DESDE EL FUTURO EL PASADO

DESDE EL FUTURO EL PASADO

2018-08-18 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Al fin y al cabo ¿No es la vida acaso una sumatoria constante de pérdidas? Nos cortan el cordón umbilical y así perdemos nuestro único microcosmos para estar expuestos luego a un sinfín de peligros externos. Tiempo después perdemos la inocencia para asimilar la crudeza de la madurez con golpes en el alma, que sólo irán cincelando al corazón para cuando, un poco más tarde, ya no soporte más.

Por Carlos Suarez

   Estoy sentado en una vieja poltrona en mi pequeña cabaña en una isla en el sol, sin un atisbo de otro ser humano a mil kilómetros a la redonda y tengo todo el cuerpo adolorido, ya casi con la vista totalmente perdida, hoy, 11 de agosto de 2035, sin saber cómo diablos es que aún estoy vivo.

    Estoy frente a un ecran de ésos, de los inteligentes, así le dicen ahora, y no me queda otra porque así lograron imponerlo los de bien arriba, los invisibles; porque con solo traer las ideas a mi mente o, mejor dicho, a las esparcidas lagunas que todavía deambulan en mi magullado cerebro, el aparatejo de marras se encargará de transmitirlo a destino y estoy pensando… 

   Por tanto, el mundo y su vorágine en el avance incontenible de las tecnologías lograron quitarme hasta las palabras y, con ellas, el verbo. Cosas de la inteligencia artificial, le decían, en un no tan lejano año 2018… y pareciera nomás que fue ayer.

   Medito en la distancia lo que alguna vez le contesté a un amigo de allá, de los pagos australes, con quien discernimos, concertamos, discutimos e intercambiamos los mil y un pareceres del viaje único e irrepetible de todo ser humano: la vida. 

   Un gran tipo mi amigo, dueño de una fibra sentimental sin igual, un soñador y empedernido, convencido por las utopías y el mejor contador de historias. Era capaz de hacerle derramar a uno más de un lagrimón. 

   Creo recordar que hasta fue una noche, cuando llegaba de trabajar con el cuerpo molido a palos, bien pasada la media noche en los Estados Unidos, cuando me escribió – si en ese entonces aún existía la escritura – a través de un invento llamado correo electrónico, pidiéndome mi insalubre opinión de lo que podía avizorar en un futuro, para bien o mal en el mundo. 

   He de decir como premisa previa a mi contestación que, si algo nos diferenciaba sustantivamente a mi amigo y a este enfermo, cansado y retirado escriba en el olvido, es que él supo conservar sus querencias, tuvo la suficiencia y sapiencia de saber salvar diferencias con propios y extraños y, entonces, era lógico que ampliase sus círculos sociales básicos, tener su propia familia, etc. 

   Por defecto, en mi caso, se fueron, o yo mismo me encargué de expectorarlos y estoy demasiado senil para buscarle las razones. Me voy a quedar con eso que dijo Lennon: La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes. Eso fue, creo, lo que me pasó. 

    En fin, lo cierto es que encontré ese viejo correo electrónico que me escribió aquella noche de la que apenas guardo el recuerdo, lo suficiente como para asombrarme una vez más de los sinuosos senderos de su hipótesis, en un engarce excelso de la inferencia a la deducción. Sí, se cosecha lo que se siembra, no hay vuelta que darle. Pero me parece también que la cosa pasa por el Yo soy yo y mi circunstancia de Ortega y Gasset.

    Creo, en suma, no habiendo podido dejar de desentenderme de mi agnosticismo, anarquismo y nihilismo que a estas alturas del partido es mejor (o debiera ser menos peor) el vivir el ahora tan solo un día a la vez, sin pensar por el mañana y menos preguntarse por el futuro. Si me apuran incluso, a despecho y reniego de lo que probablemente me reprocharía ese entrañable amigo, tomar o andar la vida en calidad de pasota (como dirían los españoles).

    Al fin y al cabo ¿No es la vida acaso una sumatoria constante de pérdidas? Nos cortan el cordón umbilical y así perdemos nuestro único microcosmos para estar expuestos luego a un sinfín de peligros externos. Tiempo después perdemos la inocencia para asimilar la crudeza de la madurez con golpes en el alma, que sólo irán cincelando al corazón para cuando, un poco más tarde, ya no soporte más.

   Así seguimos con la cadena de pérdidas. Se va la percha y el altivo porte para dar paso al viejo, doliente y desgarbado cuerpo en su lento andar. Se van los padres, los hijos, los amigos, nuestro perro. Perdemos el trabajo, para terminar siquiera dignamente con las facultades psicomotrices  pasando a ser nuestros recuerdos, ese pequeñito chip de sueños idos en la memoria.

    Creo que uno es selectivo con lo que quiere quedarse y, por extraña razón, me parece también que uno es más feliz cuanto menos sabe. ¿Y cuándo es eso? Cuando uno es niño. Porque después, abiertos los ojos, todo se vuelve ventisca, nubarrón. A más conocer, es menos el saber en qué o a quién creer…

    Allá por el 2018, e incluso desde algunos años antes, la gente andaba como zombie por la calle, todos con la cabeza clavada a tierra. Todos, pero absolutamente todos parecían haber nacido con una extensión inorgánica pegada en la mano de la que no podían desprenderse ni un minuto y de la cual eran presos-esclavos hasta la más horrorizante estupidez humana. La degradación del hombre en su involución al principio de la historia.

   Los de bien arriba ganaron y fueron los pocos miserables felices. La gran mayoría perdió y nunca lo supo porque prefirió seguir viviendo en el autoengaño como droga 24 horas al día, los 365 días del año de todas sus vidas. El mundo feliz del que un adelantado para su época como Aldous Huxley nos supo narrar y advertir. 

    Lo siento querido amigo austral, le diría si aún lo supiera vivo. Espero que sí, dicen que la esperanza es lo último que se pierde. No obstante, te confieso que mi ayer yace en la ciénaga de mis recuerdos, mi mañana es una angustiante incógnita, y mi hoy…es tan sólo un agujero negro.

  

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