Historias del fin del mundo: VECINOS

Historias del fin del mundo: VECINOS

2020-04-04 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por EZEQUIEL PERÍN

        Lo que me pasa con los escritores norteamericanos no es la excepción a la regla, es la regla: no puedo leerlos si no estoy drogado o bajo el efecto de un anestesiante cualquiera, el que más te guste.

“Hemingway escribía en pelotas, pibe”, vomitó una chabón en una barra de las que no recuerdo más que una incomodidad atroz en el banquito.

Los chabones y chabonas se desploman en las barras no por escabio, más bien por la incomodidad de esos banquitos de mierda.

La cosa es de dorapa o desplomado.

El tiempo facilita el desparrame, y no mucho más.

La cosa es que el boncha me escupió con esa de que “Jeminuei” escribía desnudo, sugiriendo que no tenía nada que hacer en ese bar (su bar), no tenía nada que hacer con ese negroni a media asta, nada que hacer con mis tres líneas a duras penas y mucho menos tenía que hacer con la casaca de lama.

A Hemingway no lo leí nunca entero; a Miller sí.

Primavera Negra es para leerlo anestesiado.

Si no, imposible.

Es un gasto de energía hermoso intentar leer de corrido tres líneas.

Hasta que un buen día, derrotado en el sillón, casi acurrucado en un rincón, todo dulce por el humo y un tecito fresco, aprendí que Primavera Negra no se podía leer solo y que así pateaba lindo, en vez de correr.

A Primavera había que caminarlo como un turista en tu propia ciudad, dijo un imbécil. Cuestión, el boncha, además de echarme de por ahí sutilmente, me dio una idea pelotudísima de las que más me gusta.

Porque acá las ideas de mierda terminan siendo siempre las más interesantes.

¿Y si le tiramos piedras al tren bien parados al costadito de la vía? Claramente es más divertido que jugar al veinticinco, pero ustedes dirán que no está bien. Entonces, dame las piedras y hagamos concha el tren a piedrazos.

¿Cerramos las ventanas del auto y fumamos desde puente Saavedra hasta el Obelisco? Dirán que es una inconsciencia manejar drogado, llenar el auto de tufo así y ser un peligro para la sociedad. Bueno, ponelo en cebador.

Y me recontra cago de la risa de tan sólo pensar en ideas de mierda pasadas, futuras y deseadas.

Bueno, escribo desnudo.

Es mi primera vez.

En realidad, pará, desnudo de la cintura para abajo, con el boxer enroscado al shorcito de fútbol a la altura de los tobillos y una musculosa rancia.

Podríamos decir que estoy cagando el texto.

¿Desnudo? Sí, pero parcialmente, como cagando el asunto.

Haciendo caca.

No sé si fue lo que el borracho intentó inculcarme, ahora que lo pienso, pero las sensaciones son raras.

Primero, reconocer que estás más cagando que desnudo, es complejo y presenta más que un derroche de tinta.

Es complejo porque efectivamente para cagar tenés que estar desnudo (bueno, ponele), pero al escribir en la misma desnudez teórica que cuando hago caca, estoy más cagando que escribiendo, entonces estoy cagando un texto.

Segundo, la silla de madera solamente coopera a que se pegue decididamente el culo al asiento con la transpiración como único e inmejorable adhesivo.

Pará, ¿por eso decimos adhesivo de cola vinílica?

Porque la usan mayormente los carpinteros.

Silla de madera.

Cola.

Desnudo.

Transpiración.

La dejo, para pensar.

Tercero, los vecinos hace cuarenta y cinco minutos me están puteando a través de la reja que separa el patio común con mi living-comedor-cocina (no nos dio para más).

Podría cerrar el ventanal, correr las cortinas o bien retirarme de la vista compartida, pero no tendría sentido.

¿Por qué “Jeminuei” escribiría desnudo si no es para que lo vieran los vecinos o alguien que pase por ahí?

Yo, acá, abrí los ventanales, corrí las cortinas y me senté bien perfilado para que se note que estoy en pelotas cagando un texto, viejo.

Que si la vieja del cinco pasó, relojeó, se quedó, pidió ayuda para putear, se juntó con la del doce, me tiraron unas ramas, llamaron la atención del cornudo del ocho, para que el tipo llene una botella con meo, me la revoleé por la zabeca y sigan con el asunto, a mí me tiene sin cuidado.

Sigo en pelotas con mi texto, por empezar mi texto, qué más da.

Clavado en el “había una vez” titila hace cuarenta y cinco minutos el cursor, pero estamos en pelotas, como “Jeminuei”.

Incluso, mejor, porque yo lo estoy sacando de bien adentro; ya va a salir entero, cuesta, duele, se transpira, pero cagar un texto no es para cualquiera, “Jeminuei”.

Señoras, corneta del ocho, ¿leyeron Primavera Negra?

  

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