ME MATAN SI NO TRABAJO Y SI TRABAJO ME MATAN

ME MATAN SI NO TRABAJO Y SI TRABAJO ME MATAN

2020-06-07 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por JOSÉ SPINA

“El esclavo le saca el látigo a su amo y se golpea solo” (Franz Kafka).

 

       Karoshi es una palabra japonesa que puede traducirse como muerte repentina por exceso de trabajo. En Japón. Como corresponde, los patrones japoneses no reconocen la existencia de tal cosa y los jueces sólo fallan a favor de los parientes (porque el fulano en cuestión ya fue) en un porcentaje ridículo. Es un problema que afecta a todos los oficios, incluso a los gerentes y que tiene que ver con la espectacular intensidad del trabajo y la no menos espectacular extensión de la jornada de trabajo en Japón. La jornada de trabajo en “el país del sol naciente” (y desde ahora de la muerte obrera por excelencia) se extiende más allá de las 40 semanales, constituyendo el país de mayor duración de la jornada en todo el ‘primer’ mundo. Pero, además, los obreros japoneses son obligados a realizar horas extras y renunciar a las vacaciones. En el caso de los empleados, muchas de las horas extras no son pagadas, puesto que se ‘espera’ que el empleado muestre su voluntad hacia la empresa disponiendo de su tiempo libre con generosidad (para la empresa).

Mientras en EEUU los obreros trabajan hasta unas 192 horas extras por año, 117 en Gran Bretaña, 83 en Alemania, en Japón, los obreros trabajan hasta reventar 244 horas.

Éstas son estadísticas oficiales, a las que habría que agregar el trabajo extra fantasma, es decir, que no aparece registrado como tal ya que son ‘muestras’ de buena voluntad.

La jornada de trabajo real de los obreros japoneses supera largamente las diez horas de trabajo. El milagro japonés tiene una base bastante menos milagrosa; la destrucción física de los obreros japoneses. Parece que la Fundación Favaloro descubrió que el infarto, el preinfarto y la muerte súbita podrían ser prevenidos con sólo estudiar el síndrome de agotamiento vital, que según los doctores, se descubre observando la pérdida de energía, el aumento de la irritabilidad y un sentimiento de desmoralización.

Las estadísticas muestran que entre la gente que trabaja el mayor número de infartos se da los lunes a la mañana, y que los episodios coronarios agudos entre los hombres tienen por causa dificultades en el trabajo… Los investigadores de la Fundación dicen que llevará años establecer las relaciones entre el síndrome y los episodios coronarios, sobre todo porque demandan mucho dinero y será difícil sacarles un peso a los laboratorios para ‘un estudio que no apunta a producir una droga’. Sería bueno que estos amables doctores presten atención y busquen ayuda en el personal médico de los sindicatos japoneses.

“¡Señor! Se sabe que los japoneses son, como todos los orientales, gente sufrida y sumisa. No vale como comparación”, continúan protestando los progres disfrazados de sociólogos de la gran multinacional. Bien, qué le vamos a hacer. Cierta gente es dura para entender. Imagine el lector la diferencia de condiciones de trabajo entre una empresa de primera línea en Japón y una empresa tercerizada en el mismo país. Pero vamos a desarrollar esa idea estúpida de que a los japoneses les gusta trabajar.

Japón es, no hay que olvidarlo, un país donde flota la sombra de EE.UU. Lo que quiere decir concretamente, de la bomba atómica. Es el único país, por ahora, que ha comprobado que la fórmula de energía es algo más que una formulita graciosa para póster de chico listo. La miseria y la degradación de la clase obrera japonesa en los años de posguerra y durante la ocupación americana difícilmente puedan compararse con otras experiencias. Es una población aterrorizada. Que sin embargo, protagonizó luchas heroicas que los publicistas del capitalismo humanizado gustan barrer bajo la alfombra. Como las que tuvieron lugar bajo la ocupación americana. En esos tiempos de miseria, la clase obrera japonesa desarrolló una capacidad organizativa notable. En un solo año, entre 1945 y 1946, el Sambetsu, La Confederación de Sindicatos de la Industria, pasó de la nada a 1.600.000 afiliados. ¿Dirigidos por quién? Por los comunistas. ¿Comunistas en Japón? Sí. Los marxistas estamos en todos lados, como una peste. La reacción de la patronal japonesa consistió en el cierre de las fábricas. ¿Y qué hicieron los obreros japoneses? Las tomaron, pusieron a los directivos bajo su control, las reabrieron y relanzaron su producción. Esto pasa todo el tiempo y en todo lugar en que la burguesía reconoce que no puede sostener la vida. Fuera de la fábrica, las masas japonesas establecieron el control de reparto de los alimentos y del sistema de racionamiento. ¿Le sigue sonando piquetero? De eso se trata, claro.

Para 1947, el movimiento obrero ya acumulaba 5.000.000 de afiliados y preparaba una huelga general; política que fue impedida por las fuerzas de ocupación, lo que no impidió que un gobierno socialista ganara las elecciones de ese año. Las debilidades propias del reformismo hundieron al gobierno socialista, dando paso al crecimiento electoral del Partido Comunista, que llega a los 3.000.000 de votos.

Fue allí cuando comenzó, apoyadas en las fuerzas de McArthur, la purga roja; la eliminación de los militantes comunistas y su influencia sindical y política.

Se suprimieron las libertades de expresión y de reunión, se prohibieron las huelgas en el sector público y se proscribió al Partido Comunista. Muy democrático todo.

Se desencadenó una ofensiva sobre los trabajadores con una política de austeridad extrema que provocó quiebras en cadena, salvo un conjunto de monopolios elegidos, favorecidos por los bancos estatales. La desocupación se incrementó en forma explosiva, pero fue enfrentada por un proceso huelguístico extremadamente combativo, reprimido con sangre por las tropas americanas de ocupación. La derrota de algunas huelgas clave y el clima represivo anticomunista hicieron el resto. Los japoneses se transformaron en algo parecido a los que nos cuentan a fuerza de dos guerras mundiales, fascismo, dos bombas atómicas y una represión generalizada durante cinco años seguidos entre la Segunda Guerra y la guerra de Corea.

Cuando llegó el crecimiento económico de los ’50 y ’60, la clase obrera japonesa estaba completamente exhausta. Todavía en los ’70, la Zengakuren, la organización de estudiantes japoneses protagonizará, contra el renacimiento del imperialismo japonés a propósito de la guerra de Vietnam, manifestaciones de más de 500.000 personas, sufrirá más de 14.000 arrestos y se pronunciará contra la universidad burguesa. Reprimido brutalmente, como en Méjico, como en la Argentina, como en Francia, como en Chile, el movimiento estudiantil volvió a su cauce, no sin demostrar la gigantesca capacidad de combate de un pueblo que algún día sorprenderá al mundo con algo más que kamikazes, emperadores ridículos y autos baratos. ¿Se entiende bien ahora cuál es la base del milagro japonés?

  

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