EN LA TRAMPA
2023-08-20 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ALFREDO VARELA
Hasta Posadas solían bajar los cadáveres, boyando. El Paraná traía en su amplio regazo, que nunca se niega, la terrible carga. Al llegar a la vera de esa loma poblada por el rancherío, abandonaba los cuerpos, como desligándose de toda responsabilidad. Él no sabía nada o, como la selva, lo sabía todo, pero callaba. Ahí, en la playa, quedaban los pobres cuerpos de los pobres mensús. A veces estaban desnudos. O si no, les quedaban jirones de ropa y jirones de piel. O sólo unos huesos machucados. Se acercaban al principio algunos curiosos. Pero ya estaban cansados de asombrarse, y pronto se iban. El espectáculo era demasiado conocido. Y demasiado difícil identificar al muerto. Los muertos del Alto Paraná no tienen apellido ni familia. Y ni siquiera rostro, porque los peces hambrientos se los han picoteado durante el largo viaje, hasta dejar unas cuencas profundas, unos cartílagos temblorosos, un hueco inmenso donde antes hubo una boca que sabía decir palabras dulces y humildes o carajear borrascosamente. Los muertos del Alto Paraná no tienen historia. No se sabe nunca quién fue el heridor, ni por qué. Nadie se preocupa de averiguarlo. Las autoridades, porque tienen miedo de saberlo. Los demás, porque es peligroso. Un día, las lavanderas que bajan hasta el río amigo a desplegar el cartel multicolor de sus ropas, se encuentran con el hombre quieto y solo, junto a las piedras. Entonces se persignan y hablan apuradamente en un guaraní asustado y tembloroso.
La gente de Posadas sabía. Era un secreto tremendo compartido por todos. Un día veían partir un barco repleto de mensús. Y luego, algún día o alguna noche, llegaba un cadáver, boyando. Y después otro, y otro más. Venían tranquilos, y varaban en la playa pedregosa, al pie de la lomita. Por eso, cuando alguien se embarcaba para el Alto Paraná, se lo despedía definitivamente. Volver, volvería quizá. Pero solo, inerte, con unas tiras de ropa sobre el cuerpo golpeado. Entonces, la despedida se hacía con mucha caña, para no pensar en lo que ha de ocurrir. El que se queda sabe que si piensa en el futuro ha de ver, en lugar del mensú borracho e hipante pero bárbaramente contento que está enfrente, a un manso cadáver mojado, quieto y solo, bajo este cielo inmenso de Posadas que lo mira con el ojo abierto de su sol candente.
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