HAY COSAS QUE DEBEN PERMANECER EN LA OSCURIDAD

HAY COSAS QUE DEBEN PERMANECER EN LA OSCURIDAD

2022-02-26 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por RICARDO SILVA

Filemón Coria Peñaloza murió, eso lo sabemos todos.
También sabemos que se despertó en medio del velorio, pidió un café para despabilarse, y nos preguntó -antes que doña Ramona Córdoba de Córdoba se desmayara- qué estábamos festejando.

En los días sucesivos, Filemón se transformó en una celebridad, e incluso su popularidad le sirvió para ganarse el cariño de varias mujeres. Y el de un hombre. Al principio Filemón no hablaba gran cosa de su estadía en el más allá, aunque deslizaba algunas frases misteriosas: “No voy a hablar de eso por ahora”, “Hay cosas que deben permanecer en la oscuridad”, “Sería imprudente que contara aquello que vi”, y otras por el estilo, pero promediando el cuarto o quinto día ya se empezó a explayar.

La gente del pueblo lo empezó a consultar más y más, movidos por las ansias de responder la incertidumbre de la muerte y la existencia de dios. “¿Quién nos espera del otro lado? ¿Es cierto que en el cielo andamos todos desnudos?”, o: “¿Duele morir?”, entre muchas otras, eran las preguntas a las que se exponía todos los días.

Hasta que la gente se aburrió de Filemón y su muerte, y dejó de visitarlo. Pronto lo olvidaron y lo trataron como un vivo más, es decir como lo trataban antes; para ser claro: nadie le volvió a dar bolilla. Salvo uno, el viejo Morales, que se le acercó una noche de diciembre y le espetó, así sin más:

—Usted no debería haber vuelto.

Filemón dio un salto y después de acomodarse la alpargata que se le había salido, le contestó:

— ¿Y usted qué sabe, viejo cabrón?

—Yo no sé, pero el que sabe me lo dijo la otra noche, en la cueva de las víboras. —la tranquilidad del viejo Morales un poco lo sorprendió a Filemón, que esperaba algo más dramático.

—Mire don viejo, a mí nadie me dice cuando tengo que volver y cuando no, así que soy dueño de estar de este lado y del otro cuando quiera.

—Eso se le va acabar pronto, creamé. —y el viejo dio media vuelta y se fue.

Filemón lo vio alejarse mientras se frotaba reflexivamente la mollera.

—Habrase visto viejo chambón…


***

El pueblo de Amorseco es un caserío que alberga alrededor de 650 personas, 53 perros y muy pocos gatos, vaya a saber por qué. La calle central tiene 3 cuadras, y allí se ubican 2 almacenes (uno de ramos generales y otro casi exclusivamente de bebidas), el campo de deportes, que ofrece una cancha de futbol y otra de básquet en la que nadie juega, pero donde se realizan los bailes y las fiestas de guardar, un centro de atención médica a cargo de la enfermera Soledad Bajinay, y una posta policial con un jefe y subalterno: el cabo Cirilo Empúrdez Barros.

La ciudad más cercana de Amorseco dista a 486 km, de los cuales 260 son por un camino arenoso que cuando llegan las lluvias se vuelve intransitable. En el pasado, esta región estuvo bendecida por poseer un clima selvático, fruto de la existencia de un “ojo de mar”, según dijo un biólogo de la capital que vino a estudiar el asunto, pero que jamás dio una ubicación ni ofreció prueba alguna del fenómeno. Esto sucedió durante la presidencia del general Galtieri, quien ordenó que se construyera un canal subterráneo para llevar el agua a los centros productivos del centro del país y que además se estudiaran concienzudamente sus propiedades sanitarias. Esto último obedecía a que, extrañamente, los pueblerinos carecían de enfermedades graves, y eran famosos por la longevidad que alcanzaban. Decir que el promedio de edad en esa época era de 121 años es más que suficiente.

El “canal federal” nunca se terminó, pero los trabajos de iniciación provocaron un daño enorme al desviar el curso del agua y permitir que se perdiera el cauce bajo el salar de Udpi-Nang-o. Como consecuencia, todo el ecosistema selvático perdió vigor y pronto desapareció su flora y fauna, hasta llegar al paraje semidesértico que es ahora.

Sin embargo, los índices de longevidad siguieron altos, aunque disminuyó el promedio hasta los 104 actuales. Algunos se lo adjudicaron a la escasez del agua, pero otros observaron que con la llegada de las tropillas de Agua y Energía, se introdujo el abuso del alcohol en los lugareños, que hasta ese momento sólo consumían una bebida llamada chicha, producida con sus mismos algarrobos.

Amorseco se redujo entonces a la población actual, en su mayoría adultos mayores y viejos, ya que la falta de trabajo debido a la baja de la producción agrícola, determinó la migración de las familias jóvenes con sus niños.

Filemón no escapaba a la norma general del pueblo: hombre de 78 años, sin enfermedades graves actuales ni en sus antepasados, alcohólico social (en un lugar donde todo lo social pasa por el alcohol), sin mujer ni hijos, y pensionado de ANSES.


***

Después del suceso, a Filemón se lo vio un poco menos por la calle Méndez, sobre todo ahí en el almacén de don Botella. Tampoco les extrañó mucho a los parroquianos que, aunque de buena salud, también eran de memoria frágil. Esto quizás era en lo único que no se diferenciaban de la mayoría de los viejos de otras latitudes, ya que perdían gradualmente la memoria a corto plazo e incluso olvidaban los nombres de sus antiguos amigos.

También les pasó con el pobre Filemón.

Por otro lado, nuestro Lázaro tenía problemas más urgentes que ir a chupar y escuchar viejisimas anécdotas de tiempos selváticos. Hace unos días había notado que su cuerpo despedía un olor extraño. Pensó:

“Estoy empezando a oler a viejo”

Se bañó un largo rato y luego se regó con una Old Spice que le había obsequiado una de sus novias post-mortem. Pero al sentarse a la mesa, ya vestido, y cuando se disponía a comer algo, notó que el olor había vuelto para opacar completamente el perfume.

—¡Estas mierdas ya no vienen como antes! — explotó mientras arrojaba el frasco contra la pared. Enojado, se llevó un trozo de pan a la boca y se fue a acostar.

Durmió como un ángel, tanto que apenas pudo despertarse cerca del mediodía. Ni siquiera recordó qué había soñado. Es más, al principio le costó recordar dónde estaba y qué momento del día era.

Tenía unas costras adheridas a los párpados que necesitó despegar con agua.

—¡Lagañas! ¿Cuánto tiempo hace que no tenía? — se preguntó mientras se lavaba en el baño. Pero su estupor sería mayor al levantar la cabeza y mirarse en el espejo:

—¡Qué mierda…! —y retrocedió torpemente, cayendo sentado en el inodoro.

—¡Tengo la cara azul!¡Tengo la cara azul! — repetía como un loco, y luego de un rato se levantó para mirarse de nuevo. Efectivamente, su rostro había adquirido un tono azulado y, además, una leve hinchazón se le comenzaba a notar en las mejillas y debajo de los ojos.

—¡Estoy enfermo! ¿Cómo puede ser? —, pero al tocarse la cara se dio cuenta que unas horribles ampollas le cubrían las manos.

—¡Mis manos! —exclamó mientras las alejaba de sí— ¿Qué les pasó a mis manos?

Recién cuando salió del baño y se dirigió a la habitación para vestirse completamente, advirtió el olor nauseabundo que la invadía. Nuevamente retrocedió sobre sus pasos, asqueado y a punto de vomitar. Instintivamente llevó el dorso de su mano a la nariz e inmediatamente notó, horrorizado, que ese hedor putrefacto provenía de él.

—¡Noooooooo! — gritó desesperado mientras corría hacia la puerta para huir vaya a saber de qué. O de quién.

Afuera, el sol del mediados de diciembre castigaba el pueblo polvoriento, y ni siquiera los chelcos se cruzaban.

Solamente Filemón, o lo que quedaba de él, cruzó reptando la tierra hasta que su osamenta convertida en desechos, se detuvo en el medio de la solitaria calle.

  

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