HEGEMONÍA
2019-11-06 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por JUSTO LAPOSTA
Ninguna persona medianamente culta podría leer o presenciar una obra como Edipo Rey o Hamlet, de la misma manera que lo hacían sus contemporáneos. Entre Sófocles, Shakespeare y nosotros está Freud. El padre de la psicología moderna intervino sobre aquellas obras de una manera que las cambió para siempre. Es imposible escuchar el título de la obra de Sófocles sin pensar en el Complejo de Edipo.
Lo mismo pasa con el Capitalismo, que no fue definido por los capitalistas sino por la interpretación que Marx hizo de él. Conceptos como plusvalía, mercancía, explotación, lucha de clases o fetichismo son inseparables del imaginario construido alrededor del capitalismo. Otro tanto podríamos decir sobre la inter-versión que hace Nietzsche sobre la moral judeo-cristiana, a través de un trabajo genealógico que muestra cómo los valores aristocráticos fueron subvertidos por una moral de esclavos, que hizo metástasis en la Historia con su nihilismo decadente.
Marx, Nietzsche y Freud han producido acontecimientos catastróficos en la historia al sacudir los cimientos hegemónicos de su época, reinterpretando y resignificando la economía, los valores y al sujeto. El siglo XX fue prácticamente un efecto de sus inter-versiones. Confrontamiento ideológico empujado por el conflicto de las interpretaciones, un campo de batalla en pleno sentido común. Y una Guerra Psicológica desatada por el Poder Hegemónico, para imponer el consenso legitimador de una forma de dominación social. La eterna lucha por el sentido, mediante el cual una sociedad y una época se explican a sí mismas el funcionamiento del Poder.
El Poder Hegemónico es la cristalización de interpretaciones en verdades que no se discuten, la ideología en su máxima expresión. Y cuando una ideología se discute a través de una inter-versión que rompe la trama urdida por el discurso dominante, surge la violencia. Si algo nos demostró la historia es que el Poder no se entrega alegremente. El poder es netamente conservador y se ejerce desde la imposición. La imposición de sentido, de valores, de imaginarios. Lo que nosotros llamamos el “pobre de derecha” o “desclasado” es un claro ejemplo de poder hegemónico. Es legitimar el Poder de turno más allá de sus consecuencias catastróficas.
Las revoluciones nunca se hicieron a través del diálogo y el consenso. Las democracias modernas toleran el diálogo y el consenso siempre y cuando no se ponga en duda la propiedad privada, la renta financiera y los privilegios de clase. Lo más osado que llegamos a ver fueron reformismos que promueven la distribución del ingreso y la ampliación de derechos, pero estructuralmente lo injusto del sistema queda igual, la cosmovisión hegemónica no se modifica sustancialmente. “Capitalismo humanizado”, diría un amigo.
La discusión hoy en día es si el Estado debe intervenir la economía o dejarla en manos del Mercado. Keynes o Friedman. Progresismo o Neoliberalismo. Pero en resumidas cuentas Capitalismo financiero. Ese es el marco hegemónico que impone valores y un modo de vida que poco y nada quiere saber de revoluciones o subversiones. Con el Che Guevara está todo bien siempre y cuando esté en las remeras y no en las calles.
Hay un deseo de subversión puramente declamativo. El sistema depredatorio del neoliberalismo es condenado a diario en un repetido ejercicio masturbatorio a través de redes sociales, que es más que suficiente para la catarsis ciudadana. El Sistema sabe muy bien esto y lo promueve. Antes había que salir a las calles para hacerse escuchar, había que poner el cuerpo contra el enemigo. Hoy nadie quiere poner nada en riesgo, ni la vida, ni lo poco ni mucho que se tiene.
Vivimos en un sistema cuya condición de posibilidad está basada en la desigualdad y la injusticia, en genocidios y saqueos a gran escala, en la concentración de la riqueza y la distribución de la pobreza, en la destrucción sistemática del medio ambiente. Todo esto ya lo sabemos, se discute y se denuncia todos los años en los foros internacionales. Pero seguimos caminando hacia la picadora de carne como autómatas. Por qué. Porque cuidar el medio ambiente y lograr una justa distribución de las riquezas implicaría cambiar nuestro modo de vida, los medios y formas de producir y consumir, los privilegios de clase y tantas cosas más, que nadie quiere aunque lo exija.
Es decir, producir una subversión de valores y significados que altere las relaciones sociales, económicas y culturales, a tal punto que nos sería difícil imaginar a nosotros los resultados de tal revolución, es hoy una utopía. Pero la utopía, como decía Eduardo Galeano, es como el horizonte, camino dos pasos y se aleja diez. Para qué sirve… para eso, para caminar.
Si hay algo que también nos demostró la historia, es que todo cambia por más conservadores que seamos. Si bien el capitalismo demostró ser lo suficientemente elástico y dinámico para adaptarse a las nuevas generaciones y sus demandas, también hemos visto a lo largo de la historia subversiones, revoluciones y cambios de paradigmas que hicieron posibles saltos evolutivos en la humanidad. Todavía no sabemos bien lo que la revolución tecnológica del siglo XX y estas casi dos décadas del nuevo siglo producirán en la humanidad y sus sistemas políticos, económicos y sociales. Estamos resignados a pensar que es imposible o inútil luchar contra la Matrix. Resignación inseminada por el aparato propagandístico.
Sin embargo los cielos han visto caer a los Imperios más grandes y poderosos. Nada hay que resista al desgaste del tiempo y las nuevas generaciones. Esperemos que la revolución por venir no llegue demasiado tarde.
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