ILUSIONISTAS
2018-11-20 Desactivado Por ElNidoDelCuco
EDITORIAL
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Un domingo a la tarde le golpearon la puerta al Cholo Cristini, uno de los tres pibes le dijo:
- Maestro, se le está incendiando el auto.
Efectivamente, el Peugeot 404 que hasta ese momento andaba en el aire escupía fuego por todos lados. Los pibes y los vecinos se portaron de primera, acarrearon agua con ollas, baldes, jarras…hasta sifones usaron. Del auto quedó poco. Algunos días después el Cholo quiso sacar unos pesos de un tarro donde guardaba sus ahorros, el que tenía pintado prolijamente “azúcar impalpable”, pero no encontró nada. Cuando le contó a su cuñado lo que había pasado, quedó confundido:
- Un distractor, el auto fue un distractor. Lo prendieron fuego y después en la urgencia para apagarlo se metieron en tu casa para buscar agua o lo que sea. La cosa es que parece que sabían dónde tenías la guita y te afanaron. Es lo que hacen los ilusionistas.
Lo cierto es que el Cholo sigue pensando que debe haber puesto la plata en otro lado y no se acuerda. Tiene dos poderosas razones para pensar así, una es que no anden diciendo por ahí que es un gil y la otra, la más importante, que el cuñado tenga razón.
El ilusionismo es un arte que crea una atmósfera donde siempre estamos desprevenidos, estos artistas elaboran adminículos complejos para presentar sus espectáculos, detrás de cada acción hay una demostración que revela un gran conocimiento de muchas disciplinas, pero de lo que más conocen es de los sentidos y la conducta humana. Lo que vulgarmente llamamos magia, es en realidad (valga la paradoja), aferrarnos a la posibilidad de que la ilusión rompa la barrera de lo imposible. Lo extraordinario que produce el ilusionista es un hecho que sabemos que no puede ser, pero ocurre. Es evidente que existe un engaño, el tipo no pudo desaparecer y mucho menos aparecer a cuarenta metros de donde estaba casi en el mismo instante. No puede leer mi mente, no puede volar ni levitar ¡vamos! no puede hacer desaparecer una locomotora. Sin embargo, he visto volar al tipo, además adivinó la carta que pensé y la locomotora no estaba más en el escenario. Afortunadamente todo eso pasó en el ámbito del espectáculo, me han engañado, no sé cómo, pero me he entretenido y esa mentira escénica ha tenido en mí una consecuencia nimia, sólo me ha quedado la picante sensación de la curiosidad.
El ilusionista, el mago, para llamarlo vulgarmente, me ha dejado pensando y no precisamente en sus trucos. Si ese hombre con su parafernalia escénica pudo meterme en una realidad ficticia, ¿por qué a ese momento lo viví como real? No puedo dejar de pensar que existen otros ilusionistas que no despliegan su arte adivinando cartas, cortando mujeres con enormes sierras. ¿Acaso el músico no es un ilusionista, un actor o actriz no son ilusionistas, los que hacen una película, los escritores? Pero escrutemos a los artistas: sabemos que ellos tienen ese don de meternos en una realidad casi divina, donde la actuación es una mentira aceptada cuya finalidad es la emoción para mostrarnos algunas cosas en las que jamás reparamos. Pensar a Gardel solamente como un cantor, aún como el más grande, es una grave simplificación. Para varias generaciones el hombre de la sonrisa eterna fue un sueño ineludible, querían ser como él. Otro Carlos hizo un pacto con el diablo para contarnos cómo es la grasa de las capitales que no se bancan más y el Indio, que supo generar una tribu suburbana a la que hizo danzar mil veces con esa risa de mandíbulas duras en esas noches de cristal que se hicieron añicos, con los ojos ciegos bien abiertos. Y el otro, el de Fiorito, ése que con una pelota nos mostró lo que es ser felices. Ilusionistas, de los buenos, de los nuestros.
La vida está plagada de ilusionistas: que te digan que si te portas bien vas al paraíso no debería pasar de ser un chiste festejado por los paganos. Lo preocupante es que hay gente que lo cree y lo divulga, sin duda es producto del trabajo de un ilusionista. Que te digan por la tele que si usas determinado desodorante las mujeres caerán rendidas por tus encantos es casi un insulto a la inteligencia. Lo notable es que venden millones de desodorantes, el publicista, en realidad, es un ilusionista. Ni hablar de cuando creímos que el sabor del encuentro era tomar una cerveza. Los que te venden que la revolución es la salida, pero que nunca la vas a ver es lo mismo que lo del paraíso, y uno siente que son los mismos ilusionistas.
Alguna vez, Furibundo Tempo fue animador en un corso, entre los artistas que desfilaron por el escenario había un mago, la presentación fue un verdadero manifiesto:
“En esta tarima, en pocos minutos, actuará un mago, mejor dicho, un ilusionista. Veremos cosas que no pueden ser verdad. El hombre vive de eso, sin embargo, si lo pensamos bien nos va a dejar una enseñanza que jamás debemos olvidar. Nos va a engañar, nos va a sorprender, nos va a asombrar, pero no nos va a lastimar. Nos va a entretener. Hay otros ilusionistas, que no se presentan en lugares como éstos, que inventan una realidad y que jamás dicen “ésto es un truco”, usan este extraño arte para empobrecernos, para hundirnos en la miseria, para fomentar el odio. No sabemos que son ilusionistas, pero están por ahí, disfrazados de comunicadores, de abogados, de políticos, de empresarios, de escribanos… Con ustedes…El Mágico de Tesei.”
Anécdota aparte, esa tarde el “Mágico” pidió una voluntaria. Un grandote con mandíbula prominente, haciéndose el gracioso, señaló a su novia y una hermosa morocha subió a la tarima. Después de un pase genial del ilusionista, la muchacha desapareció. Dos meses buscaron a la piba. La tranquilidad llegó cuando los padres recibieron una llamada de Perú y la señorita le hizo saber a los viejos que estaba de gira con el Mágico. El novio quedó desconcertado, no cree que la piba lo haya abandonado.
Para él, su novia desapareció de verdad y todo eso de Perú es un cuento del Mágico, que jamás admitiría que el truco se le fue de las manos.
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