¿DÓNDE ESTÁN LOS SUBVERSIVOS?

¿DÓNDE ESTÁN LOS SUBVERSIVOS?

2018-07-24 Desactivado Por ElNidoDelCuco

EL NIDO DEL CUCO

Hay que pensar ese incómodo dilema que nos plantea Barthes, esa orfandad revolucionaria, esa vida de cautiverio en una ideología enemiga. ¿Cómo puede ser que no tengamos una ideología contrapuesta, cómo es eso de que hasta nuestras más revolucionarias ideas son hijas funcionales del Sistema? ¿Significa esto que no hay salida, que estamos condenados  al capitalismo? No, en tanto y en cuanto podamos subvertir los valores que impone el sistema.

Por Justo Laposta

 

          Roland Barthes decía que “el lenguaje capitalista no es del orden paranoico, sistemático, argumentativo, ni siquiera articulado; es un envenenamiento implacable, una doxa, una forma de inconsciente: en resumen, la ideología en su esencia”. Y no reparo en decir ideología dominante, porque para Barthes “la ideología no es otra cosa que la idea cuando domina, la ideología no puede ser sino dominante, no hay aquí oposición, no hay ideología dominada, porque del lado de los dominados, por definición, no hay nada. La lucha social no puede reducirse a la lucha de dos ideologías rivales; lo que está en juego en realidad es la subversión de toda ideología”(1). Si no, caemos en la trampa de la dialéctica, mágico artilugio de la lógica dominante, que a lo sumo decanta en los tibios reformismos del neoprogresismo o en el mineralismo enciclopédico marxista.

No hay que ir muy lejos a buscar pruebas. Sólo con escuchar opinar a la gente sobre cualquier cosa basta. En su discurso se transluce el colonialismo ideológico. Fraseologías vacías y odios irracionales; conciencia desclasada con pretensiones de ascenso social. Marioneta de la comunicación hegemónica, hablada por el ventrílocuo del poder. No importa el debate, porque en definitiva no hay debate, sólo hay un simulacro de discusión en un teatro de operaciones parlamentario de hechos consumados. Bombas de humo y cotillón para el show televisivo. No pensamos. Somos pensados. Por eso parece que siempre el poder está tres pasos adelante.

Paradójicamente el poder no es de los poderosos. Eso murió con el Imperio Romano. Basta con ver lo miserables, viles y frágiles que son las tarántulas del capitalismo, que envuelven y disecan en su tela cualquier cosa viviente y grandiosa. Si les sacás sus fortunas no son nada. No dominan por la fuerza, dominan por la moral y la violencia institucional. Una moral de esclavos, que hoy se reduce a consumir a costa de la degradación del otro; una violencia institucional garante de los intereses de una minoría. Resultados: estereotipos momificados por taxidermistas de la propaganda corporativa. Zombies marginales queriendo entrar a punta de pistola a una fiesta donde no son bienvenidos; y el desprecio y la indiferencia de los meritócratas que creen haberse ganado el cielo porque pagan sus impuestos y compiten con sus vecinos a ver quién caga más alto que el culo. Ni hablar de los descalzados, o los pobres de derecha, que son el gran logro de la ideología capitalista.

Queda ese incómodo dilema que nos plantea Barthes, esa orfandad revolucionaria, esa vida de cautiverio en una ideología enemiga. ¿Cómo puede ser que no tengamos una ideología contrapuesta, cómo es eso de que hasta nuestras más revolucionarias ideas son hijas funcionales del Sistema? ¿Significa esto que no hay salida, que estamos condenados  al capitalismo? No, en tanto y en cuanto podamos subvertir los valores que impone el sistema. Estos valores son culturales, por eso Jauretche ya hablaba de la colonización pedagógica. Los ejércitos y las ocupaciones son el último recurso del poder corporativo. Las verdaderas conquistas son culturales.

Por eso la importancia de los medios de comunicación, que pasaron de ser el “cuarto poder” al primero. Fijémonos en las publicidades. No venden productos, venden formas de vida, valores; su ontología: Ser es tener. Las películas del aparato Hollywoodense instauran patrones de comportamiento y conducta, valoraciones morales, estereotipos sociales e ideales meritocráticos. Ni hablar del periodismo, que hoy trasunta su postverdad. Todo este aparato monstruoso, de la mano de la educación institucional, es la Ideología. ¿Cómo vencerla y enterrarla si no es con una subversión cultural? ¿Y cómo se lleva a cabo tal cosa?

(Permítaseme acá una digresión entre paréntesis con respecto al término “Subversión”. Nótese inmediatamente que no es sinónimo de “Revolución”. En la Argentina, durante la última Dictadura Cívico-Eclesiástico-Militar, se usó este término para referirse no sólo a organizaciones armadas tipo ERP o Montoneros, sino a cualquier movimiento o persona que estuviera contra el Régimen militar o las buenas costumbres cristianas. No es casualidad ni ingenuidad de su parte haber usado este término. Porque cualquier tipo de subversión es más peligrosa que una revolución armada. Lo cual no quiere decir que los señalados fuesen subversivos en el sentido que le da Barthes).

Por ejemplo ¿Por qué el Comunismo fracasó frente al Capitalismo? Una respuesta simplona y sintética: porque fue una Revolución y no una Subversión. Un Imperialismo enfrentado a otro Imperialismo. Según la definición de Barthes, tendríamos aquí dos sistemas bajo una misma ideología. Nietzsche diría que fue un movimiento reaccionario en vez de creativo, cayó en la trampa de la dialéctica. El Comunismo no fue una subversión de valores, sino una lucha de clases para ocupar el lugar del otro, sin destruir sus fundamentos y sus injusticias. No podemos decir que eran lo mismo, pero en el fondo tenían un objetivo común: dominar el mundo a través de la explotación y el sacrificio del hombre. Una Voluntad de Poder corrompida por el Poder. Para los dos sistemas el fin justifica los medios y el Fin siempre decanta en un Totalitarismo. Y el Totalitarismo sólo se sostiene con la imposición y la violencia.

Pero ojo, la subversión, como nos quieren hacer creer, no tiene nada que ver con la violencia. Todo lo contrario, es un rechazo a la violencia y al código que la impone. La verdadera subversión es la negación de toda imposición. Una legítima rebelión contra el Orden y la Autoridad, contra los valores establecidos que dejan una contundente evidencia de que esta cultura milenaria está basada en la desigualdad y la violencia. Ninguna revolución ha resuelto satisfactoriamente a la fecha estos problemas.

Quizás sean los jóvenes quienes tengan que llevar adelante esta tarea, ya que tienen a flor de piel esa energía subversiva y rebelde que con el tiempo se marchita en una vida de museo y nostalgia. Es un desafío doblemente difícil. El mundo les ofrece como nunca antes en la historia un abanico de distracciones, comodidades y poder de consumo, que apaga esa llama demasiado temprano.

Es un desafío que quizás esté destinado al fracaso de antemano. Tal vez tengamos que esperar que los engranajes ideológicos sucumban en sí mismos en una catástrofe inevitable. En todo caso la subversión no sea otra cosa que un colapso cultural involuntario. Por lo menos déjenme ser pesimista en este punto. Hoy por hoy, la base de la pirámide muerde la mano que le da de comer y besa la que sostiene el látigo que flagela su espalda.

 

  1. Roland Barthes (1974). El placer del texto. Siglo Veintiuno editores.

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