PENA DE MUERTE
28/05/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ALEJANDRO PASCOLINI
Juan nació en un barrio que hay que llamar de otra manera.
Cumplidos los 17 años decidió presentarse a su primera entrevista laboral. Su madre pudo conseguir una camisa que parecía nueva y la planchó el día anterior al encuentro con mucho más esmero que la pila de ropa que todos los días debía tener preparada para la tintorería para la que trabajaba. El dinero nunca alcanzaba, el padre de Juan había sido despedido por llegar tarde más de una vez a su trabajo, debido a que el transporte público parecía ensañado en nunca llegar a la hora pactada por la parada del colectivo a la que asistía todos los días a las siete de la mañana.
Eran muchos hermanos, tres de ellos menores de tres años. En el barrio funcionaba una pañalera que vendía los pañales a un precio menor incluso que el de la venta mayorista, pero como fue denunciado por no tener los papeles en regla, lo clausuraron con el beneplácito de muchos vecinos que veían en eso un acto de justicia ejemplificador.
La madre de Juan se preguntaba en voz alta de donde sacaba el dinero para mantener la casa, “debe ser un ángel que sin que me entere pone de vez en cuando un billete en mi cartera, porque somos cada vez más pobres pero nunca pasamos hambre”, repetía cansada.
Los dueños de la tintorería pagaban lo mismo que hacía dos años siendo que la inflación había convertido el monto del salario en un chiste de mal gusto.
En la tele las noticias del barrio de Juan estaban acompañadas por una cortina musical que mezclaba el suspenso con el terror y mostraban siempre robos o tráfico de drogas. Pero lo que más enojaba a su padre era que cada tanto hacían una entrevista a alguna “persona honrada” mostrándola como un espécimen raro o como un animal que aunque rodeado de los salvajes miembros de su especie, extrañamente había salido dócil y fácil de domesticar.
A Juan le gustó la camisa, quizás influenciado por los comentarios que su madre hacía sobre esa prenda vinculados a que gracias a ella no sólo conseguiría ese trabajo, sino que impresionaría a esa chica que vivía en el barrio de enfrente, el de los ricachones, o el de los chetos, según la expresión habitual de nuestro protagonista.
Se juró que luego de salir de la empresa iría a visitarla a la salida del terciario al que ella asistía, ya que luego de varias semanas chateando, ella le había insinuado que lo quería conocer personalmente.
Juan, con la camisa casi nueva y el currículum en la mano, ingresó a la oficina de recursos humanos. Lo esperaba Carlos Gálvez, un muchacho que cumplía gozosamente con todos los requerimientos que la empresa le demandaba. Al entrevistar a Juan sintió una vez más ese placer que no podía conseguir en el ejercicio sexual, consistente en buscar hasta encontrar motivos para no contratar a los distintos postulantes a los empleos que la empresa solicita regularmente.
Pero con Juan era distinto, no podía encontrarle fallas a su discurso, cumplía con el perfil buscado e incluso lo sobrepasaba, por lo cual empezó a sentir que el que fallaba era él. Su vida empezaba a desplegarse en su mente como una sucesión de escenas aburridas e insignificantes, siempre viviendo la vida de otro, sin saber si ese otro alguna vez podía llegar a interesarse en él. Pero cuando le preguntó la dirección de su casa, notó que Juan se puso nervioso al llamar a su lugar de origen según su denominación oficial, la de los mapas y los GPS, y no como lo llama habitualmente la televisión. Ah ¡Esa es la Villa Las antenas!, exclamó Carlos levemente eufórico. “No puedo darte el trabajo, es muy probable que no puedas asistir con regularidad al trabajo si vivís ahí”, expresó en un tono levemente orgásmico.
Nuestro héroe recibió un apretón de mano y salió preguntándose cómo no se le ocurrió inventar otra dirección ya que el barrio en el que vivía hay que llamarlo siempre de otra manera.
De todas formas fue a buscar a Laura al terciario, desconocía hasta qué punto los dichos de su madre sobre cómo le quedaba la camisa le habían dado ánimos para abordar a cualquier chica que se le presente, pero a él sólo le interesaba Laura. Había pasado horas mensajeándose con ella y sentía que la conocía de toda la vida, quizás un ángel los había puesto en el camino para que se conozcan, pensaba sin entender de dónde le había venido esa ocurrencia.
Laura lo invitó a fumar marihuana al parque, ella era del barrio de los chalets, aquel que tenía garitas en las esquinas y perros amenazando a los que circulaban por las veredas.
Él se mostraba conocedor del porro (aunque nunca había fumado) dando pitadas largas y aguantando las ganas de toser, ella jamás prestó atención a su camisa sino que miraba fijamente a un costado y a medida que se iba relajando por la marihuana se animaba a mirarlo a los ojos.
Un patrullero se detuvo delante de ellos, se bajaron dos oficiales, avistaron que estaban fumando una sustancia ilegal y preguntaron los nombres de los adolescentes, luego el interrogatorio consistió en averiguar el domicilio de ambos.
“Sos de las antenas, acompáñame”, dijo un oficial joven. Inútiles fueron las explicaciones de Laura, Juan fue llevado a la comisaría y golpeado por tres oficiales mientras le preguntaban quién era el dealer que le suministraba la marihuana. La camisa blanca hecha jirones y el pedido de Juan de que un ángel lo salve, el mismo que hizo que no falte de comer en su casa y que por lo menos por poco tiempo, haya podido conocer a Laura.
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