FEMICIDIOS

FEMICIDIOS

2019-01-22 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por LAURA HUERTAS

La lucha contra el patriarcado es ineludible en tanto matriz que valida las jerarquías y legitima la dominación de un grupo social sobre otro; pero si no es radical y prioritariamente anticapitalista corre el riesgo de agotarse luchando contra el resabio de una sociedad que muere sin enfrentar al enemigo principal del presente.

      Nos están asesinando. Una ola de crueldad masculina se descarga con toda brutalidad sobre los frágiles cuerpos de niñas, jóvenes, preciosas mujeres.

¿Por qué? ¿Cuál es el sentido de esta masacre a cuentagotas? ¿Qué detona en esos hombres aislados entre sí el mismo impulso, o deseo, o decisión, quién sabe, de asesinar a una mujer? Dado que en la mayoría de los casos los asesinos no eran desconocidos para las víctimas, sino que había entre ellos algún tipo de relación, ¿acaso las consideraban “su” mujer? Puedo detenerme en esa presunción, que pudieran considerarlas “su” algo: “su” amante, “su” amada, “su” novia, “su” esposa o ex esposa, “su” de suya, de “su” propiedad.  Y como no pienso en (¿cómo decirle?: estos problemas, fenómenos, casos… suena tan distanciado, abstracto, aséptico; decirle catástrofe, desgracia, maldición es dejarlo en la esfera de lo inexplicable, de lo fortuito o aleatorio… Prefiero llamarlo “ataque” y situarlo así en el plano de la confrontación, del conflicto y las luchas que se libran cotidianamente por el poder y la dominación en esta sociedad desigual e injusta). Decía entonces, que no pienso estos “ataques” desde el feminismo y los problemas de género; primero por una cuestión de respeto a debates muy actuales y encendidos que no he profundizado y a los que no me dedico profesionalmente; y segundo por una tendencia personal a salir de marcos temáticos o disciplinares estancos y referirme a la totalidad como única aspiración, eternamente frustrada, del trabajo de conocer.

Visto así, este ataque sobre las mujeres es una reacción ante la amenaza de perder la propiedad de los cuerpos femeninos. El patriarcado no es otra cosa que la legitimación de la apropiación de la mujer por parte del varón;  y en un momento en que las mujeres luchamos por el reconocimiento de la propiedad de nuestros cuerpos y el pleno derecho a decidir sobre ellos con la legalización del aborto, los títulos de propiedad del macho se ven amenazados.  La prohibición del aborto está en línea y se fundamenta en la prohibición del suicidio (ambas prohibiciones sostenidas rígidamente por la Iglesia desde siempre), y significan que no somos propietarios de nuestros cuerpos. Patriarcado y capitalismo no son construcciones separadas, el capitalismo se funda en el primero que puso las bases  de  las jerarquías sociales y de la dominación del hombre sobre los cuerpos subordinados, lo prolonga y lo profundiza apropiándose de todos los cuerpos proletarios, porque la explotación capitalista es el consumo productivo de los cuerpos, que son sólo fuerza de trabajo para el capital.

La burguesía libra todos los días una guerra sin cuartel contra las clases dominadas, contra los trabajadores, y atacará por todos los medios a su alcance, de toda índole, ante la menor amenaza a los fundamentos de su dominación. La propiedad privada es, junto al individualismo, el corazón de su dominio; garantizar la propiedad particular de los bienes materiales del mundo producidos socialmente (fundamentalmente de los medios de producción) es su tarea prioritaria, porque en el mismo acto garantiza que los que no tienen propiedades sean solamente fuerza de trabajo a la venta por un salario, no cuerpos libres, sino cuerpos para el capital.

Y el poder siempre se descarga violentamente contra los cuerpos insumisos: las crucifixiones,  las hogueras, las torturas, los fusilamientos y bombardeos, el encierro, son las muestras de que el dominio de pocos sobre muchos se sostiene sobre pilas de cadáveres. Cuando en los setentas del siglo XX la clase subalterna desafió al dominio burgués hasta enfrentarlo con las armas, la respuesta fue hacerlos “desaparecer”, paroxismo de la apropiación de los cuerpos: tu cuerpo es para consumirse en la producción,  si no te sometes al trabajo mal pago y cuestionas las utilidades del patrón reclamando más de lo que te ofrecen, pasas a ser un subversivo, un apátrida, un enemigo interno. Tu cuerpo no te pertenece a tal punto que te hacen desaparecer, y “un desaparecido, no tiene entidad no está ni muerto ni vivo, está desaparecido” como dijo Videla.

Podrán decir que esta ola de femicidios es otra cosa, que los asesinos son loquitos sueltos que no responden a un plan sistemático ni están a las órdenes de un poder represivo como durante la dictadura… y claro que es otra cosa. La estrategia de dominación siempre se corresponde a la fuerza que la enfrenta. En los setentas había organizaciones de masas, partidos políticos, movimientos sociales de extensión nacional, que llegaron a plantear frentes de unidad y alternativas de coalición electoral de izquierda. Y si bien el poder terminó enfrentándolos corporativamente desde el aparato represivo del Estado, los primeros ataques fueron desde la clandestinidad de grupos irregulares como las Tres A. Los “Grupos de Tareas” que realizaban los secuestros, torturas y desapariciones, si bien estaban conformados mayoritariamente por personal de alguna fuerza de seguridad, tenían mecanismos de reclutamiento inorgánicos en dónde influían ámbitos político-ideológicos de pertenencia y decisiones voluntarias, y no respondían a sus mandos naturales. Muchos de los perpetradores de delitos aberrantes y de lesa humanidad, eran padres de familia, responsables, creyentes, funcionales por decirlo buenamente. Eran hombres producidos socialmente para ejecutar la estrategia del poder.

El movimiento feminista hoy, como la mayor parte del activismo político, es disperso, fragmentado, inorgánico; en un ambiente de protesta que tiende a virtualizarse y que, cuando pone el cuerpo, saluda como un mérito la participación individual y espontánea, o sea, desorganizada, la estrategia de dominación es otra. Sin hacer traslaciones mecánicas podemos pensar a estos hombres asesinos de mujeres como los individuos producidos por el capital financiero para enfrentar a las mujeres que luchan por la reapropiación de sus cuerpos.   

Hace muchos años el sociólogo  Juan Carlos Marín, analizando la crisis del dominio del capital industrial, dijo que el capital financiero en la lucha por su hegemonía es aún ilegítimo en el seno de la vieja burguesía industrial, ilegítimo para los Estados-Nación como forma política que históricamente constituyó el dominio de la burguesía industrial. Eso ha ido cambiando, el capital financiero ha logrado su hegemonía en gran parte del mundo y, en algunos casos, con el apoyo o anuencia de mayorías populares como en nuestro país o en Brasil. Y decía Marín que lo característico de las formas de poder que constituye el capital financiero es el uso inmediato de la fuerza; sus atributos son la corrupción, un violento proceso de desnacionalización (desplazados, refugiados, migrantes), el secuestro y las desapariciones, los genocidios. Estas armas que usa el capital financiero apuntan contra el Estado y el largo proceso de ciudadanización que permitía la formación de mercados nacionales y en que se anclaban las identidades políticas; opera mediante la corrupción desde la función pública como estigma que alimenta la anti-política y justifica el desmantelamiento institucional, quitando la “nacionalidad” a millones de refugiados y desplazados que pierden todo amparo legal, arrebatando los derechos y garantías individuales de juicio y defensa y hasta la identidad de secuestrados y desaparecidos, etc. Pero, simultáneamente, instaura todo un sistema clasificatorio del “enemigo” en donde el comportamiento político de enormes masas es categorizado como “delito común” y no como fenómeno político. Claramente, no sólo nos presentan esta ola de femicidios como delitos comunes, sino que además todas estas transformaciones, agudizan al infinito la enajenación del propio cuerpo que ya ni es requerido como fuerza productiva, ni como ciudadano. Reducido a material sobrante del sistema productivo, paria o criminal, tal vez el último refugio donde ir a afirmarse como persona sea su sexualidad; las mujeres fuimos útero reproductor de mano de obra barata, y muchas generaciones de mujeres pobres han parido todos los hijos que pudieron porque era lo único que sentían propio (mientras la “buena gente” se indigna porque estos negros no paran de coger) y quizás ahora el ex macho proveedor es apenas un pene deseante de poseer una mujer…

La lucha contra el patriarcado es ineludible en tanto matriz que valida las jerarquías y legitima la dominación de un grupo social sobre otro; pero si no es radical y prioritariamente anticapitalista corre el riesgo de agotarse luchando contra el resabio de una sociedad que muere sin enfrentar al enemigo principal del presente. Si las luchas femeninas se dirigen contra el hombre estamos enfrentando a la otra mitad de las víctimas del sistema más cruel y perverso que ha dominado a la humanidad. El capitalismo financiero aliena y asesina. No hay liberación femenina posible si no nos liberamos junto a nuestros hombres del capitalismo a nivel mundial.

  

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