PUEBLO CHICO, INFIERNO GRANDE
2020-02-25 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ALEJANDRO PASCOLINI
Intentó escribir la primera novela sobre su infancia en el pueblo donde había nacido y donde todavía vivía.
Le demandaría un gran esfuerzo de memoria pero se propuso cada noche sentarse al lado de la ventana de su casa que daba directamente al río, y escribir lo primero que le venga a la cabeza.
Sospechó que como un relámpago vendrían hacia él las ideas.
Uno no sabe cuándo podría relampaguear pero sí que en ese segundo se ilumina todo lo que puede observar a su alrededor y un poco más…
Se le impuso la idea de que la imagen del relámpago como inspiración súbita y efímera le sería fundamental para poder escribir, incluso para sobrevivir…
Comenzó su obra haciendo referencia a la separación de sus padres. La visión, desde la ventana del living de su hogar, de su padre abandonando la casa le parecía tan actual e insoportable como un dolor de muelas. Sin embargo, no logró reconstruir los motivos de dicha pérdida ya que su madre, fallecida meses después de la partida de su progenitor, nunca le brindó las explicaciones demandadas. Sólo recordó que mientras su padre se perdía detrás de un monte él escribía en un viejo anotador su primera obra literaria donde plasmaba, no sólo los sentimientos que le producía la ruptura conyugal, sino también que ensayaba sobre el papel las que eran para él las causas de la misma. Ese fue su primer intento literario…
Todas las noches se proponía escribir su biografía infantil pero sólo alcanzaba a garabatear algunas estrofas inconexas y sin sentido.
Pero en aquellas noches de lluvia y en el momento exacto en que podía observar desde su ventana un relámpago lastimando el cielo, acudían a él recuerdos que en un principio le parecían tan ajenos como si fueran de otra persona y tantos como si pertenecieran a varias vidas.
En un principio, las voces, las imágenes, incluso los olores, se agolpaban en sus manos y lo obligaban a escribir pequeñas historias las cuales poseían un sentido que parecía inamovible. Pero cuando acudía a su memoria, un dato nuevo en relación a alguna escena rememorada, esa misma escena cambiaba totalmente de significado. Por lo cual escribía y reescribía varios retazos de su infancia, proceso que le parecía infinito y al cual limitaba eligiendo algunas de las opciones posibles, declararla como la más pertinente y unirla al papel en forma definitiva.
De todas formas, sospechaba temerosamente que los otros acontecimientos intuidos tenían el mismo valor de verdad que los elegidos como “reales”.
En las noches sin lluvia no existía inspiración, en las noches lluviosas pero sin relámpagos tampoco…
Percibió que sufre de muchos y muy particulares olvidos, especialmente en relación al motivo de la separación de su familia: ¿porque jamás volvió a ver a su padre? ¿por qué poco tiempo después su madre murió, de qué murió su madre?
Esperaba ansiosamente cada noche que el cielo se ilumine y que ilumine la oscuridad de su amnesia.
Indignado de que los momentos de inspiración estén tan supeditados a las condiciones climáticas, decidió recurrir a su actual mujer, de la cual fue novio desde los 14 años y se casó a los 40 para que le brinde información sobre su familia, ya que lo conoce tanto a él como a su familia desde que tiene memoria, o antes.
Ella, respondió al pedido comentando anécdotas donde se incluían a sus padres y a vecinos, personajes que a él no le parecía haber conocido nunca, como si salieran de la imaginación de su pareja, la cual parecía ser mayor que la de él.
Imprevistamente, mientras la escuchaba percibió algo en ella que lo dejó petrificado; el parecido de su rostro con el de él.
Por suerte, un estruendo y una luz fulgurante lo salvaron de su presencia, de esa imagen tan parecida a la propia.
Abandonó la conversación y se dirigió a su ventanal a observar aquella señal entre los astros que le servía de anzuelo para las imágenes pérdidas.
Rememoró cuando la conoció a ella, Matilde, su primera y única novia: un día, a sabiendas que vivía junto a su casa la invitó a nadar al río y entre las tenues olas, ella le dio el primer beso, y también le otorgó su más peligroso secreto: era hija de una mujer que fue asesinada por su marido cuando este se enteró que le había sido infiel con un vecino muy cercano. Ese vecino era su propio padre, quién se hizo cargo de ella y del recuerdo de su amante muerta. El asesino, luego del acto se entregó a la policía no sin antes despedirse de su hijo quien lo saludaba por la ventana de su casa.
Luego, en los diarios de la zona, le comentó que leyó que el esposo despechado después de asesinar a su esposa intentó, entre la oscuridad total de la noche, matar con una navaja a su hijo.
En el momento en que estaba por un hundir el filo en su cuello, cuenta la versión periodística que el niño percibió, gracias a un relámpago, la imagen más que iluminada de su padre alienado y gracias a esta repentina iluminación logró observar el peligro y escapar. También a su padre le sirvió esa huida para detenerse, arrepentirse y salir del hogar, saludarlo una vez fuera de él y entregarse a la justicia.
¿Su madre había sido asesinada por su padre? ¿Era la misma madre que su mujer de toda la vida relataba haber tenido y perdido a manos de una descarga de celos? ¿El siniestro parecido de su rostro con el de Matilde era casual?
El cielo se puso en calma, todas las palabras que le venían a la mente se situaron alrededor de aquella tía que lo crió siendo huérfano y que le impedía en su adolescencia, de todas las formas posibles, que se encuentre a solas con la mujer con quien luego se casó.
Su angustia se calmó cuando se dio cuenta de que tenía una excelente novela que contar. Incluso que era obvio su título: “Pueblo chico, infierno grande”.
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Excelente.