LA ENVIDIA AL NEGRO
2021-07-12 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ALEJANDRO PASCOLINI
El sociólogo alemán Norbert Elías (Breslau 1827-Amsterdan 1990) en su trabajo “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados” del año 1976 se pregunta por qué los miembros de un grupo social tienden a sentirse superiores a otros, teniendo en cuenta incluso que entre unas agrupaciones y otras no existen a simple vista diferencias que puedan considerarse significativas.
En un pueblo inglés llamado Winston Parva estudia el fenómeno de que los pobladores más antiguos de la región consideraban inferiores a los recién llegados tildándolos de sucios, amorales y poco preparados para la vida en sociedad. Pero el reproche fundamental que ejercían los “establecidos” contra los “marginados” era su supuesto carácter anómico, es decir, cierta incapacidad para entender y apropiarse de las reglas necesarias para vivir en una sociedad organizada de manera racional y ordenada.
Por supuesto que quienes se proclamaban como mejor afianzados al marco de legalidad establecido (en comparación con los excluidos) acompañaban esta creencia con un sentimiento de importante integración, cohesión grupal, virtuosismo moral, seguridad con respecto a la imagen que tenían de sí mismos y pertenencia a su comunidad.
Elías proponía pensar que la lógica de exclusión y marginación que sucedía en este pequeño pueblo británico podía ser una pequeña pero exacta muestra de lo que puede estudiarse en toda sociedad más allá de sus diferencias culturales e históricas.
Por ejemplo, la comunidad japonesa llamada “Burakumin” sufre el sesgo de portar una identidad negativa ya que sus pobladores son considerados ciudadanos de segundo orden. Incluso existe alrededor de los Burakumin la creencia mítica de que poseen una cualidad física que los distingue de los otros (un lunar azul) etiqueta biológica que ratificaría la concepción de que están dotados por la naturaleza para adoptar un rol social fijo, estereotipado y sufriente, ya que se les asigna las profesiones y oficios que se vinculan con la muerte (sepultureros, verdugos, curtidores de pieles) actividades que no son muy atractivas para realizar por el resto de la población japonesa.
Al respecto el sociólogo invitado en esta oportunidad para nuestra investigación enfatiza que es muy común el argumento biologicista en el prejuicio social. Afirmar que el otro es causa de miedo o desprecio porque la naturaleza así lo determinó tanto por su género, cómo por el color de su piel o alguna característica de su cuerpo es el justificativo ideal para sostener el entramado de enunciados funcionales a darle continuidad a los privilegios económicos y políticos imperantes.
Resumiendo, Norbert Elías afirma que determinados agrupamientos se consideran más respetuosos de las leyes que los demás ya que estos últimos son inscriptos por la naturaleza cómo corruptos, inmorales, anómicos…Es dios, el orden natural, la anatomía, lo que hace que los Burakumin o “los negros” roben, vendan droga, trafiquen con la muerte, etc.
Ahora, si Elías afirma que los “establecidos” proyectan en los “marginales” los aspectos más oscuros de su personalidad, con el psicoanalista argentino Enrique Pichón Riviere podemos darle una vuelta dialéctica a esta aseveración.
Lo que una sociedad endilga a ciertos colectivos puede entenderse desde un lugar explícito como aquello que merece ser más rechazado, como lo menos deseable.
Pero desde una lectura de lo implícito de este mecanismo de adjudicación de identidades inamovibles y eternas, lo que Pichón entiende es la envidia.
Para el psicoanalista argentino cuando se odia de manera irrestricta, se sufre porque ese otro depositario de los ataques posee algo del orden de lo deseable que quién prejuzga siente que no puede alcanzar.
El desprecio sistemático intenta disimular una admiración incontrolable.
Cuando se dice “todos los negros son vagos” puede leerse en esa frase una grave dificultad en quién lo dice de disfrutar su tiempo libre.
Cuando se enfatiza que quienes forman parte de una clase social desfavorecida realizan prácticas sexuales promiscuas, puede realizarse allí una interpretación de que quién enarbola dicha aseveración sufre una importante disminución (o ausencia absoluta) de placer erótico.
“El negro” como etiqueta social vehiculizable de degradación es una marca discursiva de tristeza envidiosa de quienes en su vida cotidiana cuando quieren encontrar amor y deseo no encuentran sino un desierto de entusiasmo.
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