EL SEÑOR DE LOS VENENOS

2023-12-14 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ENRIQUE SYMNS

     “Yo estaba distraído esa noche porque había conseguido sentarme en la mesa de la ventana, con mi ginebrita, para mirar el mejor paisaje del universo: la llegada y partida de los trenes. Así que no fui testigo de los primeros escarceos. De inmediato el grandote aceptó el reto y salió. Por la ventana, durante casi un minuto, quizá menos, tuve la oportunidad de ver la destreza increíble del petiso para enfrentar al grandote. Este no tuvo la menor oportunidad de acertarle una piña que seguramente hubiera noqueado al hombre de menor envergadura. Una serie de patadas y trompadas asestadas desmañadamente pero a gran velocidad por el petiso, que se agarraba al farol de la luz y lo usaba como punto de apoyo para lanzar sus mandobles y patadas, dieron por tierra con el rival. El grandote cayó al medio de la calle y allí quedó repantigado. El petiso no siguió pegándole; rodeado por sus amigos, volvió al bar.
El desarrollo de la pelea me había dejado completamente hipnotizado, pero lo que sucedió a continuación fue asombroso. Vi por la ventana como el grandote se ponía de pie, se sacudía las ropas y, con el rostro ensangrentado, volvía a la puerta del bar e invitaba a su rival a seguir peleando. Afuera se había formado un pequeño tumulto, de hecho yo era el único que permanecía en el bar ya que el cajero y el mozo también habían salido a observar la pelea. El grandote volvió a recibir una terrible paliza y nuevamente regresó por más. No recuerdo exactamente si fueron tres o cuatro rounds lo de aquella despareja pelea, pero sí la expresión preocupada, casi con un poco de miedo del petiso cuando vio regresar al grandote una vez más. Confuso, se dejó rodear por sus amigos, que hablaban de la policía y de lo peligroso que significaba seguir con aquella riña. Finalmente el petiso se fue del bar. El grandote, medio destrozado, se sentó en la misma mesa en donde estaba su café ya frío y, mientras se limpiaba la sangre con la camisa, exigió que le sirvieran otra taza.
Me quedé mirándolo largamente y, cuando le trajeron el nuevo café, se dirigió al mozo, aunque yo siempre creí que hablaba conmigo, porque me miraba a los ojos con una expresión risueña, casi de alegría:
-Hay que volver –murmuró-, siempre hay que volver.
Aún hoy escucho a veces esa voz sin terminar de comprender qué es lo que quiso decir. Pero sé que esa frase seguirá resonando siempre, como un himno guerrero en mi memoria.”

 

  • Fragmento tomado del libro que lleva el mismo nombre.

  

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