VIOLETA PARRA, Un viaje a los escombros del espíritu
2018-08-11 Desactivado Por ElNidoDelCucoVioleta Parra desplegó su incansable lucha desde el núcleo de lo que pudiera describirse como parte de una tradición arcaica de sabiduría, plasmada a través de una obra magnífica y polifacética. La construcción de su pensamiento se basa en, a lo menos, tres vertientes: El legado del movimiento obrero; una visión cristiana del mundo desde la perspectiva de los oprimidos (próxima a la Teología de la Liberación) y el proceso de migración del campo a la ciudad.
Por Ariel Stieben
Yo canto a la diferencia que hay de lo cierto a lo falso
de lo contrario, no canto
“Yo canto a la diferencia” – Violeta Parra.
En el contexto de la ruina moral de Chile y la progresiva extinción de sus recursos espirituales, la figura de Violeta Parra (1917-1967), una de las más grandes inteligencias que ha tenido ese país, se extiende post mortem iluminando los escombros del espíritu desde su excepcional capacidad de conciencia para el examen de los fenómenos de la realidad y sus claves profundas. La ruina moral y espiritual de Chile es el correlato de su descomposición social y política, acotada, sobre todo, a la postdictadura administrada por la Concertación de Partidos por la Democracia que perfeccionó la obra de la Dictadura, dándole una forma civilizada y, sólo en apariencia, menos cruenta y bárbara. El espíritu fascista, tributario del fascismo histórico – según los términos que Armando Uribe recoge en Leonardo Sciascia – es el núcleo del Estado de Derecho que, en Chile, no es más que una cáscara vacía. Dicho proceso de ruina se preparó soterradamente, mientras Chile era saqueado por las transnacionales y sus mercenarios en el poder, con la complicidad de vastos sectores de la población sumidos en la inconciencia, la impunidad y la traición como formas de vida, el consumismo letal y el culto a la impunidad de los vencedores.
Así se consolidó con el triunfo de la derecha en Enero de 2010. El cataclismo del 27 de Febrero coincide significativamente, en términos de Carl Jung, con la meta del lento descenso al abismo, el último círculo del Infierno que, según Dante, está reservado a los traidores. Ahora el cataclismo antropológico se ha consumado y en esta nada radical que es Chile, esta patria bastarda y espuria donde es imposible vivir dignamente, este territorio de muerte que, históricamente, ha destruido a sus mejores elementos (Balmaceda, Allende, Recabarren, De Rokha y muchos otros, antes y después de ellos, anónimos o hechos desaparecer) Violeta resplandece en esa misma línea, desde la profundidad de lo real, aportando a la construcción de una capacidad de conciencia y de un sentido ético, político, espiritual y humano.
Violeta Parra desplegó su incansable lucha desde el núcleo de lo que pudiera describirse como parte de una tradición arcaica de sabiduría, plasmada a través de una obra magnífica y polifacética. La construcción de su pensamiento se basa en, a lo menos, tres vertientes: El legado del movimiento obrero; una visión cristiana del mundo desde la perspectiva de los oprimidos (próxima a la Teología de la Liberación) y el proceso de migración del campo a la ciudad (que la afectó directamente cuando, en 1932, debió trasladarse junto a sus hermanos a la capital desde Chillán).
A partir de 1953 ella concentra sus esfuerzos en preservar y reelaborar una tradición amenazada por la muerte, el desarraigo y la pérdida. Este debió ser un impulso proveniente de recónditas profundidades, del núcleo mismo de esa tradición tan amada por ella. En una entrevista concedida en 1960 para Radio Universidad de Concepción, Violeta se refiere a las composiciones del folklore que ella más admira: “Ah, yo reconozco, amo y venero el canto a lo humano, y el canto a lo divino, desde el punto de vista del texto literario y del punto de vista musical. Basta con conocer un verso a lo divino para conocer el espíritu fino, sabio y delicado del cantor chileno”. Ambas expresiones constituyen el canto a lo poeta. El canto a lo humano y el canto a lo divino reelaboran la historia profana y la historia sagrada en décimas, forma métrica proveniente de la poesía renacentista española. Desde el corazón de dicha tradición, Violeta evoluciona en la línea de una canción de autor, pero sin nunca apartarse de aquella, sino, más bien, reinterpretando y enriqueciendo sus formas y contenidos. Este es, básicamente, el crisol en que su inteligencia forjó sus creaciones, su sentido ético y su aguda conciencia frente a los fenómenos de la realidad, así como la dimensión política de su vida. Esto le permitió pensar tanto su propia experiencia y conocimiento acerca de los conflictos sociales y la miseria padecida en los ámbitos rurales, urbano e indígena, como las sucesivas matanzas de la historia.
Sus investigaciones, tanto en lo que se refiere al folklore como al modo en que ella se relacionaba con la materia de su arte, decantaron en una concepción del mundo expuesta en sus composiciones tardías: “Volver a los 17”, “Gracias a la vida”, “El gavilán” y “Maldigo del alto cielo” entre otras tantas. Tal interpretación del mundo pudiera sintetizarse en cuatro ejes principales; el amor, la traición, la búsqueda de una ampliación de la conciencia, y su manifestación en los planos cultural y sociopolítico. En “Gracias a la vida” y “Volver a los 17” el amor aparece unido a la creación, entendida como proceso de conocimiento y ampliación de la conciencia, cuyo horizonte es la construcción de una vida noble en comunidad. El amor nunca aparece como una forma transformadora, capaz de vencer al mal, la caducidad, la finitud, la violencia y la muerte. Como forma de conocimiento permite acceder al fondo invisible de las cosas, la naturaleza, el alma humana y sus cualidades ocultas.
“El Gavilán” prefigura el fascismo en Chile. Los valores recogidos por Violeta en su poética tradicional, no son negados en esta obra sino que la rodean silenciosamente, siendo el referente desde donde la injusticia, la muerte violenta, la alienación y la pérdida de sentido de la vida buscan ser pensadas, denunciadas, resistidas y combatidas. Como si la poética tradicional misma hubiese decantado y madurado la revelación de una maldad radical, que apuntaba a una identidad chilena dañada y envilecida. Como si esta composición hubiese surgido a modo de advertencia acerca del futuro que se preparaba y que terminaría en todo su horror con el golpe de 1973, emancipándose durante la dictadura y consolidándose en la posdictadura.
En ese mismo horizonte, “Maldigo del alto cielo” se trata de una maldición absoluta, con sus sentimientos de ira y de dolor que abarcan tanto a la naturaleza como a las instituciones humanas. Esta pieza configura la imagen de una creación que debe ser abolida. La muerte del amor equivale al fin de la virtud, a la destrucción de la conciencia y de todo sentido moral y, bajo tales condiciones, una vida digna es imposible. Si la muerte del amor constituye el único sentido de la realidad y a sus consecuencias habría que adaptarse forzosamente, entonces es mejor que la naturaleza, la cultura y la vida humana se extingan para siempre.
La forma sonora y musical de estas maldiciones se relaciona con un cuestionamiento a las bases o la fundación del mundo y su vuelta a un caos originario, pues antiguas tradiciones atribuyen el origen del mundo a un sonido. Vista en perspectiva, la creación maligna que merece ser destruida por haber legitimado la denigración, la prostitución, la muerte del amor y la traición como paradigmas y formas de vida en el mundo construido a partir de la dictadura, el huevo de la serpiente que alcanzó su maduración en el curso de la postdictadura y su interminable continuidad en el presente del capitalismo globalizado. Violeta Parra, reducida post mortem a la banalización de su vida amorosa para entretener a las masas de consumidores, contaminada por los vínculos de la Fundación Violeta Parra con BHP Billiton – uno de los principales financistas de la cultura privada de Chile – pagó con el suicidio, no debido a su inteligencia con raíces en el desarrollo social de su pueblo, ese don raro y extraordinario, sino debido a la alienación, la sordera y la desidia de la comunidad, cuya incomprensión la sumió en una soledad tan radical como su sensibilidad insondable. Acaso esa polarización no haya sido sino el camino de su última donación, la de su propia quiebra, como prefigurando la crisis que años después destruiría a Chile, con consecuencias y daños irreparables que se han extendido y se extenderán por generaciones.
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