ÁNGEL PLEBEYO

ÁNGEL PLEBEYO

2021-12-16 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Diego Sztulwark

          Cuando apareció Maradona ya había dioses entre nosotrxs. De ahí que valga la pena precisar algunas cuestiones respecto de la circulación de la formula nietzschena “Dios ha muerto”, a propósito del fallecimiento del astro del futbol argentino de la década de los ochenta. Madarona no fue Dios, sino un ángel plebeyo. La diferencia es importante, porque permite una mejor aproximación al misterio y a la gracia maradoniana, y al fascinante cruce con Zaratustra.

Dios había muerto en la Esma. Sé que decir esto ciñe la interpretación de un fenómeno universal a una realidad local. Pero resulta indispensable entender esta historia. En la Escuela Mecánica de la Armada se torturaba y asesinaba a personas en nombre de Dios y con la aprobación de la jerarquía eclesiástica católica. El propio Nietzsche ofrece varias versiones de la muerte Dios. La argentina de fines de los años setentas también ofrece algunas. Dios muere cuando en su nombre se despliega la barbarie del mando. Y también cuando su nombre ya no basta para seguir creyendo en el mundo. La muerte de Dios abre muchos caminos. Uno de ellos, reformar el sistema de las creencias, es libertario. Convoca a la figura del artista. Se trata de crear nuevas creencias. De inventar nuevos modos de creer en el mundo. Esa señal provino en el país de origen del Diez, de las Madres de Plaza Mayo. Fueron ellas las primeras que señalaron esa posibilidad: en la medida en que Dios es dispositivo trascendente de orden, su extinción permite acceder a un nuevo régimen creencias, vinculado al cuidado y no a la destrucción de los cuerpos. Pienso que en la despedida o en el homenaje a Maradona se reconoce colectiva, popularmente, aquel régimen de creencias inauguradas después de la muerte de Dios.

Siguiendo la trayectoria futbolística de Maradona -al menos la que va del mundial juvenil de Japón del 79, hasta el mundial de Italia del 90- muchxs argentinxs hicimos la experiencia de sobreponernos a la vergüenza del mundial 78, sostenido en el poder cultural y militar del terrorismo de estado. Fue desde la retina, viéndolo jugar, que fuimos capaces de una gradual y seguramente incompleta metamorfosis, una transvaloración de los sentidos que el poder fascista había hecho de lo argentino una zona de rigor mortis. Comenzando por los colores de la camiseta. El modo de hablar, de cantar, de entonar el himno nacional. Viendo el fútbol de Maradona nos fuimos deshaciendo hasta donde pudimos, del legado sensible, hecho de terror y mezquindad, del videlismo y el masserismo (nombres que simbolizan la voluntad contrarevolucionaria del occidente triunfante). Hay algo de chamanismo en todo esto. Un oficio de la magia de extenso alcance, a través de los propios medios de la sociedad del espectáculo.

Fue en medio de ese trance nacional, con el cadáver de Dios aun tibio, que el fútbol de Diego Maradona apareció como una señal alegre que apuntaba de manera directa a las posibilidades de creer, ya no en Dios, pero sí, en cambio, en lo que podríamos llamar los recursos lúdicos del cuerpo. La fe no se extinguía, sino que encontraba nuevo cause en una suerte de materialismo ateo de las actitudes y posturas del cuerpo que juega. Si es aún útil la definición paulista de la fe como substancia de las cosas esperadas, en las que se cree aun cuando todavía no existen, no resulta exagerado identificar en el fútbol -como en el rock- de aquellos años, la experiencia de hallar algo verdadero en qué creer.

Este creer en el poder del cuerpo implica una inversión profunda en la orientación del pensamiento. Aunque sólo sea porque este poder está más cercano a la vida. Cuando el pensamiento se dirige al poder del cuerpo alcanza su propio impensado. Descubre sus categorías el juego de las actitudes y las posturas. Por lo que cierto filósofo clásico llegó a la conclusión de que el camino del pensar debía partir de aprender lo que puede un cuerpo. Tengo la impresión de que es en este punto, en esta inversión, y en la serie de sus poses, torsiones y posturas donde hay que situar la fuente de la gracia y del plebeyismo maradoneano.

Plebeyos eran los antiguos esclavos libertos. Pero en su uso actual muchas veces es empleado en un sentido sociológico casi como un término equivalente de popular. Uno de los mitos plebeyos por esencia de la Argentina es la fidelidad a los orígenes de aquel que experimenta un súbito ascenso social. Maradona lo encarnó como nadie. Sólo que en él, lo plebeyo viene acompañado a la señalada inversión de las creencias hacia el cuerpo que juega. No es algo sólo argentino. Ocurrió también en el extraordinario pasaje de Maradona por el Nápoli.   

La cumbre máxima de su esplendor ocurrió frente a los ojos del mundo en aquel mítico partido contra los ingleses. Fue allí que se reveló el poder plebeyo del ángel. El cuerpo que juega es el del guerreo que vence, del astuto que trampea, el del irreverente que no deja de sorprender. Es fútbol que proyecta valores sobre la vida. De ahí la sonrisa magnífica de Maradona. Su humor extraordinario. Y esa celebrada fraseología, que tiene mucho de político en el sentido menos oficial o convencional que se pueda concebir. Una política que pasa menos por sus alineamientos explícitos en torno a tal o cual líder o figura, y más por una constante toma de partido, develadora de una asombrosa orientación de tipo moral, en un mundo cada vez más oscuro, en que las verdades políticas sólo ocurren más allá del bien y de mal.

La reacción antiplebeya existió siempre bajo la forma de una censura moral a lo que dan en llamar la “vida de Maradona”. Los días de la conmocionante despedida popular que acompaño su partida, se redobló esta pretensión torpe y anacrónica de juzgar (bien o mal, da igual) la “vida de Maradona”. Se trata de determinar si en el modo en que Maradona afrontó su destino hay o no hay algo ejemplar, o más bien un manojo de contradicciones. De allí la estúpida oposición entre un Maradona “dentro de la cancha” -ídolo, incuestionable- y otro “como persona” -réprobo, nocivo. Las idealizaciones -negativas o positivas- no dejan ver cómo funciona el factor anómalo en Maradona. Lo que este ángel plebeyo vino a comunicar es la creencia en los poderes del cuerpo como desacato -por desvío, substracción o desborde- los moldes de regulación burguesa de la vida.

  

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