
LA POESÍA CRUEL DE NO PENSAR MAS EN MÍ
2019-02-14 Desactivado Por ElNidoDelCuco
POR ALEJANDRO PASCOLINI
En “Psicología de las masas y análisis del yo”, Sigmund Freud plantea que para la conformación de una masa se necesita la existencia de un líder al cual el resto de los integrantes de la comunidad respetan pero principalmente aman.
Este amor al “más poronga” es el que hace también que se amen entre sí aquellos “hermanos” unidos por la admiración al mismo caudillo y que también odien a quienes no forman parte de esa sociedad.
Es decir, porque determinados individuos idealizan a la misma persona también conforman entre ellos relaciones de solidaridad y compromiso libidinal y rechazan lo extranjero a esas relaciones.
Quizás en el texto Freudiano puede entenderse que este “capo” debe tener una existencia concreta, pero asistimos en la modernidad a la acelerada instauración de lo que puede denominarse una creciente abstracción de los entes de liderazgo para la conformación de los valores establecidos de época.
Dicho de otra manera, cada vez se necesitan menos las imágenes de una persona o grupo de personas (los más capitos) para comandar a las masas acerca del sentido apropiado de la existencia.
Entidades cada vez menos corpóreas (redes sociales, televisión, publicidad, modalidades de conversación cotidianas, normativas institucionales, modas, modificaciones en el empleo del lenguaje, etc.) son las que determinan desde distintos y variados ángulos cuales serían los valores a los que hay que adaptarse para creer que se es normal en una comunidad determinada (llevar una vida de mierda pero prolija).
No hay un centro, una raíz última desde donde se define cómo se distingue la realidad de la irrealidad (no hay una oficina donde cuatro o cinco garcas deciden el destino de todo).
Los mandatos que lideran de manera cada vez más sutil la motivación de nuestras acciones, parten de “todos lados”, fenómeno que ayuda a establecer un entramado de discursos que en algunos casos pugnan entre sí por la primacía ideológica y en otros conforman alianzas coyunturales.
Pero esta creciente “virtualización” de los valores dominantes, si bien no es creación de los garcas de la oficina antes aludida, es aprovechada por esta clase de individuos para interpretar los imperativos en boga y diseñar tácticas y estrategias para someter económicamente y culturalmente a la clase trabajadora.
De manera tal que si antes se amaba al patrón y ese amor enmarcaba las relaciones de afecto entre camaradas, tiempo después, y a partir de una cuidadosa recepción y utilización de las ideas de mayor consistencia de la época, se logró que uno odie al compañero de lucha pero se ame a sí mismo y ame al patrón (el llamado individualismo tan mencionado en la década del 90).
Más actualmente, desde los organismos del poder político capitalista, se incentivó con mucha precisión que el trabajador no sólo odie a su par, a su igual de clase, sino también que se odie a sí mismo, que ni siquiera piense en su propia conveniencia (cuestión que no tenía antecedente en el tan mentado individualismo noventista), y ame irrestrictamente a los valores dominantes de turno, por ejemplo la meritocracia.
En una orgía sacrificial el ciudadano medio se inmola él y su familia, afirmando con orgullo (al estilo de Abraham en el antiguo testamento): “prefiero no comer, no viajar, no enviar a mis hijos a la escuela, pero seguro que este gobierno nos va a sacar adelante”
Posición subjetiva que parece parafrasear al conocido tango: “la poesía cruel de no pensar más en mí”…
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2 comentarios
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Digamos que esto no es nuevo, hay quienes adhieren a una marca, en mi adolescencia existían los amantes de Ford o de Chevrolet, Los que aman Marlboro, los que aman TN o Clarín o los que prefieran la Nación,
Muy buena. Me encantó. Sin embargo creo que -aunque literalmente calce justo- el sentido de la letra del gotán es diametralmente opuesto. Lo veo como un dejar de pensar en uno mismo en el sentido de saberse uno más y no comerse el verso del mandato “sé alguien en la vida”, el verso de que hay que destacarse. No un “dejar de pensar” alienado como el de la clase laburante neoliberal (que mira la vida desde afuera con la ñata contra el vidrio) sino más bien uno desengañado, el propio de un punto que ha conocido tanta gente en el cafetín que se ha dado cuenta que todos estamos en la misma. El cafetín le permitió relativizarse, encontrarse un poco en todas las personas que conoció. Una vez que te cae esa ficha ya no te mirás tanto al espejo.