CARNET DE BUENA GENTE

¿Quién está repartiendo los carnets de progresista bien pensante que yo me lo perdí?

¿Quién está escribiendo el manual de instrucciones para vivir?

¿Quién le dio la licencia para controlar mi vida al ejército de botones que pueblan las redes sociales?

O sea: ¿qué fue los que nos llevó a que una opinión pueda ser diseccionada en público y motivo de las más diversas acusaciones por gente que no nos conoce?

Pero además del factor irritante de que un gil que no sabes quién es te venga a bardear gratis, ¿desde cuándo una idea, una opinión, un chiste, una foto puede ser tan peligrosa?

Vivimos idolatrando a mentes que se han destacado por la provocación y la irreverencia. Básicamente trasgresores que se cagaban en las reglas existentes, que incomodaron, y que por eso lograron que miles de mentes los sigan y respeten.

Entonces ¿por qué tantas reglas, si ser progresista siempre fue “avanzar” o “progresar”? Y se progresa dejando atrás las viejas reglas, rompiéndolas, cagándose en lo establecido. Haciendo tu propio camino.

Entonces:

¿Por qué para no ser machista tengo que repetir el versito genérico del “nosotros y nosotras”?

¿Por qué para ser progre tengo que tener si o si una frase de Galeano pegada en la heladera?

¿Por qué para dármela de intelectual debo considerar a Cortázar como un escritor sólo para lecturas iniciáticas?

¿Y cuántos discos de Atahualpa tengo que tener? ¿Cuántas veces lo escuchaste vos? Y para ser nacionalista uno de Larralde ¿en serio, además de escucharlo a Iorio hablar de él, alguna vez escuchaste más de dos temas seguidos?

¿Por qué el cuerpo humano nos escandaliza? ¿Volvimos a la década del 20? O sea: nos burlamos de los conservadores del interior que se horrorizan porque algunas militantes feministas marchan con el torso desnudo, pero cuando aparece una imagen de un cuerpo desnudo masculino o femenino en situación erótica pasa a ser de mal gusto en un caso y mercantilizante en el otro.

En estos años hay algunos que ya se reservaron su lugar en el paraíso de los correctos y que se arrogan el derecho de juzgar a quienes se pasan de la raya un milímetro. A ellos nadie los puede observar porque ya les entregaron el carnet de bien pensante.

Pueden compadecerse de los pobres aunque nunca hayan pisado una villa.

Aseguran que más cárceles no sirven para nada, a pesar de que en su vida se hayan dado una vuelta para ver en qué pueden dar una mano.

Se horrorizan cuando ven a la gente pidiendo más seguridad, pero no dudan en contratar la más variada colección de alarmas y cerraduras.

Se la dan de apóstoles del antisistema pero luego se telefonean con ministros para el cumpleaños.

La solidaridad está todo el tiempo en sus bocas, pero no dudan en humillar al empleado de su empresa, por más pequeña que sea.

Aman la idea de la patria grande y la hermandad latinoamericana, pero no dicen nada cuando un político de su bando insiste en culpar a los extranjeros del problema de los robos.

Dicen todo eso, pero además: leen a Neruda, escuchan a Mercedes Sosa, compran Página/12 y desde su sillón, cómodamente, prenden la tele y sienten que están haciendo la revolución por ver tres minutos de Paka Paka.