LA VEJÉS
2023-10-18 Desactivado Por ElNidoDelCuco
EDITORIAL
En 1722 Daniel Defoe publicó “El diario de la peste”, a mediados de los ‘70, Gabriel García Márquez terminaba el guión de la película mexicana “El año de la peste”, con interesantes paralelismos con la obra de Defoe. En el siglo XXI, Furibundo Tempo, en su libro “Recuerdos mal estibados”, también aborda el tema, recordando a estos dos grandes de la literatura universal. Tempo, pretende conectar la conducta de la gente en cada uno de los episodios que ha escrito la peste, con la de nuestros días, los de pandemia.
Enredado y mareado en el espiral del tiempo, el viejo profesor sintió una punzada aguda, que sabía experimentar cuando la memoria le presentaba recuerdos muy fuertes, tan potentes eran, que tenía la sensación de que vivía la situación nuevamente. La pandemia, que se desató en el ’19, en estos años, de vez en cuando, desde el recuerdo, le muestra de manera descarada la soledad y el egoísmo que produce el encierro. Hay una situación que lo tiene realmente mal, parece que solo el viejo profesor puede ver el triste peregrinar de los muertos reclamando memoria.
El día que Furibundo Tempo empezó a entender esta tercera década del siglo XXI que está en progreso, tomaba un café cortado en la estación de servicio de Avenida Vergara y Martínez, En Villa Tesei. Repasaba “Cien años de soledad” mientras esperaba a un militante social.
“Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: “tas”. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio.
Con esa incipiente desmemoria las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas.
Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo.
Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito.
El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.
En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica, pero más reconfortante.”
El viejo profesor de pronto se preguntó, “¿qué utilidad tiene saber la raíz cuadrada de 75? Si un golpe de vista de una cámara resuelve la incógnita al instante. Saber y entender de donde sale el 8.66025 en estos tiempos no tiene mucho sentido. Dedicar tiempo a estudiar y adquirir conocimiento para saber, parece ser un capital que cotizaba en otra época. Tener todas las respuestas en un teléfono inteligente ha cambiado todo. A lo largo de la historia del hombre las respuestas a nuestras preguntas siempre fue una tarea que requiere cierta dedicación. La naturaleza, los libros, la experiencia de los viejos, la escuela, el hogar… fueron fuentes de conocimiento donde se recurría. Sin embargo, tener todas las respuestas en un teléfono inteligente ha cambiado todo.”
El soliloquio de Furibundo Tempo está íntimamente emparentado con lo que estaba leyendo. La peste del insomnio, que como todo el mundo sabe trae a la del olvido, funciona de una manera muy parecida a la ignorancia. El olvido borra situaciones que nutren al conocimiento, teniendo, en definitiva, el mismo efecto que la ignorancia.
El 2001 fue un hachazo en nuestra historia, por muchos años tratamos de disimular el daño de los ’90, queriendo olvidar su fatal epílogo. Por ese entonces había varios José Arcadios con simbólicos pinceles que escribían carteles: Patria, educación pública, salud pública, barrio, club social… Genocidas, asesinos, corruptos…
Memoria – verdad – justicia, madres, abuelas, hijos… Trabajo, paritarias, aguinaldo, vacaciones…son 30.000.
Todos esos carteles requerían, como dice García Márquez, una especial vigilancia, uno ya sabe cómo actúa el tiempo mixturado con el olvido.
Furibundo Tempo hacía varios años que no fumaba, prendió el cigarrillo sin apuro, la primera pitada le pateo el pecho, calmó la tos con un trago de ginebra y habló despacio:
“A los viejos nos cuesta recordar, tenemos dañada la memoria, el mismo acontecimiento que hemos vivido, se va presentando a lo largo del tiempo con pequeñas diferencias. Después de varios años lo que pasó ya es otra cosa. Mi generación guardaba en el ropero una valija de cartón que estaba llena de fotos. Esas fotos eran los carteles que rotularon nuestras vidas, los grandes momentos estaban ahí, seres queridos que gracias a esas fotos jamás olvidaremos, patios con mesas de fin de año, abrazos, casamientos, cumpleaños… una memoria alternativa. Cuando llega la vejez uno ha dejado un reguero de recuerdos, más de una vez nos aferramos a una foto que nos muestra jóvenes y felices, así convivimos con esa nostalgia que nos hace lagrimear. Dicen algunos que las actrices que viven en Hollywood cuando están grandes se encierran en sus mansiones, pasan sus días mirando fotos y películas en las que actuaron. Dicen también que no se dejan ver por nadie y que no tienen un solo espejo”.
Insólitamente, cuando nadie podía imaginarlo llegó una pandemia, como siempre pasó, García Márquez tenía razón, cuando llega la peste trae consigo, indefectiblemente, el olvido. A solo un par de años de la nueva peste podemos comprobar que estamos olvidando casi todo, los viejos no recuerdan donde pusieron sus valijas con fotos, y cuando encuentran alguna en algún portarretrato, no reconocen a nadie. La muchachada desacredita enfáticamente la preocupación que tienen los grandes por la falta de memoria. La despreocupación de los jóvenes es posible que provenga de su insignificante cantidad de recuerdos o que no necesitan tener memoria, posiblemente porque tienen un drive que almacena todo, al que, de hacer falta, recurrirán algún día.
¿Cómo será la vejez de los jóvenes de hoy?
¿La nostalgia tendrá lugar? ¿Cuál será la vida que van a contar, esa de todos los días que se vive desde los sentidos o la de la pantalla del Smartphone?
Algún día deberán enfrentar lo irremediable del tiempo pasado y no habrá fotos ni filmaciones ni pantallas que puedan frenar el vértigo que produce la vejez. La consecuencia de vivir en una realidad imaginaria posiblemente guarde algunas sorpresas y tal vez tengan la posibilidad de sentir que el olvido es transitorio, como un amor de verano. Las actrices de Hollywood, como dijimos, le tienen más miedo a la vejez que a la muerte y se aferran a una juventud pasada, retratada, filmada, fugaz…
Algo hay que hacer, no se sabe todavía si puede dar resultado eso de andar pintando en cada cosa su nombre para no olvidarlo, pero algo hay que hacer. La cosa no viene bien, parece que un tipo, después de bañarse se miró en el espejo y descubrió que tenía un tatuaje, asombrado no pudo recordar cuándo ni porqué se lo hizo. Hay gente que no recuerda el nombre de sus abuelos. Los cementerios no tienen razón de ser, nadie visita a sus muertos, mostrando al olvido definitivo.
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