Lágrimas de época

Lágrimas de época

                     Apoyé la SUBE y cantó menos diez, el 244 venía medio cansado, casi vacío, como la parada de cinco esquinas. Entonces la vi. No tenía más de 25 y estaba embarazada, ocupaba el primer asiento, miraba por la ventanilla y estaba llorando. Un llanto sereno, pero torrencial, propio de las grandes amarguras. Sin muecas, sin gestos, solo un pañuelo era estrujado con las dos manos.

Reconocí inmediatamente la situación y vi a mi vieja en la cocina estrujando un repasador, llorando de esa manera, mi viejo se había quedado sin trabajo después de 25 años en la fábrica. “Debe ser eso – pensé –, se quedó sin laburo, o el marido, anda a saber. No seguro que se separó…”, “sola, con un pibe por venir, que garrón…”

El bondi paso el semáforo de Bustamante como un suspiro, estaba en rojo. Ya me bajaba y no quise quedarme con esa sensación de no hacer nada. Me paré y le toque el hombro. Me miro con los ojos inundados.

– ¿Estás bien? – Pregunté – ¿Te puedo ayudar en algo?

– Estoy bien, gracias – Contestó casi ahogada.

– Tratá de calmarte, te puede hacer mal en tu estado…

– Gracias señor, voy a estar bien, lo que pasa es que me robaron el celular.