Una aproximación desde las luchas por Derechos Humanos en Argentina

Una aproximación desde las luchas por Derechos Humanos en Argentina

2018-07-21 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 
 

Resulta que lo más disruptivo y potencialmente peligroso de las luchas por derechos humanos no es la consigna de juicio y castigo como reclamo por igualdad ante la ley (por eso el Juicio a las Juntas fue posible), sino la búsqueda de verdad y memoria como denuncia de la alienación de las determinaciones económicas del genocidio y del ataque sistemático a la clase subalterna empoderada en los setentas.

Por Laura Huertas

Merodeando sobre El Nido del Cuco

Una aproximación desde las luchas por Derechos Humanos en Argentina

 

        Estudiamos las luchas por derechos humanos analizadas como un proceso de resistencia y construcción de fuerza social subalterna emblemático en nuestra historia reciente. En contra de las corrientes académicas dominantes, no atendemos a su conformación institucional ni a la historia de los organismos de Derechos Humanos, porque el objeto de estudio es la lucha misma. Desde un pensamiento que se resiste, junto con los cuerpos que luchan, a creer en las justificaciones y argumentos de los que tienen el poder sobre la producción económica y también sobre la producción de subjetividades, sostenemos que la realidad social y su cambio son el producto de la lucha entre las clases antagónicas, guerra que se libra permanentemente y en todos los frentes de la totalidad social en forma abierta o larvada, violenta o por consenso, tanto en el mundo material como en el mundo simbólico. Sostenemos también que el resultado de cada enfrentamiento particular, según qué interés de clase prevalezca, va modelando la forma que asume la territorialidad social, entendida como el mapa sobre el cual podemos ver las relaciones entre las clases, la posición y condiciones de vida de cada sector y fracción de clase. Aclaremos que el enfrentamiento se da siempre entre fuerzas sociales que se construyen en torno al antagonismo como alianza de grupos o sectores cuyos intereses están en disputa. Entonces debemos hacer foco en el enfrentamiento, en la secuencia de las batallas parciales, en el curso que van tomando los distintos momentos de la correlación de fuerzas (si es de avance o retroceso en relación al momento anterior para cada contendiente), qué táctica se plantea en cada choque y cuál es la estrategia general de las fuerzas enfrentadas; porque es este proceso el que va determinando no sólo las condiciones de la relación de dominación, sino la forma de las clases mismas.

Este enfoque nos permitiría superar las respuestas obvias, que lamentablemente son las que abundan en el ámbito intelectual doméstico y analizar lo sustantivo. Juan Carlos Marín sugiere que para analizar el estadío concreto de una determinada situación de la lucha de clases hay que preguntar qué consecuencias tienen los enfrentamientos en los procesos de constitución de las clases. Esta es una pregunta que se naturaliza o no aparece jamás en el extenso corpus de los estudios sobre derechos humanos y a cuya respuesta pretendemos aportar. 

Desde la situación de emergencia del movimiento de derechos humanos en pleno genocidio, la respuesta obvia es la establecida: las víctimas de la represión se organizan para denunciar las desapariciones y lograr el juzgamiento de los militares, ergo es un “nuevo movimiento social” que lucha por intereses particulares de los afectados directos y su contendiente son los militares, no hay ni composición ni reivindicaciones de clase, no hay impugnación del orden social en su conjunto. Pero si miramos la película completa,  cuando observamos el proceso de construcción de fuerza social en torno a estas luchas vemos las alianzas que se establecen con otras fracciones subalternas: obreros y sindicatos antiburocráticos, partidos de izquierda proscriptos, estudiantes universitarios, abogados y sus asociaciones, intelectuales comprometidos, artistas y, en la medida que se recuperan las libertades políticas, claramente las movilizaciones convocadas siempre fueron desfiles de colectivos organizados que representaban a todo el arco subalterno.

Este proceso no sólo crece y se manifiesta en profundidad sino también en extensión; las luchas por derechos humanos inmediatamente toman carácter nacional (correspondiéndose con la amplitud geográfica de la represión) y se internacionalizan muy temprano buscando la solidaridad exterior. En este plano se puede advertir el problema de las “personificaciones” utilizadas por el discurso hegemónico como rótulo y consenso que crea sentido común alienado, limitando la formación de conciencia de clase: que hayan salido a luchar las madres con pañuelos en la cabeza y familiares directos, apelando a los vínculos de sangre como explicación para su militancia era la única táctica posible en aquel contexto. En el exilio, en cambio, donde las condiciones lo permitían, se ve claramente que es la misma militancia revolucionaria exiliada que se reconvierte a la lucha por derechos humanos y organiza desde el exterior las campañas de denuncia y solidaridad, articulando con el movimiento nacional e internacional[2].

En cuanto a la profundización de las metas y demandas, vemos cómo se avanza desde el reclamo apolítico por los familiares (condición del contexto) a la reivindicación de la militancia político-revolucionaria de los detenidos-desaparecidos y a la negación de los “excesos”; demostrando la perpetración de un genocidio sobre la oposición política y la clase insurrecta en su conjunto, mediante un plan sistemático ejecutado por la élite neoliberal que toma el gobierno del Estado. Esto se sintetiza en el cambio de caracterización de dictadura militar a dictadura cívico-militar (o dictadura cívico-militar-eclesiástica) que, para nosotros, es un logro clave en la definición y develamiento del antagonismo de clase. Porque el develamiento del antagonismo de clase es el “nido del cuco” para las clases dominantes, lo que se incuba allí, su necesario desarrollo y maduración, es la clave de acceso a la conciencia de la estructura económica; único antídoto contra la sumisión. Podríamos aventurar que en las relaciones entre estructura y conciencia se juega la posibilidad del proyecto emancipatorio subalterno en general y el destino de cada lucha en particular.

Una pequeña anécdota histórica puede servir para ejemplificarlo. En el film “El joven Marx”[3] se resalta la participación política de los grandes teóricos del socialismo Marx y Engels (y felizmente también la de sus compañeras) mostrando cómo intervinieron para conducir la Liga de los Justos, para entonces la mayor y radicalizada organización obrera de Europa. Pero en la Liga primaban tendencias reformistas y del socialismo utópico, con sus apelaciones idealistas a la igualdad y la fraternidad de toda la humanidad y que no develaban la estructura económica de dominación; su lema era “Todos los hombres son hermanos”. Marx y Engels se enfrentan a un socialismo que sustituyendo el conocimiento científico con frases literarias y poniendo en el lugar de la emancipación del proletariado, por la transformación económica de la producción, la liberación de la humanidad por medio del ‘amor’. La película recrea la discusión por cambiar el lema de la Liga de los Justos argumentando que quienes nos explotan y condenan a la miseria no son nuestros hermanos, que la sociedad está dividida en clases antagónicas y que la burguesía es la clase que domina porque se apropia del trabajo del proletariado, el único creador de las riquezas del mundo. Desnuda así la verdad de la estructura económica, y propone que el lema de una organización obrera autónoma debía ser “¡Proletarios del Mundo, Uníos!” para convertirse en una fuerza capaz de derrotar a su enemigo de clase y transformar la estructura de la sociedad. Este episodio resume en forma diáfana lo fundamental de la relación entre estructura y conciencia; lo determinante que es para el movimiento proletario alcanzar el conocimiento de la estructura como totalidad social, tomar conciencia en el mismo acto de su posición en esa estructura y de sus propios intereses en el enfrentamiento con la burguesía; producir una nueva subjetividad que, desde el reconocimiento del antagonismo de clase, produzca simultáneamente la estrategia autónoma: constituir una fuerza social capaz de oponerse a la clase antagónica y liberarse de sus cadenas. Esta anécdota condensa cuestiones enormes como la concomitancia de la lucha teórica, política y económica; desde la desmitificación de una conciencia abstracta, como ideología de la clase dominante que debe ser denunciada por la teoría científica; hasta el carácter práctico de la conciencia que involucra, no sólo el conocimiento de la realidad como pensamiento de sí en el mundo, sino como guía que orienta las acciones para actuar sobre esa realidad y transformarla en el sentido de los propios intereses. Sabe que el éxito de las luchas depende de poder romper con las ideas que sujetan a la estructura de dominación y explotación, y que no permiten una praxis efectiva para enfrentar al poder que oprime, es decir, la unidad con conciencia de clase para sí.

El antagonismo de clase sigue siendo el secreto mejor guardado del poder, incluso las teorías contemporáneas que se consideran críticas lo niegan. Por ejemplo, Laclau y Mouffe sostienen que las luchas contra la desigualdad surgen de la ampliación del discurso democrático de occidente a partir de la Revolución Francesa y las mutaciones en el imaginario político con la ilegitimidad de las distintas formas de desigualdad en torno a las consignas de libertad e igualdad; con lo cual la extensión del conflicto es consecuencia del desplazamiento del imaginario igualitario a diferentes esferas y la consiguiente emergencia de nuevos sujetos políticos. Acá no hay antagonismo inherente a la extracción de plusvalía ni existe lucha de clase contra clase; la existencia misma de la burguesía, que crea al proletariado como clase explotada mediante la apropiación de valor socialmente producido está alienada, se oculta. Esa alienación se realiza en la política mediante discursos impuestos por el poder hegemónico, y la dominación de clase se justifica en un discurso político exterior a la relación de producción, mediante atributos divinos, de sangre, de capacidad o carisma que validan las jerarquías injustas.

Por otro lado el imaginario igualitario y libertario es integrado al discurso hegemónico, la igualdad formal y de derechos y las libertades individuales; no hace mella a la privatización de la riqueza, a la desigualdad económica, por la funcionalidad que estas demandas han logrado en las democracias burguesas, que pueden seguir presentándose como defensoras de estos valores siempre y cuando no se cuestione la propiedad privada (de los medios de producción). Es decir que, desde mi punto de vista, las luchas por estas conquistas han ido perdiendo su potencial revolucionario en tanto no denuncien la estructura, las relaciones de producción asimétricas y la desposesión permanente de las clases subalternas en la sociedad dividida en clases, en tanto no aporten al proceso de toma de conciencia, al develamiento de la estructura, a la desalienación. Aportarán sí a los procesos de movilización y organización, al incremento de la potencia de masas y son experiencias de aprendizaje imprescindibles en el camino de construcción de una fuerza social subalterna. Por esto también las luchas democratizadoras en el marco del populismo pueden ser toleradas (hasta cierto punto) por el poder, porque no alcanzan la estructura económica, la totalidad social. Estas teorías sostienen la entelequia de un capitalismo “bueno”, “con rostro humano”, y de un Estado benefactor (totalmente ajeno al modo de acumulación que se libera al mercado) como epítome de la igualdad y de la libertad universal, formal, abstracta. Así se circunscribe el antagonismo a una oligarquía pre-moderna o irracional, o a una élite empresaria voraz que llega a ser presentada como una anomalía, como un grupo de poder coyuntural, pero fuera del orden idílico de la democracia burguesa y de la conquista del tan mentado 50/50 como máximo horizonte de equidad social. Apenas denuncian excesos de un sistema que no se cuestiona en sí mismo, versión de la teoría de los dos demonios en el plano político-económico, cuando el problema es el capitalismo.

Analizado así, resulta que lo más disruptivo y potencialmente peligroso de las luchas por derechos humanos no es la consigna de juicio y castigo como reclamo por igualdad ante la ley (por eso el Juicio a las Juntas fue posible), sino la búsqueda de verdad y memoria como denuncia de la alienación de las determinaciones económicas del genocidio y del ataque sistemático a la clase subalterna empoderada en los setentas. Con el reclamo de Verdad, se alcanza la estructura, se denuncia la mentira sistemática a la que los poderes dominantes nos someten; se dice sin eufemismos que la clase dominante perpetra un genocidio para apropiarse de un mayor margen de ganancia y exterminar toda resistencia. Esta articulación de sentidos, más la revaloración de la solidaridad, el compromiso social y la participación política, es lo que convierte a las luchas por derechos humanos en el enemigo antagónico de la elite neoliberal (que pugna por legitimar su ideario de individualismo, Estado mínimo y “hombre de mercado”) y es lo que construye las cadenas de sentido insumisas, lo que arrasa con toda la ingenuidad del discurso igualitario y del reclamo por derechos universales.

Volviendo a la pregunta que sugiere Marín: ¿qué consecuencias tienen los enfrentamientos en los procesos de constitución de las clases? Respondemos que en Argentina fueron las luchas por derechos humanos las que motorizaron el proceso de unificación, desde un momento de máxima opresión, bajo coerción total, con conducciones políticas aniquiladas, desunión, desmovilización y disciplinamiento consecuencias del terror, son las que unen, aprietan, contactan, asocian, acrecientan las fuerzas, y llevan a la palestra política los intereses de una mayoría inmensa[4]. Fueron las prácticas desplegadas por estos luchadores (personificados como defensores de los Derechos Humanos) las que generaron un movimiento subalterno autónomo, que alcanza a organizar en la unidad de acción una fuerza social subalterna a nivel nacional e internacional para resistir la ofensiva de la nueva fracción dominante; llegando a denunciar las determinaciones estructurales del genocidio, y elaborando las ideas que le restituían el sentido al horror padecido, alcanzando mayor comprensión de la totalidad social y negando las justificaciones hegemónicas tendientes a fijar relaciones de sumisión al poder dominante. Estas luchas definieron en su lenguaje el antagonismo de clase y produjeron así una nueva oleada en el flujo y reflujo de la lucha de clases.

 

Laura Eugenia Huertas

 Investigadora del Grupo de Estudios sobre Acumulación, Conflicto y Hegemonía (GEACH). Especialista en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y Doctorada en Ciencias Sociales y Humanidades por la UNQ. Investiga lucha de clases y Derechos Humanos. 

 

 

[2] Franco, Marina, “El Exilio: argentinos en Francia durante la dictadura”, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008.

[3] “El joven Marx” (2017),  Dirección: Raoul Peck, 112 min., Francia, Guión: Pascal Bonitzer, Pierre Hodgson, Raoul Peck, Reparto: August Diehl, Stefan Konarske.

[4] Términos en que Marx describe el proceso de formación del movimiento proletario en el Manifiesto Comunista.

  

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