MENTIME QUE ME GUSTA

           El sociólogo británico Stanley Cohen, en su trabajo “Estados de negación” (1), demuestra como existen tanto en el plano particular como en el social varios niveles de negación de los hechos. Para Cohen, la negación estaría motivada por el deseo de eliminar las consecuencias disruptivas de aquella información, que por ser anómala al sistema de pensamiento de quién o quienes niegan, produce sufrimiento y desorganización.

Entonces enumera las tres estrategias que se emplean habitualmente para no reconocer aquellos datos que subvertirían la estructura de certezas de una persona, una familia, una sociedad o la mitad del mundo.

La primera de ellas es la negación absoluta de aquella escena que es necesario excluir del campo de la existencia, para la sobrevivencia ideológica del status quo imperante. Esta modalidad podría expresarse en términos como: “Eso no es cierto, no sucedió”, etc.

La segunda, no consistiría en negar radicalmente la realidad sino en interpretarla según las conveniencias o intereses del negador: “No es así como sucedió, no existió corrupción sino que se cometieron irregularidades”…

La tercera (y es la que nos parece más interesante), no consiste ni en negar de plano lo sucedido, ni interpretarlo de manera tendenciosa, sino en tomar el hecho en cuestión pero anular las posibles implicancias del mismo.

Se trata de asumir alguna realidad pero al mismo tiempo, en no reconocer cómo ella se encuentra enlazada a posibles causas y consecuencias. Se cortan los lazos del suceso con otros de manera tal que se anula la posibilidad de pensar el contexto que determina y es determinado por lo primeramente aludido: El lector del periódico sabe que el desempleo aumenta pero niega que pueda perder él mismo su trabajo. Se interpreta correctamente que la tasa de mortalidad infantil crece de manera alarmante pero no se concibe que puedan morir los propios hijos debido a que persisten las condiciones políticas y económicas que provocan el aumento de esa tasa…

Es decir, no se niega lo existente sino que se niega la posibilidad misma de pensar en contexto.

En este sentido, la negación del pensamiento contextual (aquí afirmamos nosotros y no tanto el autor citado) es la negación principal que opera para sostener el estado ideológico dominante.

El individualismo moderno puede pensarse en uno de sus matices como la creencia de que el propio desarrollo emocional, económico, cognitivo, etc., depende del individuo y no de cómo este transforma y es transformado por su contexto. Pero esta creencia (para nosotros ilusoria y tramposa) está determinada hasta en sus detalles por la concepción (más puntual y efectiva para diagnosticar el estado de cosas) de que cada elemento de la estructura social pueda pensarse de manera aislada del resto de los elementos (lo cual implicaría no pensar en términos de estructura).

Si suponemos que algo (un número, una palabra, un estado de indignación), pueda existir sin su relación con alguna otra cosa (y en función de leyes que determinarían la lógica de esa relación), podemos concluir entonces que esa existencia no es modificada ni puede modificarse, que es una existencia esencial, imperturbable y eterna.

Esta creencia en la posibilidad de lo esencial, de aquello no sujeto a subvertirse por nada, es la fe capitalista liberal (si bien, históricamente se encuentran claros antecedentes de esta perspectiva, actualmente tiende a adquirir una consistencia antes no realizada).

“Liberados” de todo agente que pueda poner en cuestión aquellas miserables certezas que guían nuestra vida cotidiana, buscamos “la mejor versión de nosotros mismos”, sin advirtir que la noción misma de “nosotros mismos” no es una versión sino una perversión inoculada para que no pensemos en quienes nos rodean y neguemos que no somos nada sin ellos.

(1) Stanley Cohen. “Estados de negación”. Editorial de la Facultad de derecho U.B.A. (2005)