
SER RUBIA ES UN ESTADO DE ÁNIMO. NO SERLO, TAMBIÉN
2020-06-07 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ARIEL STIEBEN
En estos países como el nuestro, con esas pampas carentes de civilizaciones anteriores, en las que nunca un arado va a chocar contra un mármol, las rubias escasean. Escasear es formar parte de la aristocracia de lo poco. Sin embargo, en los países rubios ninguna mujer se tiñe para ingresar en la aristocracia de las morochas, lo cual prueba que las palabras que usted acaba de leer carecen de fundamento.
No es fácil escribir sobre una rubia, se mueve mucho. Pero hablar con una rubia puede ser fácil, aunque muchas veces no valga la pena. Me refiero a una rubia auténtica, no a las rubias teñidas. Las rubias teñidas son otra cosa, son diosas artificiales capaces de colocar el cielo de oro de las princesas sobre sus cabezas, como Dios había colocado sobre su piel de mucama los preciosos pómulos hinchados de la raza. Sabe que en un país de morochos el deseo es rubio y ahí está, encarnando ese lugar, jugando con ventaja a un juego fascinante en el que finalmente terminará atrapada.
No estudia porque igual es rubia, apenas trabaja porque igual es rubia, nada termina de resultarle interesante porque igual es rubia. Se arregla primero el escote y después el pelo oscuro. Ni siquiera se maquilla. No está de acuerdo con eso de que la verdadera morocha argentina sea, en realidad, una morocha teñida de rubia. Está orgullosa de su falsa autenticidad. No importa lo que puedan preguntarle, igual contesta desafiante. Anda contenta consigo misma y eso la vuelve atractiva. No quiere a ningún hombre porque está enamorada de la verdad. Se detendrá un instante delante del espejo. Saldrá a la calle segura que va a regresar a casa un poco más tarde, lo que le lleve volverse rubia. Se trata de hacer un cambio y este es uno que resulta accesible. Hacer algo para volverse otra, pero sí lo suficientemente otra para que se note y que resulte un llamado de atención. Ser y parecer. ¿Acaso es lo mismo? A nuestro alcance sólo está lo segundo y, por más verdadero y legítimo que parezca, justamente, parece.
Toda contradicción es admirable, emana generalmente de una protesta. Cuando un bebito recién nacido larga su primer llanto nos hace escuchar la primera protesta de la nada ante la prepotencia de la vida. Cuando una mujer se tiñe el pelo, oculta bajo la tintura la protesta que la acumulación del agravio de los años y la memoria le han infligido.
No ser rubia es una actitud; serlo, también lo es. La grandeza del ser humano se manifiesta descarnada cuando uno permite que su ahora sea igual a todos sus ahoras. Ser rubia teñida es un acontecer, una vanidad rara, una forma de mirar el futuro con la nuca. Es vengar a todas las rubias boludas que merodearon en su triste pasado de boluda. Ser rubia teñida es recordar esa memoria de futuro de su antes, cuando recordaba cosas todavía no sucedidas y que ahora tampoco van a suceder. Pero lo importante no es el suceder sino el ser sucedido, dijo una vez una rubia llamada Mireya, sin saber que no basta con ser sucedida; hay que ser acontecida. El acontecer es obra de uno mismo, no es obra de ese Dios que nos creó o fue creado por nosotros.
Cuando una morocha se tiñe de rubia, acontece. Inventa un sol extranjero en su pelo, genera un alba nada sigilosa, deja de estar, ahora es. Su mirar se hace pueril, pero el mirar de los que la miran parece el mirar de un profesor de estrellas o de un traductor de flores.
Las rubias no son para buscar, son para encontrar. Son también siempre, para olvidar. Como uno se olvida del aire quieto, a menos que ese aire sea movido por el viento y llene el velamen de los barcos y levante la vista de los hombres en las cubiertas y altere las cejas de los capitanes, y muchas veces la historia. Olvidar a una rubia es mucho más fácil que olvidar a una morocha, y olvidarnos de olvidar a una rubia o a una morocha es el secreto de esos presocráticos que tenían todo el pasado por delante.
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