LA DIFUNTA

               Una noche miré a mi alrededor y vi figuras difusas entre las sombras, luces extrañas y acusadores ojos tras los brillantes, efímeros y hechizantes rayos de colores. Me vi rodeada de chistes sin sentido. Rodeada mi cintura por brazos deseosos de un brutal encuentro de placer. Envuelta en una mentira de música, humo, calor y color. Me encontré mirando a lo lejos los ojos de alguien puro e inalcanzable, herido por el arma lamentable de la frivolidad. Sentí que el mundo se desmoronaba, mientras los seres que me rodeaban eran felices dentro de ese sueño macabro que termina siempre en dolor.

Otra noche de soledad.

Termino sola, sintiéndome inevitablemente atraída a un pensamiento: ¿La niña que fui, qué pensaría de la joven que soy? Termino sola sintiéndome traicionada por mi debilidad. Tormento nocturno, la conciencia de la derrota.

 Los oídos zumban, aturdidos de realidad, en la madrugada. Lloran las utopías de mi cuadernito rosa, cada una de esas noches. Lloran desangrados mis cuentos de un mundo mejor. Se desgarran, se deshacen en el viento las esperanzas que prometí  resguardar, custodiar y alimentar. Todas ellas se me escapan, con cada trago a esa botella, con cada respiración empolvada y con cada una de las tristes y desganadas pitadas.

No se vuelve de los viciosos escapes del dolor. Lastima entera y profundamente el alivio de dejar ir la propia esencia.

En esta noche, recordando aquella, tengo una sola certeza, ya no puedo hacerme volver.