EL REMISERO

El viaje más largo que le tocó como remisero…

Luego de dormir una larga y reparadora siesta en el sillón de la parte posterior de la agencia, la telefonista le anunció que necesitaban un auto para el aeropuerto de Ezeiza.

El recorrido era de ida y vuelta e incluso debía esperar que los clientes que demandaban el servicio esperen a sus familiares en el hall del aeropuerto si el vuelo atrasaba su llegada.

Paco, hombre soltero y sin apuros, estuvo a punto de rechazar el trabajo, ya que le insumía demasiado esfuerzo tanto el viaje como la espera pues (salvo en el momento de la siesta) hacía 36 horas que manejaba sin parar. De todas formas, y sin saber por qué, aceptó la labor, quizás porque la familia a esperar provenía de Uruguay, país caro a sus sentimientos.

Mientras se lavaba la cara y colgaba en su cuello una medalla de plata, intentaba recordar en qué localidad había conocido a Ines, esa uruguaya que veinticinco años atrás, le había hecho más que soportable su exilio político antes de regresar a Buenos Aires. Con ella, además de intensas veladas de sexo, compartió su sueño (no realizado) de ser músico haciéndole conocer una gran variedad de música que jamás había escuchado alcanzando a arraigar en su alma un muy profundo gusto por el blues.

Dirigiéndose lentamente al auto, mientras la recepcionista le gritaba “dale gordo que la gente que llamó parecía impaciente” reflexionó que quizás Inés se fijo en él no por su esbelta figura sino porque era el primer pelirrojo que conocía en su vida.  Según las propias palabras de la bella oriental, en todo el pueblo nunca había existido un ser con el pelo rojo y quería conocer como sería alguien de sus características en la intimidad. Pero debió interrumpir súbitamente sus cavilaciones para dirigirse prontamente a destino.

Siempre, antes de arrancar y como una cábala, miraba su medalla, el único recuerdo de ese

pueblo uruguayo, y se interrogaba sobre el significado de las dos iniciales que estaban labradas en ella: J.C.

 También, sin comprender el significado, recordó las palabras que su amante uruguaya repetía siempre: “no es posible librarse de los sueños, ellos siempre están presentes y si uno los olvida retornan de la forma más inesperada y más incómoda”

Pero todo eso había pasado hace ya más de veinticinco años, lapso demasiado extenso para que ella se acuerde de él, demasiado para que el tiempo no empuje al abismo al amor.

Al llegar a la casa de los clientes y mientras tocaba insistentemente la bocina para anunciar su llegada, de manera obsesiva se insinuaba en su mente otra vez, la anterior sentencia “no es posible librarse de los sueños, ellos siempre están presentes y si uno los olvida retornan de la forma más inesperada y más incomoda”

Los pasajeros subieron al Renault y le avisaron que debía dirigirse lo más rápido posible al aeropuerto pues su sobrino no toleraba esperar.

A él no le gustaba apurarse, por eso amaba al blues, era una música sin apuro con la cadencia de un río transparente y luminoso… pero puso primera y arremetió hacia Ezeiza.

Al llegar, esperó en el estacionamiento que los pasajeros esperen en el hall a su sobrino, hasta que los vio salir de la puerta principal con un joven pelirrojo, quien se subió al auto y le indicó el camino de regreso.

En la parte trasera del auto los tíos del recién llegado lo interrogaban sobre el porqué de su llegada a la Argentina. El joven respondió que venía a presentar su banda en distintos locales de la Capital Federal. Sus familiares asombrados y bastante curiosos lo inquirieron sobre su gusto por la música a lo que él respondió: tiene que ver con mi vieja, ella me trasmitió el amor por la música, me hizo escuchar discos que sólo se conseguían en Argentina pero que ella atesoraba vaya a saber por qué motivo. Y agregó: además es una forma de estar más cerca de mi padre al que nunca conocí pero del que sabía por las palabras de mi madre que soñaba ser músico, si no podía estar cerca de su presencia real por lo menos realizar algo de sus deseos era una forma de acercarme a él.

El remisero, que como decíamos antes, no gustaba de apurarse, volvió a poner primera (pero ahora por motivos propios) y aceleró con la intención desesperada de llegar lo más rápidamente a destino y despedir a los pasajeros. Al mismo tiempo pensaba y pensaba por qué Inés le había regalado esa medalla con las iniciales J.C.

Súbitamente, el tío del pelirrojo inquirió: pero Juan Carlos, porque tanta afinidad por el blues existiendo tantos estilos, a lo que él respondió: “el blues es un ritmo con la cadencia de un río transparente y luminoso. Nunca supe quién pronunció por primera vez esas palabras y ya no me importa saberlo pero sé que me marcaron a fuego”, para después agregar con tono orgulloso una frase que parecía considerar de su propia inspiración: “mi música es mi sueño, si no lo realizo va a surgir de todas maneras, pero de la forma más inesperada y más incómoda”

Paco frenó bruscamente el auto, apoyó sus dos manos sobre el volante y por primera vez en su vida, lloró.