DÍAS SIN ESCRIBIR NADA

DÍAS SIN ESCRIBIR NADA

2019-09-19 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por ALEJANDRO PASCOLINI

             Probó levantarse todos los días a la misma hora (las 7 de la mañana) y establecer una rutina que le propicie la concentración necesaria para iniciar la novela que le reclamaba la editorial. Pero no sucedía nada, ni una letra, ni el atisbo de una idea.

También intentó buscar inspiración gastándose las tres cuartas partes del adelanto que le entregó la editorial en prostitutas, alcohol, drogas y salidas nocturnas con el fin de recabar experiencias intensas e información sobre la noche porteña que le brindara material para escribir. Sólo logró terminar (no se acuerda cómo) internado con sífilis en el servicio hospitalario del neuropsiquiátrico José T. Borda.

Dicen que sus últimas palabras antes de que lo ataran a la cama fueron: “el enano se llevó la bolsa, el enano se llevó la bolsa”.

Luego, ya recuperado de la ingesta de dicha bolsa y a la vez más calmado por la pérdida de la misma, contaba con tan poco dinero como pensamientos para volcar al papel.

Para colmo, los vecinos de al lado discutían todo el tiempo, todas los noches. Muchas veces, indignado por el ruido permanente de sus compañeros de piso, dejaba abruptamente de escribir, tiraba el papel con algunas anotaciones insignificantes a la basura y se iba a trabajar o a dar una vuelta. “En estas condiciones no se puede escribir nada significativo” razonaba y huía de su edificio hacia algún lugar más tranquilo.

Una cosa que le inquietaba era que cada tarde cuando sacaba la bolsa (no la que le robó el enano sino la de residuos) a la calle, se encontraba un mendigo en la vereda de enfrente.

Al principio lo tomó como una casualidad, pero con el tiempo se le tornó algo enigmática esta coincidencia.

Pero él seguía preocupado porque no podía avanzar en la novela, sólo plasmaba algunas oraciones sin sentido, inconexas entre sí. Otro tema que no lo dejaba abocarse a su encargo y crear era que no comprendía por qué Elvira lo había dejado. Un día, simplemente, le comentó que debía hablar con el encargado del edificio por un problema con las expensas, cerró la puerta del departamento y nunca más supo de ella. A veces le parecía escuchar su voz, pero entendía que era obra de su imaginación… esa que para escribir le estaba faltando.

Y la pareja vecina seguía gritando, especialmente la mujer. Incluso en esos gritos le parecía escuchar su propio nombre pero seguía demasiado concentrado y preocupado en su trabajo como para prestarles atención a esos vecinos tan molestos.

Alguna vez, escribió algo acerca de ellos con el intento de iniciar una historia pero (como siempre) consideró irrelevante lo bocetado y lo arrojó al cesto.

Pasaba las horas mirando fijamente la pantalla de su computadora, apenas tecleando algo.

Y el mendigo siempre que salía a sacar la basura, incólume, sin hacer un solo gesto, en la vereda de enfrente…

A veces se colgaba mirando un programa cultural llamado “El refugio de la conchuda” donde el conductor entrevistaba a escritores, especialmente a los que editaban sus primeros trabajos. La emisión le interesaba bastante, aunque le llamaba un poco la atención su título.

Una tarde de sábado que estaba mirando aquel programa, presenció el diálogo con un escritor al cual le pareció reconocer su rostro.

El intelectual presentaba su obra: de manera muy pausada relataba la historia de un periodista al cual se le había encomendado el trabajo de confeccionar su primera novela. Como no encontraba inspiración intentó armarse de una rutina consistente en levantarse muy temprano, desayunar sano y escribir sin cesar durante 8 horas seguidas.

Como no le funcionaba ese método probaría con el contrario. Es decir, descontrolar su vida y encontrar la musa en los laberintos de la noche y los excesos.

En medio de esos intentos donde sólo importaba escribir, descuidó sus afectos y hasta sus necesidades más básicas. Para colmo, sólo borroneaba algunas pocas frases, las cuales no le contentaban y las arrojaba a la basura. Pero esas frases, esos enunciados, remitían a lo que fantaseaba que sería el destino de esa novia que un día se despidió de él para dirigirse al departamento que se ubicaba justo enfrente del que alquilaban para solucionar una deuda con el edificio. En la historia, su ex era secuestrada por el administrador con el objetivo de cobrar un rescate, pero él no atendía las llamadas ya que tenía el teléfono desconectado para poder enfocarse mejor en su labor. También su pareja alcanzaba a gritar en busca de auxilio, pero el escritor, tan abocado a pensar su ficción (o a pensar por qué no la realizaba) creía que los alaridos se debían a una discusión de pareja de algún departamento cercano.

El entrevistador interrumpió el relato del novel escritor para preguntarle a qué se dedicaba antes de escribir y este le respondió que cirujeaba por las calles de Buenos Aires en busca de información para su faena artística.

Mientras sonaba el televisor se escuchaba de fondo el alarido de la mujer en el departamento de enfrente.

El protagonista de esta historia se levantó aterrado de su sillón y corrió hacia el departamento del encargado del edificio. Fue tarde, los gritos de su novia se callaron y estaba su cuerpo sangrando y tendido sobre el suelo. La policía se llevaba esposado a su vecino-administrador.

  

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