DEMOSLECRACIA
2019-11-06 Desactivado Por ElNidoDelCucoPor MACEDONIO
El sistema de gobierno llamado Democracia nació hace más de 25 siglos en Atenas. Como todo, nació de la necesidad de organizarse social y económicamente. Una forma original y creativa de gobernarse a sí mismos sin la figura de un tirano. Se decidía todo en asambleas y se votaba a mano alzada. No era una democracia representativa como las contemporáneas, sino participativa. A pesar de que se elegían representantes, se hacía por sorteo y los cargos no duraban mucho. La idea era que todo ciudadano ocupara un cargo aunque sea una vez en su vida. Pero en aquellos tiempos la ciudadanía era un título extendido solo a los hombres libres, propietarios, y con el patrimonio suficiente como para costear su traje y armas de guerra. Una democracia muy acotada para lo que entendemos nosotros, ya que el Demos no era el pueblo en su conjunto sino una minoría aristocrática u oligarca, según como se lo mire.
Es decir que ser un ciudadano ateniense era no solo un privilegio sino toda una responsabilidad asumida. No solo decidían y ejecutaban sus actos de gobierno sino que iban a la guerra cuando su libertad o sus intereses estaban en riesgo. Ejercían de manera directa el poder.
Un griego de aquella época sentiría desprecio por nuestras democracias republicanas. La mentira del Contrato Social (que nadie firmó) a través del cual el pueblo delega el poder a representantes elegidos libremente, es un protocolo eficaz para mantenernos lejos del poder y las decisiones. Tampoco hay responsabilidad contractual de parte de los candidatos al poder. Se puede prometer cualquier cosa y luego hacer lo contrario sin ningún tipo de consecuencias. Se pueden tomar decisiones que lleven a la ruina a una nación con total impunidad. La única cuota de poder que tiene el pueblo en sus manos es el voto. Cada tantos años la mayoría decide si cambian los protagonistas políticos o renuevan su mandato. Pero cambiar de gobierno no significa necesariamente cambiar de Poder. El Poder trasciende los gobiernos y las banderas partidarias. Entonces si el pueblo tiene el poder de cambiar de gobierno pero no de Poder, ¿cuál es en definitiva su poder?
Hoy parecería que ni las mayorías están calificadas para elegir representantes idóneos, ni los candidatos reúnen las capacidades necesarias para enfrentar los desafíos sociales, políticos y económicos. Se suele repetir que hay un problema de representatividad. Y es probable que así sea, teniendo en cuenta que en un sistema representativo el pueblo haya dejado de ser representado, y su lugar haya sido usurpado por las corporaciones.
Hemos visto cómo estos últimos años se sepultó el debate político debajo de toneladas de consignas vacías y guiños marketineros. Y cómo los políticos de carrera son suplantados por empresarios y especímenes de la farándula. Ya no hacen falta estadistas y políticos de fusta, sino CEOs y Gerentes pragmáticos que representen con disciplina castrense los intereses corporativos.
El 27 de Octubre el pueblo argentino decidió en las urnas que Mauricio Macri no será reelegido y que Alberto Fernández es el nuevo presidente electo. El único presidente en la historia argentina que no logra su reelección se va después de una gestión horrorosa dejando un país empobrecido y al borde de una catástrofe social. No tiene un solo logro que mostrar en cuatro años. Lo que estaba bien lo destruyó y lo que estaba mal lo empeoró. Así y todo el recuento de votos dice que sacó más que en las generales de 2015. Lo cual nos sugiere la pregunta de qué pasaría si nuestra democracia fuese participativa con un tipo de ciudadanía como esta. Una pregunta tramposa porque quizás con el ejercicio directo del poder la calidad ciudadana sería otra al asumir responsabilidades ante sus pares. Pero no lo sabemos. Quizás tendríamos los mismos problemas.
Los desafíos son muchos teniendo en cuenta las urgencias básicas como el hambre y la pobreza. Para colmo hay que discutir con un ejército de perversos y psicópatas que no creen en tales urgencias. Se ha hecho un daño social que puede desembocar en violencia. Y una guerra fría que dañó los lazos comunitarios es caldo de cultivo de odios y revanchas.
Lo cierto es que los que prometieron volver volvieron y el profeta de la revolución de la alegría fue cocinado en su propio guiso. Pero ojo. Macri fue derrotado, pero no el macrismo, que seguirá haciendo lo que mejor sabe hacer: mucho daño.
¿Y ahora qué?
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