IAN DURY, EL SUSURRO SALVAJE

IAN DURY, EL SUSURRO SALVAJE

2023-08-20 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por GUILLERMO MALDONADO

             ¿Qué define la voz de un cantante, o el tono de un guitarrista, o el trazo de un pintor, o el golpe de cincel de un escultor? ¿Hay una noche entre las noches en que esa voz, ese tono, ese trazo o ese golpe se perfilan para siempre? O como decía el poeta, un instante de una noche.

Ian Dury nació en el conurbano londinense luego de los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial; fue abandonado por su padre (chofer de esos colectivos ingleses de dos pisos y de color rojo) a los tres años; y de la noche a la mañana se mudó con su madre a lo de sus dos tías. El hogar consistía en una precaria casilla rodante montada sobre ladrillos (el pequeño Ian nunca olvidaría el sonido de las comadrejas escarbando la madera de la casilla para entrar). 

A los siete años contrajo poliomielitis en una de las tantas epidemias de aquellos años (la poliomielitis es un virus que infecta la médula espinal y provoca parálisis irreversible en diversas partes del cuerpo). Como parte del tratamiento, el pequeño Ian estuvo postrado e inmovilizado por un encastre de yeso que le cubría todo el cuerpo durante tres meses, en una cama de hospital público. Estuvo al borde de la muerte varios días, al punto que la madre trajo un cura para darle los últimos sacramentos. Cuando le contaron que había contraído poliomielitis en la pileta pública, el Ian Dury de siete años pensó: “ojalá me hubiera muerto”. De ahí en más, Ian Dury anduvo por la vida con su pierna y brazo izquierdos atrofiados. Usó un bastón por el resto de sus días, y tenía la pierna encorsetada en un artefacto de metal que se le clavaba en la carne.  

Los niños con polio eran enviados a escuelas de oficios. Allí aprendió el trabajo de zapatero e imprentero. En aquellas escuelas se les enseñaba a los chicos a valerse por sí mismos, abrirse camino y a luchar por cada centímetro de espacio. Ian Dury recordaría aquellos duros años con cierta nostalgia y agradecimiento. 

 Ya salido de la escuela de oficios, la madre lo envió a una escuela normal, donde el ya problemático Ian sufriría castigos físicos frecuentes (así era la pedagogía de todo el mundo en aquellos años). Lo encerraban en un pequeño cuarto donde debía memorizar largos poemas de Keats, y luego era obligado a recitarlos sin ningún error, bajo pena de volver a ser recluido nuevamente. Allí, el joven Ian entendió que el arte era una forma de escape. Descubrió el dibujo y la pintura, y esas disciplinas lo acapararon por completo. Comenzó a dibujar y a pintar obsesivamente, y se anotó en una escuela de arte.  Pero en 1956, cuando Ian Dury tenía 14 años, un tema de Gene Vincent empezó a sonar en las radios de todo el mundo. Ese Be Bop a Lula que no significaba nada, lo era todo para el adolescente y discapacitado Ian Dury. Descubrió que la música podía enloquecer a unos y escandalizar a otros. Pero el capítulo musical de su vida vendría más tarde.  

Fue docente en clases de arte, ilustrador para diarios de la época y participó en exhibiciones de pinturas durante los 60’s. Pero en 1971, luego de la muerte de Gene Vincent, se le ocurre formar su primera banda, Kilburn and the High Roads. Grabaron un disco e incluso fueron teloneros de The Who, aunque nunca despegaron. Pero por esa alquimia de los destinos y los equívocos, se volvieron una banda de culto en el under londinense por sus salvajes presentaciones en vivo. 

No habían triunfado en ventas, pero se habían hecho de un nombre en el under londinense. Tocaban casi todas las noches en cuanto bar les dejasen enchufar sus instrumentos. Y fue ahí donde Ian Dury encontró su sonido. 

La voz de Ian Dury podía ser un susurro dulce y delicado, o podía volverse un grito desgañitado y desafinado. Pero siempre sonaba bien, siempre su voz era lo que la canción necesitaba en ese momento.   

Por la escasa repercusión, Killburn and the High Roads se separa, y Ian Dury hace dupla con el guitarrista Chaz Jankel. Y lo que sigue es uno de esos milagros de la música (de los cuales hubo muchos en aquella década en Londres) donde por casualidad varios músicos de un talento imposible se encuentran. Charly Charles en batería, Davey Payne en saxo y el increíble Norman Watt-Roy en bajo. Los cinco integrantes forman Ian Dury & The Blockheads.    

Y sucede la cíclica historia de la banda que de la nada llega a la cima. Vienen los excesos. Y las giras en una camioneta destartalada. Y la presión para que el próximo disco fuera mejor que el anterior. Y los primeros lugares en el ranking de ventas. Y las peleas entre los músicos de la banda. Y los representantes. Y las novias. Y la censura. Y las separaciones. Y las reuniones. Y los homenajes. Y los reconocimientos. Y los discos tributo. 

Ian Dury escribía sus letras en unas hojas gigantes, usando lápices y marcadores de diferentes colores, casi como si fuesen pinturas.  

Por aquellos primeros años, el joven Luca Prodan pateaba las calles de Londres, absorbiendo todo ese sonido y esa imagen y esa energía. Cuando se fue a Argentina, trajo cosas de Ian Dury a Sumo. Dury dijo en una entrevista, citando al poeta Milton “el artista mediocre copia, el artista genial roba”.  

Se dijo de todo sobre Ian Dury. Que era amable y dulce con sus novias; o que era misógino y abusivo. Que era muy amigo de sus músicos; o que se quedaba con todos los royalties de las canciones. Que su dura infancia le había tallado un carácter disciplinado y ordenado; o que sacaba provecho siempre de su discapacidad. Que fue uno de los fundadores involuntarios de la escena del punk rock en los pubs de Londres de inicios de los 70s; o que fue un oportunista que mezcló funk, reggae y rock para ganarse una moneda o dos.  

Le escribió a su padre abandónico una hermosa canción, casi admirando a esa figura que se ganó la vida como chofer de colectivos primero y como conductor de un Rolls Royce para un millonario suizo después (My old man). También le escribió a su madre una bella canción. Le compuso otra hermosa pieza a esos tipos simples y sencillos y honestos y duros y laburantes que uno puede encontrar en las afueras de Londres o en la parada del bondi en José León Suarez (Clevor Trever). Y compuso un tema donde uno puede escuchar a casi todo Sumo en unos pocos minutos, y que solo era una lista de las cosas por las que Ian Dury estaba agradecido (Reasons to be cheerfull, part III).   

Front man, salvaje y estrambótico. Poeta fino y callejero. Aquel tipo pequeñito y frágil podía hacer volar los parlantes de donde tocase.  

Pocas semanas antes de morir, en marzo del 2000 (le diagnosticaron cáncer de colon unos años antes), grabó una canción fabulosa con Maddness (Drip Fed Fred). En esa su última vez en un estudio de grabación, se puede apreciar al Ian Dury más depurado y expresivo.

Tenía 57 años. 

  

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