EL ETERNO RETORNO DE UNA ENFERMEDAD MORTAL
2019-09-14 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por GERMÁN GOMEZ
Hay enfermedades que atacan una vez, se curan y no vuelven más. Hay otras que no se curan nunca, son crónicas, están ahí. Las hay también que se curan pero vuelven. No es necesario que retornen, pueden desaparecer un día de manera definitiva, pero si no se toman los recaudos necesarios, si la limpieza no se llevó a fondo, vuelven. “Tienen recidiva”, me explicó un médico. La crisis de los que luchan por superar el capitalismo es otra. Vuelve. Detrás de cada fracaso se esconde la recidiva de una enfermedad mortal; la desilusión o, si se quiere mejor, la desesperanza.
En cierto sentido, la desesperanza es peor que la desilusión. Siempre que uno se ha ilusionado con algo, se ha creado una ilusión, se ha comprado expectativas irracionales. Des-ilusionarse es, aunque duela, un buen resultado. La esperanza presupone un conocimiento racional de posibilidades que hace realista la “espera”. De modo que desesperanzarse significa ya no esperar nada racional. Queda apenas la contemplación de la miseria presente como un paisaje eterno, o bien, como se repetía en los ’90, “relájate y goza”. Cada crisis política se expresa, entre otras formas, en una crisis intelectual, o mejor dicho, de los intelectuales que expresaron en el momento de ascenso, la voz de las masas.
El resultado es, normalmente, la desilusión y el pasaje de esos intelectuales a la pasividad política, casi siempre acompañados por el desarrollo de una concepción pesimista y derrotista de la vida. El poeta que cantaba a la revolución, el filósofo que exaltaba el cambio y el movimiento, el historiador que privilegiaba la lucha y la transformación social, incluso el político que arengaba a las masas, mutarán su vestuario y, en un abrir y cerrar de ojos, declararán el fin de la historia y el inicio de una nueva era en la cual todas las creencias anteriores han caducado. Como señala Gramsci, en el fondo se trata del retorno a su clase de origen, la burguesía, de todos los que habían sido arrastrados al campo del proletariado. A este movimiento de retroceso intelectual y político se le ha llamado “traición de los intelectuales”.
Así, el triunfo de la revolución burguesa significó el fracaso de los revolucionarios que se ilusionaron con sus promesas de libertad, igualdad y fraternidad. Ya Paul Lafargue condenaba la reconversión de los intelectuales burgueses desde los enciclopedistas a los apologistas del capitalismo naciente, que resucitaban la religión enterrada por aquellos… En efecto, una primera ‘traición’ de los intelectuales se inauguraba tras el fracaso de la “Conspiración de los Iguales”, con la reacción del Directorio y la posterior restauración religiosa de Napoleón, proceso que se agudizará después de 1815 y el triunfo reaccionario del Congreso de Viena, una oleada anti-materialista que pretendía restaurar el poder de la ‘divinidad’ contra las consecuencias peligrosas del liberalismo. (1).
A lo largo de los dos siglos siguientes, tendremos varios episodios del mismo tipo, empezando por la revolución de 1848 y la Comuna de París y terminando con la guerra de Vietnam, no sin pasar los años ’30 y los del macartismo. James Petras lo resume así:
“Los intelectuales en retirada no son un fenómeno nuevo. Durante la década de los ’30 y la de los ’50 tuvo lugar un proceso similar. Bajo la presión de los acontecimientos, contingentes completos de ex marxistas abandonaron la política de la clase trabajadora y comenzaron un tránsito hacia el centro y más allá. Un gran número de intelectuales neoyorkinos, quienes descubrieron la ‘autonomía’ del Estado en la burocratización de la política mundial, la convergencia de los sistemas sociales y la irrelevancia de las clases. Los ex marxistas terminaron como partidarios de la guerra fría, algunos se unieron a las purgas de McCarthy. En los ’50, Isaac Deutscher describió una nueva oleada de apóstatas, los ex comunistas, que incluía a aquellos que comenzaron como izquierdistas críticos del stalinismo y se convirtieron en vehementes colaboradores de las más violentas empresas imperiales de Occidente”. (2).
Este proceso tiene varias raíces. La primera de ellas es la propia situación de los intelectuales, sus orígenes de clase y su función social. La segunda es la naturaleza de la tarea que realizan y su vinculación con la lucha de clases. La última, es el valor de la mercancía que porta todo “arrepentido” para el bando que se pasa.
Los intelectuales, sobre todo los ‘generales’, es decir, los que operan sobre la ‘generalidad’ (los filósofos o los artistas, por ejemplo) se reclutan sobre todo (aunque cada vez menos) en el campo de la burguesía o de la pequeña burguesía. Su función es operar en el ámbito de la conciencia social. En criollo, que la gente se sienta bien haciendo lo que hace, lo que, para las grandes mayorías significa ser feliz construyendo la felicidad ajena a costa de la propia. Incluso cuando se trata de plantear un problema, una opción de cambio, la función de los intelectuales en el capitalismo (en toda sociedad de clases, en realidad) es garantizar que la solución caiga siempre dentro de los límites del sistema, aun cuando algunas veces signifique algún sacrificio parcial y sólo coyuntural de los intereses de la clase dominante.
Los intelectuales del sistema se ven siempre al borde de una crisis; proclamar la libertad como bien absoluto, no pudiendo ocultar que la sociedad en que viven y defienden se la niega a casi todo el mundo, no es una tarea fácil y sin consecuencias sicológicas. Como además el mercado permite la venta de todo lo que sea rentable, salvo que las cosas se pongan demasiado calientes, momento en que entrará en acción la censura.
Existe incluso un espacio para intelectuales periféricos por opción o por origen. El espacio suele agrandarse cuando la lucha de clases lleva a las masas la necesidad del conocimiento y la dirección política. En ese momento, un amplio margen de independencia se abre para los intelectuales, que suelen resolver sus contradicciones pasándose de bando… Se verá radicalizarse un tropel de escribas de todo tipo. Todo el mundo quiere ahora ser revolucionario, entre otras cosas, porque paga más. Esta conversión no tiene por qué ser cínica, al revés, suele expresar una vocación real. El mundo intelectual es muy sensible a la lucha de clases.
El proletariado suele pagar muy bien por la mercancía que porta el convertido. Normalmente lo transforma en elemento de dirección y lo privilegia de más de una manera. Tiene un sentido muy claro: para la clase obrera las tareas intelectuales resultan difíciles de asumir, por educación, por tiempo y pericia, de modo que un intelectual ganado implica un recorrido importante realizado. Por la misma razón, la burguesía suele pagar aún mejor por los “arrepentidos”, los que luego del fracaso de la revolución se pasan a su lado. Ellos mejor que nadie sabrán llevar adelante las tareas necesarias que rematarán el triunfo de la contrarrevolución.
¿Cuándo está asegurada la victoria? Puede creerse que cuando se ha logrado el control físico del oponente y se ha reducido su voluntad. Pero no. La batalla decisiva no se librará en el cuerpo visible del enemigo sino en el invisible, en su conciencia. Lo que hay que lograr no es sólo que el enemigo no pueda ya moverse en defensa de sus intereses, sino que ya no quiera hacerlo. Que se convenza de que su intento fue inútil, que no ha tenido ni razones ni derecho a ello y que lo mejor que puede hacer, de aquí en más, es aceptar como mejor solución la que el poder triunfante le propone.
A eso llamaba Gramsci “consenso”. ¿Quién mejor para una tarea tal que un renegado? ¿Quién sabe mejor que él las debilidades de las ideas que hasta ayer mismo defendió mejor que nadie? ¿Quién mejor que él para entregar a sus propios compañeros al escarnio público? ¿Quién mejor que él para ejemplificar con su gesto traidor lo inútil de persistir en los viejos empeños y en la conveniencia de abrazar ‘nuevas’ ideas de la vieja clase dominante? Ellas se lo pagarán muy bien: Fernando Enrique Cardoso, Mario Vargas LLosa, Jean Baudrillard, Ernesto Laclau, Beatriz Sarlo, Regis Debray y decenas de otros ejemplifican la última oleada.
¿Qué es lo que sucede tras cada una de estas oleadas? Un retroceso generalizado del conocimiento social. En efecto, en su lucha la clase dominada se ve necesitada de producir conocimiento. De allí que su ascenso significa un avance en la ciencia en general, y en el conocimiento de la sociedad humana en particular. La forma de las relaciones sociales que unen a los seres humanos, las consecuencias que ellas tienen sobre sus vidas, incluso la manera más adecuada para resolver las contradicciones sociales, se hacen claras para todo el mundo cuando la lucha va en ascenso. Lo que no se podía decir, se dice. Lo que no se podía pensar, se piensa. Lo que no se podía hacer, se hace.
El triunfo de la burguesía consiste en dar marcha atrás con ese avance, en imponer el oscurantismo. No siempre se hace de manera brutal y terminante (al estilo del fascismo), sino muchas veces de manera sutil (al estilo de la “transición a una democracia más profunda”), pero siempre implica un retroceso en el conocimiento social. Se vuelve a la religión, o por lo menos, al idealismo: las cosas son así porque las quiere Dios o la Justicia, o el Derecho, la Democracia y otros fantasmas. No porque hay intereses de clase que así lo imponen. No. Las clases no existen. Cada triunfo de la burguesía inaugura una nueva era de barbarie; la Santa Alianza, el Imperio de Luis Bonaparte, el fascismo, el macartismo, los años ’90 y su posmodernismo.
Notas:
(1) Historia de las filosofías materialistas, de Pascal Charbonnat. Biblioteca Buridán, Madrid 2009, página 260 en adelante.
(2) James Petras, Los intelectuales en retirada, en Nueva Sociedad N 107, mayo-junio de 1990.
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