AMBROSE BIERCE – El que habita en Carcosa

AMBROSE BIERCE – El que habita en Carcosa

2019-11-05 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por ALBERTO JUAREZ

               Sabemos que fue un escritor de las profundidades, ciertamente. Que aún así, el célebre escritor argentino Rodolfo Walsh lo caracterizó como el sucesor ilustre de Edgar Allan Poe. Lo esencial para éste último, decía Walsh, “era buscar un efecto único, y Bierce es quien sirve más fielmente esa regla”. Sus cuentos producirán siempre una impresión definida: a menudo desagradable, a menudo terrible, casi siempre, memorable.

Pero algo los separa: la muerte. Allí se sobrepone Bierce a esta comparación intelectual que propone Walsh.

Porque a Bierce no le cabe la muerte, ni siquiera una muerte oscura como la de Poe; así es que simplemente decide desaparecer.

Lo intenta en varias oportunidades. Con paciencia de artesano garabatea páginas, crea historias misteriosas, actúa en la burocracia casi siempre infecunda de su oficina, y hasta se embarca en una aventura bélica.

Al fin parece lograrlo.

Bierce es el único escritor que desapareció tres veces. ¿Por qué?

Tal vez porque detesta la muerte ordinaria, “esa muerte por vejez, por enfermedad o por una caída en la escalera del sótano” a la que refería con repulsión. Entonces trama su teatro y decide perderse. Primero lo hace en la comodidad de su hogar, mientras conspira historias truculentas, en su escritura que lo transporta como un viento lúgubre y tenebroso a la onírica Carcosa, terreno teñido de una gris agonía pero fértil a la leyenda.

¿Dónde está Ambrose Bierce?

Bierce es ante todo un rebelde natural, o debo decir, un provocador profesional. Como Parker Adderson, se burla de la muerte. La mira a la cara y se ríe de ella; la menosprecia, la niega, finalmente, deshace sus hilos: “la muerte no existe”, decía el sargento Parker a través de la pluma de Bierce. Así que una noche de intenso frío, bajo el abrigo de su soledad, de su impaciencia, de su insoportable incomodidad, redobla la apuesta que hasta allí era parte de un discurso fantástico, y trama uno de los mayores misterios de su época: se esfuma por segunda vez.

  

El biógrafo Friedrich Kotz afirma que se unió a los ejércitos de Pancho Villa, en las guerras de México. Pero Kotz es historiador. Le gusta ante todo el mito y la literatura. Colorea los acontecimientos para recrear una historia quijotesca, en la que un Bierce ya viejo, cansado, desconocido, enfermo, traslúcido, se bate a tiros en medio de la Revolución mexicana. Kotz aporta, como es de esperar, destellos verosímiles a su historia. Cita, para fundamentar esa aventura, una carta que Bierce dejó en 1913 en donde revelaba que partía con “rumbo desconocido” tras una furiosa pelea con su editor y jefe William Randolf Hearst, un magnate de la prensa y los medios de comunicación estadounidense que poseía tierras comprometidas en México, cuyo ejército revolucionario amenazaba recuperar.

Bierce se alza entonces como un justiciero. No le importa, tal vez, la causa rebelde; prefiere la aguerrida ferocidad de las milicias de Villa a la insurgencia de Zapata. Ve allí su oportunidad para perpetrar su venganza, y la toma.

Pero vuelve a desaparecer.

 

 

¿Dónde está Ambrose Bierce?

Bierce siempre fue un extranjero, un desconocido, incluso en su propio país. Su obra se lee en círculos reducidos con mucho interés y poca trascendencia. Arnold Bennett lo llamó una “celebridad subterránea”: famoso, pero sólo entre pocos.

Carcosa fue su primer fuga; los forajidos de Villa, la segunda.

Pero Bierce es tenaz, y vuelve a desaparecer: la crítica lo sepulta, la academia lo esquiva, el público lo ignora.

                                                                      

Opera en él una metamorfosis, se desvanece pero se transforma en leyenda. A pesar de mantenerse en las sombras, esta alquimia lo sobrepone a la muerte: Bierce sobrevive, perdura. Pero ya no es él, claro, sino una historia; un mágico destello que envuelve de misterio a un escritor memorable, que pese a la adversidad, seguirá siendo invocado, como en Carcosa, por los lectores que oficien de médiums y se aventuren en la abismal profundidad de su obra.

 

 

Dónde está Ambrose Bierce es una pregunta que no debe intentar evitarse.

Hay algo del orden de lo sagrado en aquel que desaparece. Su cuerpo insepulto se presenta como una negación de la muerte, algo que no para de llamar desde algún lado, algo que no está presente, pero que aún así no puede morir. Algo que no se extingue, que permanece allí, que late, a veces, que duele.

Pero que espera siempre que lo encuentren.

¿Dónde está Ambrose Bierce?

Sabemos que fue un escritor de las profundidades, ciertamente. Que aún así, el célebre escritor argentino Rodolfo Walsh lo caracterizó como el sucesor ilustre de Edgar Allan Poe. Lo esencial para éste último, decía Walsh, “era buscar un efecto único, y Bierce es quien sirve más fielmente esa regla”. Sus cuentos producirán siempre una impresión definida: a menudo desagradable, a menudo terrible, casi siempre, memorable.

Pero algo los separa: la muerte. Allí se sobrepone Bierce a esta comparación intelectual que propone Walsh.

Porque a Bierce no le cabe la muerte, ni siquiera una muerte oscura como la de Poe; así es que simplemente decide desaparecer.

Lo intenta en varias oportunidades. Con paciencia de artesano garabatea páginas, crea historias misteriosas, actúa en la burocracia casi siempre infecunda de su oficina, y hasta se embarca en una aventura bélica.

Al fin parece lograrlo.

Bierce es el único escritor que desapareció tres veces. ¿Por qué?

Tal vez porque detesta la muerte ordinaria, “esa muerte por vejez, por enfermedad o por una caída en la escalera del sótano” a la que refería con repulsión. Entonces trama su teatro y decide perderse. Primero lo hace en la comodidad de su hogar, mientras conspira historias truculentas, en su escritura que lo transporta como un viento lúgubre y tenebroso a la onírica Carcosa, terreno teñido de una gris agonía pero fértil a la leyenda.

¿Dónde está Ambrose Bierce?

Bierce es ante todo un rebelde natural, o debo decir, un provocador profesional. Como Parker Adderson, se burla de la muerte. La mira a la cara y se ríe de ella; la menosprecia, la niega, finalmente, deshace sus hilos: “la muerte no existe”, decía el sargento Parker a través de la pluma de Bierce. Así que una noche de intenso frío, bajo el abrigo de su soledad, de su impaciencia, de su insoportable incomodidad, redobla la apuesta que hasta allí era parte de un discurso fantástico, y trama uno de los mayores misterios de su época: se esfuma por segunda vez.

  

El biógrafo Friedrich Kotz afirma que se unió a los ejércitos de Pancho Villa, en las guerras de México. Pero Kotz es historiador. Le gusta ante todo el mito y la literatura. Colorea los acontecimientos para recrear una historia quijotesca, en la que un Bierce ya viejo, cansado, desconocido, enfermo, traslúcido, se bate a tiros en medio de la Revolución mexicana. Kotz aporta, como es de esperar, destellos verosímiles a su historia. Cita, para fundamentar esa aventura, una carta que Bierce dejó en 1913 en donde revelaba que partía con “rumbo desconocido” tras una furiosa pelea con su editor y jefe William Randolf Hearst, un magnate de la prensa y los medios de comunicación estadounidense que poseía tierras comprometidas en México, cuyo ejército revolucionario amenazaba recuperar.

Bierce se alza entonces como un justiciero. No le importa, tal vez, la causa rebelde; prefiere la aguerrida ferocidad de las milicias de Villa a la insurgencia de Zapata. Ve allí su oportunidad para perpetrar su venganza, y la toma.

Pero vuelve a desaparecer.

 

 

¿Dónde está Ambrose Bierce?

Bierce siempre fue un extranjero, un desconocido, incluso en su propio país. Su obra se lee en círculos reducidos con mucho interés y poca trascendencia. Arnold Bennett lo llamó una “celebridad subterránea”: famoso, pero sólo entre pocos.

Carcosa fue su primer fuga; los forajidos de Villa, la segunda.

Pero Bierce es tenaz, y vuelve a desaparecer: la crítica lo sepulta, la academia lo esquiva, el público lo ignora.

                                                                      

Opera en él una metamorfosis, se desvanece pero se transforma en leyenda. A pesar de mantenerse en las sombras, esta alquimia lo sobrepone a la muerte: Bierce sobrevive, perdura. Pero ya no es él, claro, sino una historia; un mágico destello que envuelve de misterio a un escritor memorable, que pese a la adversidad, seguirá siendo invocado, como en Carcosa, por los lectores que oficien de médiums y se aventuren en la abismal profundidad de su obra.

 

 

Dónde está Ambrose Bierce es una pregunta que no debe intentar evitarse.

Hay algo del orden de lo sagrado en aquel que desaparece. Su cuerpo insepulto se presenta como una negación de la muerte, algo que no para de llamar desde algún lado, algo que no está presente, pero que aún así no puede morir. Algo que no se extingue, que permanece allí, que late, a veces, que duele.

Pero que espera siempre que lo encuentren.

  

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