EL NEGRO OROS
2021-06-28 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por RICARDO SILVA
Al Negro Oros le calentaba tres pedos que todo se fuera a la mierda. Ya estaba jugadazo. Promediaba una raspadita cada dos días, y los mates con yerba secada al sol no tenían ni el sabor que alguna vez guardó en un perdido rincón de la memoria. Ni siquiera recordaba cómo era no sentir hambre. Por eso pensó en ir a lo de Cardozo, el transa del barrio La Canilla Seca.
Cardozo había sido compañero suyo en la primaria, y de chiquito nomás evidenció ese carácter camorrero que lo hizo temible hasta para los más grandes. Pero con él tenía una relación distinta.
El Negro solía ser objeto de burlas por su color y lo esmirriado de su cuerpo. También las alpargatas bigotudas que dejaban ver sus patas llenas de tierra, el guardapolvo amarillo y sin bolsillos, servían para despertar la crueldad del resto de los niños.
Hasta que un día, Cardozo los paró en seco.
Al pobre negro le habían sacado las alpargatas y se las habían tirado al techo de la escuelita, y cada vez que intentaba subir a buscarlas, le bajaban los pantalones.
— ¡Eh! ¿Qué mierda le hacen a Oros?, y voló una cachetada al más burlista que le hizo saltar los mocos.
—¡Ya..! ¡Le van a buscar las alpargatas o los recago a piñas a todos!
A los niños se les cortó la risa de golpe y alguno hizo un mohín de llanto. A Cardozo no se le escapaba ninguna y al del puchero lo agarró de la oreja y lo empujó para el pilar por donde quería subir el Negro.
—¡Vos subí, mierda! ¡Y vos, gordo, ayudálo!
El gordo se fue haciendo al costado para no pasar cerca de Cardozo, mirándolo de soslayo por las dudas, aunque lo mismo recibió una patada en el culo que lo hizo doblarse hacia adelante. Todo colorado y con los ojos llenos de lágrimas, le fue a poner las manos entrelazadas para que se trepe el otro lloroncito.
Después Cardozo le puso una mano en el hombro a Oros y se dirigió al resto:
— El que lo siga hinchando al negro va a cagar, ¿eh?— y recorrió la mirada por todas las caras que iban bajando la vista en silencio.
— Manga de cagones…¡Rajen a la mierda ya!
Por supuesto que no quedó nadie en el patio de tierra de la Victoria Romero, apenas unas nubecitas de polvo bajo el sol ardiente del mediodía. El Negro no le dijo ni gracias, porque no sabía cómo reaccionar a un gesto tan generoso, nunca nadie había sido amable con él. Lo miró con sus ojos oscurísimos, se calzó las alpargatas y se fue.
Poco tiempo después dejó la escuela para ir a trabajar al campo. Su padre era un hombre de apenas pasados los 40, aunque parecía de 60 o más, de tan curtido por la dura vida del peón. Ya no resistía muchas de las tareas asignadas y necesitaba la ayuda del hijo para cobrar el magro sueldo que escasamente les permitía subsistir. Todo pasó tan rápido que el Negro no se dio cuenta en qué momento se quedó solo en el rancho, sin trabajo y sin familia. Tenía 25 años.
La única que le quedaba era ir a verlo a Cardozo.
En el barrio todos lo conocían. Los falopas y los que no también, porque Cardozo siempre ayudaba al comedor y gestionaba alguna que otra cosa para el barrio en el Concejo Deliberante. En la puerta de su casa se podían ver autos alta gama mezcladas con motitos, y todos parecían salir contentos por igual.
Aquella tarde golpeó la puerta de chapa con el puño sudoroso, pero nadie lo atendió. Sólo después se percató del pequeño timbre ubicado al costado, medio tapado por un borde de cemento. Claro, qué lo iban a escuchar si detrás de la puerta se abría un largo pasillo, que terminaba allá lejos en un patio y detrás, la casa en la semioscuridad.
El Negro no lo sabía, pero una cámara lo estaba vigilando. Por eso, salió el mismísimo Cardozo a recibirlo, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Negro de mierda..! ¡Estás igual de hecho acá que en la escuela!
—¡Vení! ¿Qué andás haciendo?— y ya se lo llevaba abrazado hacia adentro, tanto que el Negro sentía que sus pies apenas tocaban el suelo. Aunque los dos tenían la misma edad, Cardozo lucía fresco, vital, pleno de energía. Sus labios mojados de saliva se abrían para mostrar una dentadura del color justo, ni muy blanca ni amarilla, y su piel brillaba por la grasa de las comidas suculentas.
Contrastaba enormemente con él, un guiñapo oscuro y desteñido, con sus ropas que parecían arrancadas a un muerto, y la hirsuta cabellera en la que ya asomaban canas prematuras.
Los dos fueron tragados por la puerta de la casa del transa, de la que emergían luces tenues y miradas feroces, abrazos fuertes y destinos marcados, donde el mal no es mal, ni el bien es bien.
Por ANDRÉS GARCÍA Empecé el año escribiendo sobre lo que significó para los argentinos el mundial de Qatar 2022. Creo que nunca habíamos visto un… Por ARIEL STIEBEN”Maldita sea, Cali es una ciudad que espera, pero no le abre la puerta a los desesperados”. Andrés Caicedo, Piel de verano. Toda la obra… Por FACUNDO GARCÍA PASADO Estamos empezando la pesadilla consciente del gobierno libertario sin entender cabalmente qué es lo que nos pasó para llegar a esto. Apenas sabemos que no hay… EDITORIAL A Hari Seldon lo conocimos en persona, en el primer capítulo del primer libro de la saga “Fundación” de Isaac Asimov. Había nacido en… Por ALEJANDRO PASCOLINI El sociólogo alemán Norbert Elias en su obra “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados” (1), afirma que…Últimas Publicaciones
DURMIENDO CON EL ENEMIGO
Por
ElNidoDelCuco
ESCRIBIR PARA QUE NADA SIGA IGUAL
Por
ElNidoDelCuco
LA UTOPÍA DEL FUTURO
Por
ElNidoDelCuco
LA PSICOHISTORIA
Por
ElNidoDelCuco
PREJUICIO, ENVIDIA Y EL HUMOR ESTERIL POSMODERNO
Por
ElNidoDelCuco