HACETE AMIGO DEL JUEZ
2019-05-06 Desactivado Por ElNidoDelCucoPor ALEJANDRO PASCOLINI
Asistimos una época donde la palabra tiene un gran valor: la palabra dinero.
Sin desear ni necesitar hacerlo, he sido testigo en estos últimos años de cómo se defienden altos ideales por seres que ante la más mínima sospecha de ver disminuir su nivel de vida (aunque sea de modo ínfimo) son capaces de vender a la madre (y si está viva a la abuela y si no, se la desentierra y se la vende también).
De la misma manera, estos personajes cada vez más numerosos y con un discurso culposo pero cool, revolucionario pero moderado, desprejuiciado pero siempre a la defensiva, se indignan frente a la injusticia del mundo, los niños con hambre y los abuelos abandonados con el mismo énfasis con el que modifican su manera de pensar cuando el jefe de turno les comunica que cobrarían 200 pesos menos (una pizza) si no delatan a un compañero, o si no dejan de lado aquello que piensan, estudian e incluso enseñan (si son docentes) durante años y años.
Todo un marco conceptual puede ser abandonado por un psicólogo ante el pedido de una prepaga de que disminuya el tiempo de sesiones con su paciente. Vínculos de amistades y de militancia pueden caer bajo una amnesia repentina frente a un cargo de seis meses en una intendencia.
E incluso se puede “redefinir” todo un marco teórico, sociológico, político, económico a cambio de un alfajor “Capitán del espacio” (que tampoco es de despreciar)
Se trata de un proceso permanente, riguroso, sutil, íntimo y público, obsceno y secreto, inteligente y pueril de extracción a la palabra de su valor.
Ya el discurso no es un tesoro de promesas de transformación social sino un kiosco 24 horas donde se vende a un amigo al mismo precio que se cambia de ideal como un papel cambia su dirección frente al soplido de una decepción pasajera.
Los sueños ya no tienden a ser aquellos deseos imposibles pero que empujan el entusiasmo a los fines de poder realizar aunque sea un poco de esa imposibilidad.
Los sueños son ahora algo que se venden bajo la forma de pastillas, en una farmacia, porque de los otros ya no nos quedan, porque hay que adaptarse, porque no siempre se puede hacer lo que se piensa, porque las cosas son así, porque las cosas son así.
Por supuesto que una de las tácticas más eficaces para seguir sintiéndose en paz con la propia consciencia es subir comentarios muy osados y perspicaces acerca de cómo los otros no entienden que deben defender sus derechos de clase, que no hay que votar en contra de uno; se cierra el celular y se le pide a la empleada que se quede una hora más en el local de ropa.
Ya no es considerado una locura querer hacer una revolución, sino preguntar acerca del argumento de una orden, cuando esta es dictada por alguien con aspecto solemne y triste (porque se confunde tristeza con seriedad) y con alguna insignia de autoridad recogida en el suelo del deseo.
¿Cómo nos despertamos de esta falta de sueños?
Quizás juntarnos los que estamos equivocados, los que no entendemos, los que perdemos el tiempo, los que no sabemos cómo seguir porque no podemos hacer de cuenta que no sabemos lo que sabemos.
Quizás nosotros seamos también víctimas del cinismo y del nihilismo actual (el nihilismo como la filosofía que propone paradojalmente que el mayor valor es que no hay valor, que lo que más vende es que nada vale).
Entonces podríamos pedir ayuda, pero no al psicólogo que va adecuando su criterio de salud a lo que le exige la obra social o a las demandas de su consultorio de Recoleta.
Nos queda pedir ayuda a los que se levantan todos los días a soñar.
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