RECORDANDO EL 2001

RECORDANDO EL 2001

2018-09-08 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Por RICARDO CUASNICU

Es la condición de rehenes en la que nos encontramos respecto de los países altamente usureros que, con el pretexto de una “pequeña” deuda (en relación a sus obscenas ganancias), nos exigen en pago ríos de sangre, sudor y lágrimas.
Somos rehenes de la megaeconomía mundial y de la microeconomia nacional, de las finanzas que nos afinan, de los servicios que no nos sirven, de los jueces sin un sano juicio y de una burocracia mediocre y astuta.

Lo insoportable de ser argentinos hoy

 

        Para salir del cautiverio deberemos pagar nuestro peso en oro, como le ocurrió al emperador Moctezuma y a los pueblos que nos precedieron en estos territorios ocupados manu militari ya una vez.

Esta vez, hemos perdido una guerra que no declaramos.

Nos amenazan con no darnos crédito a nuestro trabajo ni a nuestra producción, con cercarnos como lo hacen con Cuba. Esos créditos que nos deshonran, como no pueden ser pagados y nos son impuestos, serán cobrados con saqueos e interdictos internacionales. Nos tacharán de deshonestos e incapaces, de subdesarrollados que creímos en ellos hasta el hartazgo, de tener buena fe en los que sabían cómo hacer para enriquecerse. Lo único cierto es que ellos sólo saben cumplir las amenazas que nos han reducido a estado vasallo, como Irak.

La prepotencia de un imperio que es incapaz de asumir la nobleza de la altas civilizaciones, de un imperio de cambalache y desfachatez, de ostentación y despilfarro que nos tacha de subdesarrollados. Ellos, que sólo han desarrollado el músculo de la codicia.

 

Sòlo por la lucha, la oposición, la denuncia, la altivez, el hambre, la bronca, descubriremos quiénes somos, como lo hicieron nuestros olvidados próceres que entre cabildos y asambleas inventaron la nación.

La lucha que encaramos por la libertad, ahora y siempre, es una necesidad de ser. Si queremos vivir de otra manera, no por una constitución de papel sino por una constitución inscripta en los corazones, no debemos firmar ningún contrato social, sino apropiarnos del trabajo creativo.

Que un país contiene trabajo para todos, es un axioma que no exige demostración: negarlo es caer en sofismas o ser economista. Los sofismas económicos son una encerrona, un corralito que no permite pensar lo evidente: que la forma del despojo ya no es del capital sino del trabajo, la guerra que hemos perdido es la de apropiarnos del trabajo. Primero robaron el capital, luego el trabajo. Si la esencia del trabajo es la libertad, pedir trabajo es pedir libertad. Lo que se pide es trabajo para reconstruir la nación, no trabajo para sostener el sistema financiero. La nación es el pueblo puesto al trabajo en la gran obra. Los desocupados piden ésa clase de trabajo y los ocupados reclaman que haya unidad entre la dirección y la dirigencia, porque el bien común es un lugar común habitable.

No es el gobierno quien puede modificar las cosas, ya está visto que no puede, sino un poder que está comenzando a surgir. Un contrapoder a los señores del hambre y la guerra económica, fuente de la inseguridad que habían logrado instaurar en las calles como durante lo peor de la última dictadura.

Es un poder sin nombre, misterioso, que cada tanto recorre la tierra, enervando la vida de los pueblos. Es la irrupción de una seguridad nueva, de una decisión que nos toma.

El poder es decidir por nuestra cuenta y riesgo, es hacer ya. Cuando no lo pueden los gobiernos, carecen de legítima autoridad. Poder convivir de otra manera con los vecinos, con confianza, es articular una constitución cuya impronta esté inscripta en los corazones.

Porque no se trata de reformar nada, ni de una restauración ni de una revolución sino de un relevo.

Se trata de la generación de un cambio especial, de una nueva generación que olvide a los ídolos muertos y acompañe a las Madres más seguido a la Plaza.


Relevar al sistema es salirse del juego, es el éxodo, es la deserción en masa del estado burocrático y de los servicios serviles. Es el relevo por una burocracia discursiva que infunda en el estado el concepto de poder y servicio como sinónimos, que infunda que el poder nace del gran servicio. De ésta poderosa unidad nace la autoridad indiscutible y legítima. Servicio es fijar metas, cumplir promesas, restaurar la pacificadora fiabilidad humana. De ésto abjura el estado actual y por ésto se lo releva.

 

Pasando a cuestiones concretas, propongo que el acuerdo nacional se construya desde abajo, desde la raíz, para que la copa nos solace a todos.

Acordemos en asambleas y cabildos de qué se trata esta vez, como en 1810.

Acordar de una vez qué es lo necesario, lo que no podemos no hacer .

Acordar qué es lo suficiente, sobre lo que no hay que insistir.

Lo necesario es alta política y lo suficiente un límite a toda tiranía económica.

La primera cuestión de alta política es decidir qué es el trabajo (¿por qué nos negamos a discutir su cambiante esencia?) y quién deberá ocuparse de tan importante cuestión, en lugar de los economistas. Es la primera cuestión porque en esa decisión está en juego la libertad de todos, la libertad de trabajo. Porque trabajo es el modo en que experimentamos la libertad. Por esto, la demanda radical es de trabajo, no se trata de repartir dinero sino trabajo.

 

No hablemos más de economía porque no hay salida para sus dilemas, es un nudo gordiano que nos ahoga. La exigencia de trabajo es espada de libertad.

No debe importarnos votar porque no tenemos elección, la democracia no es el mero votar, sino el ofrecer elección. Llamar a elecciones no implica que las haya en verdad. Si lo que buscamos es un orden jerárquico, otro principio, unos valores, debemos saber que cierta anarquía es su presupuesto y no temerla. Una espontánea anarquía reparte el poder entre multitud; porque ahora ya no es el pueblo sino la multitud (las minorías actuantes) el actor protagónico que enfrenta a una minoría que no es multitud, sino reacción.

La multitud deja atrás las ideologías cuando se produce la crisis de la sociedad del trabajo y se entra en la anarquía.


Estamos a bordo de una nave saqueada por los piratas, mientras lanzamos un S.O.S. deberemos achicar el pánico y aprovechar los vientos favorables de la globalización para llegar a algún puerto.


Hemos pagado fianza (el corralito) y, sin embargo, permanecemos rehenes, cautivos de los bárbaros. Esto debe ilustrarnos sobre la única forma posible de confrontación en nuestros tiempos: el trabajo. Debemos advertir que el frente de combate se sitúa en el frente de trabajo.


En esta guerra civil mundial deberemos evitar toda confrontación armada porque éste es el campo de batalla del enemigo, a menos que estemos en el último grado de la desesperación, como los palestinos.

 

Nuestro campo de batalla no es la utopía (un mundo igualitario y satisfecho) sino la libertad, el trabajo creativo, integral.

En tiempos de transición recordemos que el dolor es un maestro que no engaña, un maestro riguroso, un educador.

Se avecinan tiempos tormentosos que sacudirán hasta la raíz el ombú de la nacionalidad que nos cobija a todos.

 

Repitamos con Ortega y Gasset:  ¡Argentinos, a las cosas!

                                               Ricardo Franklin Cuasnicu

                                                30 de Enero de 2001

  

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