UN MATAMBRE MAL ATADO

UN MATAMBRE MAL ATADO

2023-08-20 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ARIEL STIEBEN

“…Sin la esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser combatido”. (Rodolfo Walsh)

       

     Ser políticamente correcto es dividir el territorio entre buenos y malos y ponerse del lado de los buenos. Lo que me haga solidario, tolerante y moderno me lo pongo encima para salir a la calle y ocultar mis pensamientos íntimos. No hace falta indagar; apoyo lo que hay que apoyar y desprecio lo que hay que despreciar. Yo soy así y no tengo ganas de ponerme a pensar si realmente estoy de acuerdo con lo que digo. Tiene sus ventajas; no me siento culpable, tengo a quienes criticar y todos mis amigos son del palo y buena gente. Pero esta ortopedia de las palabras es lo mismo que pensar que por pintarla la mugre desaparece.

Adoptar un pensamiento políticamente correcto cancela la opción de profundizar el pensamiento. Oculta la verdad. Es el precio que pagamos para nunca quedar mal.

A veces las coordenadas del pensamiento aceptable se pierden y las referencias con las que nos manejamos desaparecen. Eso es bueno; indica que ahí hay algo.

La pregunta es si estamos dispuestos entre tantos opinadores a equivocarnos antes que los demás.

Que los defensores de lo políticamente correcto hayan construido una policía del pensamiento resulta evidente. Su problema es que no asume la dimensión política , como si la censura de ciertos discursos y comportamientos no fuera ya una decisión de ese orden.

En lugar de condensar la moda de lo políticamente correcto, habría que exigirle que se extienda.

¿No es un abuso injustificable que un tipo le compre a otro su tiempo de vida cuando a este no le queda más remedio que venderlo? ¿No debería combatirse esa particular dominación consentida de los poseedores de capital sobre quienes carecen de él? ¿O no es aceptable que alguien por no tener dinero no pueda acceder a la vivienda, la educación o la salud? .

Uno puede estar de acuerdo con el axioma: “ninguna libertad para los enemigos de la libertad”, pero la cuestión es la libertad de quién.

La sacrosanta libertad de expresión, se reduce por ejemplo a los medios; para solventarla dime cuanto tienes y te diré qué alcance tiene tu mensaje. Que no haya censura estatal, no significa que no haya censura financiera; el medio piola para unos, el sitio de Internet para otros.

¿No será eso una discriminación positiva?

¿El Estado no debería financiar también a esas minorías discursivas que no pueden contar con la publicidad empresarial?

O mejor aún ¿no debería prohibir que los medios de comunicación estén en manos de una minoría, a saber, la que dispone de capital?

El discurso políticamente correcto debería salir de la recitalización politicopalloza para politizarse. Y esto incluiría su característica distributiva, la esfera de relaciones socio económicas.

Ya no se trata de denunciar un hecho de discriminación particular, sino una discriminación universal, el renovado crimen notorio sobre el cual se asienta el propio capitalismo.

La palabra correcto es un participio pasado de corregido. Ser políticamente correcto significa entonces que uno ha corregido una posición política. Es entonces la corrección una palabra equívoca. 

A veces es mejor no corregirse, y sobreponerse a la brutalidad de los prejuicios y pensar una estructura basada en luchas materiales, sólidas, históricas y demostrables.

Un soporte político que no se caiga apenas sople el lobo.

 

ANUDANDO CON LA MANO DERECHA

Lo políticamente correcto es una hipocresía formal , un mundo “feliz” con la consistencia de un decorado móvil, en el que los que revuelven basura son “recuperadores”, los discapacitados  “personas con capacidades diferentes”, las villas de emergencia son “barrios populares”. Una hipocresía que permite predicar a la vez la admiración por los recuperadores y la obligación ciudadana de levantar con una bolsa la caca del perro y tirarla a los tachos donde meterán mano los recuperadores, apelando siempre a la humanización y redistribución del capital para subsidiar a pibes que viven su infancia detrás de carros llenos de basura, sin nunca combatir sus causas.

Lo políticamente correcto se acaba cuando comenzás a alejarte. Para bien o para mal, cuando se establezcan las distancias el gay volverá a ser puto, el consumidor un falopero y el trabajador de la construcción un negro albañil.

Se dirá que la amplitud bienpensante de lo políticamente correcto ha traído mejoras. Es verdad, pero también ha servido para ocultar la furiosa homofobia que sostiene la heterosexualidad y cristiana ley de decidir qué derechos sí y qué derechos no.

Obra social sí, la herencia no, son familia pero no. Derechos reproductivos sí, aborto tutelado por la culpa sí, portate bien, se moderado y cojamos poquito.

Ser políticamente correcto es entonces una clausura a toda reflexión política. El pensamiento siempre es un hecho vivo y novedoso. Entonces, esta manera de pensar elimina la posibilidad de emergencia de ningún tipo de pensamiento, y también inaugura una especie de nueva moral, tan dañina como la más arcaica y conservadora.

Lo políticamente correcto no es más que unas nuevas tablas de la ley que indican las reglas de convivencia que garantizan la ausencia de fricciones y estimulan la pereza de pensar o repensar situaciones.

La ausencia de fricciones es el paraíso de cualquier dictador.

Ese límite entre lo progre y lo represor es lo que desdibuja lo que se entiende como políticamente correcto.

Soportamos a todos los diferentes, mientras las diferencias no le den a los diferentes herramientas para que salgan de ser diferentes y sean cualquier cosa menos intolerables.

La tolerancia también es una falacia bien-pensante. Es el acuerdo tácito en que todos acordamos correctamente lo político y económico.

Podría concluirse en que nuestras sociedades han evolucionado al ganar en conquistas políticas simbólicas, si no fuera porque paralelamente se desarrolló un dramático incremento del poder del capital frente al trabajo, del individuo sobre la comunidad, de los medios sobre la política, de la violencia bélica y económica sobre los sojuzgados.

La combinación de estas tendencias muchas veces contradictorias no impide disfrutar hoy de ciertas ceñidas libertades, siempre que se tenga la oportunidad de acceder a la superexplotación de los propietarios o ejercerla, o más ampliamente, de poder sobrevivir de alguna manera, que no es poco.

Esto resulta también en una readaptación del lenguaje de la amplia mayoría de las clases políticas, las tecnocracias y los periodistas bajo la nueva receta recetable de lo políticamente correcto.

Conscientes de la desaparición de los grandes relatos,  la sustitución de la filiación por la pertenencia identitaria, de la clase por la inscripción cultural individual, de la utopía por el realismo egoísta, se erigen como nuevos antidepresivos políticos. Mejoran el síntoma, lo adormecen, evitan molestias, gambetean el reconocimiento de toda confrontación y de sus consecuencias, desconocen toda causa; oscurecen y aletargan. El rédito no parece menor, ya que los protagonistas de las mejores adquisiciones sociales últimas, son además de  minorías emergentes, electores, lectores, internautas, televidentes, es decir potenciales clientes.

El discurso políticamente correcto es la readaptación del discurso políticamente mediático, presente al sentido común contemporáneo. No se propone cuestionarlo, conmoverlo o jaquearlo, como lo hicieron oportunamente quienes contribuyeron a su transformación. Es la respuesta temerosa al reconocimiento del potencial del lenguaje , de las conquistas de los invisibilizados, de la latencia del conflicto de clases. Y como tal se opone a todo discurso de campo académico, artístico y vagamente intelectual  porque resulta estéril. No delimita fronteras porque es oportunista.

El capitalismo ha demostrado una enorme plasticidad para su adaptación y sobre todo para la cooptación, con una claridad en la priorización de sus objetivos que ha hecho que el discurso políticamente correcto no sólo sea posible, sino deseable para su propia reproducción. 

Porque ser políticamente incorrecto es ser un inadaptado. Tal vez, escuchar a los inadaptados, es escuchar a los únicos que tienen algo que decir.

  

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