DURMIENDO CON EL ENEMIGO
14/12/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ANDRÉS GARCÍA
Empecé el año escribiendo sobre lo que significó para los argentinos el mundial de Qatar 2022. Creo que nunca habíamos visto un festejo de esas características y proporciones. Elegimos creer, nos atravesaba el mismo sentimiento por la celeste y blanca, nos abrazamos y lloramos de alegría sin importar el color de piel, la clase social o la filiación política. Años de frustraciones deportivas, políticas y sociales hicieron catarsis después del penal de Montiel. Una sobredosis de felicidad y alegría atravesó a todo un país unido como nunca antes. La esperanza de que eso nos cambiaría duró apenas unos meses, hasta que el clima electoral se hizo presente y el veneno del odio volvió en dosis letales.
Ya no éramos los mejores del mundo, volvimos al país de mierda que vende la enciclopedia televisiva. Ya no éramos iguales ante la adversidad o el triunfo, la inquisición rompió los abrazos para que volviéramos a mirarnos de reojo como enemigos eternos. Ya no importaban los pibes de Malvinas, que por lo que se vio solo servían para rimar. Ya no importaba el Diego, que solo podemos valorar como jugador, porque como persona… Volvimos al griterío insoportable de panelistas televisivos y viejos meados que defienden lo indefendible. No importa qué canal mires y qué intereses se defiendan. Todo es un griterío en donde nadie se escucha, se acusan o defienden fracasos. No hay debate de ideas. No hay proyecto político. Fraseologías y eslóganes vacíos que ya perdieron su fuerza. Por eso ganó Milei.
Milei rompió los esquemas tradicionales de comunicación y debate como nunca se vio en nuestro país. Un tipo violento que defendía sus “ideas” a los gritos, insultando, descalificando. Con propuestas bizarras e impracticables copó la agenda de los medios y se posicionó entre los jóvenes y toda el ala derecha de la sociedad. Un outsider de la política haciéndose lugar a empujones de TickTock y verborragia. Hablaba el mismo idioma que impusieron los medios de comunicación hace décadas: el odio como leitmotiv, la violencia como instrumento de cambio, la apatía a ultranza como consenso obligatorio. Viejo lenguaje devaluado en la decadencia ignorante de una clase rancia y perversa.
No era lógico que un tipo que hacía campaña con una motosierra y prometía ajustes y sacrificios inhumanos ganara una elección. Pero la lógica no funciona en el plano político-mediático. Quedó demostrado que lo emocional, en una sociedad enferma de odio, es el martillo que golpea la campana. A la gente no le importó votar a un tipo que dijo públicamente en un debate que admiraba a Margaret Thatcher. Eso no hubiese sido posible en ningún otro momento de nuestra reciente historia.
No entran aquí análisis forenses de lo que fue el gobierno de Alberto Fernández, y qué incidencia tuvo su gestión en el triunfo de Milei, simplemente porque creo que un discapacitado sentimental, desequilibrado mental, violento, negacionista, racista, homofóbico, machista y antipatria como Milei, no hubiese ganado elecciones en ningún otro momento de nuestra reciente democracia. Y me atrevo a pensar que si al gobierno saliente le hubiese ido relativamente bien habría perdido igual. Si algo quedó claro en esta elección fue que el discurso progre fue aplastado por el odio. No perdió Massa ni ganó Milei. Venció el odio. El odio contra lo que sea: Cristina, Alberto, la inflación, la inseguridad, la pobreza, etc.
Otra cuestión que quedó clara: en política el amor no vence al odio. Aunque nos duela admitirlo es así. Negarlo nos trajo hasta acá. La conclusión no es que hay que odiar, sino que a ese odio se lo combate con odio. Si vamos a la guerra con palos y piedras ya sabemos cuál será el resultado. No se trata de que el odio lo acapare todo, sino que esté bien dirigido. La Patria es el otro, pero hay otros que no son la Patria, nunca es con todos un proyecto. No se invita a un cáncer a que haga metástasis en nuestro cuerpo.
Jauretche decía que nada grande se hace con odio y tenía razón, nos tiene que movilizar la alegría y la creatividad, pero primero hay que odiar al enemigo para neutralizarlo y alejarlo de cualquier instancia de poder. Pero, ¿quién es el enemigo? Es fácil caer en nombres propios o generalidades que hacen o muy personal o demasiada abstracta la determinación. Nombrar a un político, a un partido político, a una clase social, o incluso a una entelequia como “Los Medios”, “la Burguesía” o “EL Poder” no está errado, pero está lejos.
Nuestro mayor enemigo hoy (y el más cercano) es el celular. Es prácticamente un apéndice de nosotros mismos. Nuestro duplicado digital. Ahí están disponibles nuestros gustos, deseos, miedos, odios, simpatías, opiniones… Estamos realmente desnudos y entregados al enemigo. Cedimos lo último que nos quedaba: nuestra intimidad, y lo imprevisible de nuestras reacciones. Estamos manejados a control remoto por una necesidad creada. Y a la vez somo transformados y teledirigidos imperceptiblemente por las redes sociales y la información que nos llega a través de este inofensivo artefacto. Compramos las peores cadenas que existen. Y nos convencieron que nuestras vidas, y el mundo entero, dependen de un celular. El chip ya está implantado, y no hizo falta abrirnos la cabeza ni inocularnos nada en la sangre. En todo caso cuando eso haga falta lo pediremos nosotros. Lo exigiremos.
No hace falta tener un doctorado en economía o ciencias políticas para saber lo que se viene con este gobierno, simplemente porque son de manual. Las mismas recetas que llevaron a la Argentina a sus peores crisis. El daño ya está hecho y quizás sea de proporciones nunca vistas. Todo depende del humor y la paciencia social, que serán puestas a prueba como nunca antes. Vienen por todo, incluso por lo que ni sabíamos que teníamos. O tenemos un 2001 a la vuelta de la esquina o el sometimiento será tan grande que una nueva década infame dejará como legado una gran villa miseria que será difícil de revertir.
Ya sabemos quién es el enemigo y qué armas usa. Hay que responderle con la misma violencia, con el mismo odio, con la misma apatía. Sin armas de fuego ni violencia física. Con imaginación e inteligencia. Con creatividad política que sepa interpretar a las nuevas generaciones, e interpelarlas con un futuro posible en donde nos abracemos tan fuerte como esa tarde del 18 de diciembre de 2022, después que Montiel convirtiera ese penal definitivo.
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