consumo de imágenes a una velocidad que dificulta la reflexión sobre las múltiples resonancias que puedan tener las mismas, opacificándose la capacidad de lectura de las diversas significaciones sociales que portan), consumible, pero especialmente rápido, no importa lo que tengas que contar lo crucial, es lo que lo hagas de manera divertida, dinámica, humorística y lo principal de lo principal: rápido.

Tan velozmente como vemos un bombardeo, asistimos como alguien canta, baila, y como se somete a un niño; todo con el mismo tono emocional, despreocupado, tímido, apático, cínico.

El reproche al que reflexiona, toma su tiempo para trasmitir una idea, improvisa, es que es gaga, es decir que sus códigos comunicacionales olvidan lo efectivo para esta generación.

En esta generación hay que hacer otra cosa, no se sabe qué pero otra cosa, deslizamiento infinito sobre plataformas que divierten tan pronto como angustian porque ya no divierten.

El ideal de la realización personal eclipsó los ideales de realización colectivos, el respeto por la singularidad imposibilita poder pensar que no todo es respetable.

Ya no hay opresores, sólo personas que piensan distinto, todos tenemos nuestra verdad, ni mejor ni peor que la del resto. Indignarse no es inteligente, luchar es una pérdida de tiempo, mejor usar esa energía para “conocerse a sí mismo”.

La explotación del hombre por el hombre ahora no es solamente por la coerción sino por la seducción. Mediante tonos familiares y cancheros nos hacen partícipes de una empresa donde siempre salimos perjudicados. Con una sonrisa y con la propuesta de horarios flexibles y un ámbito de trabajo relajado y en pantuflas, nos hacen creer que no estamos lo suficientemente adaptados si no estamos conectados las 24 horas a las demandas de la empresa- institución.

Ya no importa si somos abogados, arquitectos, docentes, carpinteros, no importa nuestra dedicación, esfuerzo, historia laboral, etc., si no sabemos utilizar plataformas virtuales estamos desactualizados, fallamos, no sabemos…

Siempre en casa, tenemos que estar cómodos, tenemos que aggiornarnos, tenemos que responder rápido, tenemos que hacer varias cosas a la vez, tenemos que, tenemos que, para ser libres.

Este dogma posmoderno de la relajación genera como todo saber que se erige absoluto, necesidad de sostenerse mediante sacrificio y violencia. El sostenimiento del régimen opresivo y opresor posmoderno implica el desprecio hacia quienes sostienen valores como la lucha colectiva, la reivindicación de los derechos de los oprimidos, la teorización y la organización de planes políticos organizados y a largo plazo.

El sujeto posmoderno odia a quien no está inmerso en su aburrimiento e indiferencia y milita sin saberlo (si lo supiera tendría que organizar esa lucha y entonces no sería tan posmoderno) contra toda institución que represente valores de solidaridad y encuentro: el sindicalismo es una de esas instituciones…

Mediante el humor (herramienta principal del posmodernismo para banalizar todo discurso que tenga cierto peso en términos de verdad y compromiso) comunicadores, políticos, animadores, gente de a pie, se burla de los sindicalistas… ¿Y cuál es el argumento principal de esa denostación irónica?

Por un lado, la respuesta que propongo pensar se articula con lo que el sociólogo alemán Norbert Elias afirma al comienzo del presente texto: El reproche principal que se le endilga a los colectivos denigrados es la falta de sujeción a la ley. No por nada la burla, el humor ruin y mediocre que se destila hacia el ámbito sindical tiene como caballo de batalla que en ese ámbito se roba, se corrompen sus integrantes, que hay corrupción generalizada, es decir poca sujeción a los valores morales y éticos y a la legalidad.

Pero también, y en consonancia con los desarrollos de Lipovetsky y Pichon-Rivière, se ataca prejuiciosamente al sindicalista porque se lo sabe con otros valores que la indiferencia, la confusión y el sinsentido.

Se lo ataca porque es feliz, ya que en su lucha cotidiana encuentra un sentido a su existencia y no tiene que drogarse con la múltiple oferta de zanahorias que nos brinda el posmodernismo para hacernos olvidar que todo nos da lo mismo y que por eso nuestra vida es insípida, vacía, aburrida, ni siquiera trágica.

Se acusa mediante el humor al sindicalista de robar pero no al empresario, ni al científico, ni al periodista, ni al psicólogo, ni al humorista, porque ese humor banal está dirigido a calmar la envidia que se siente por percibir a alguien que vive distinto, con alegría y con compromiso.

En palabras del psicoanalista argentino Enrique Pichón Riviere: “Detrás de un prejuicio se encuentra siempre la envidia. Ya sea por la laboriosidad, la belleza, la visión del futuro o la manera de encarar el mundo que tienen los seres objetos del rechazo”.

 

 

(1)  Norbert Elias “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados” Grupo editorial Norma 1975.

(2) Gilles Lipovetsky “La era del vacío” Ensayos sobre el individualismo contemporáneo” Editorial Anagrama 1983.

  

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