Corrida bancaria
2018-06-05 Desactivado Por ElNidoDelCuco“La mixtura de la fundación de un banco, sus inversores, los parroquianos de un ignoto boliche y la disertación de un historiador nos lleva por un camino donde casi nada ha cambiado en mil años. La palabra de Don Furibundo Tempo alimentada por el coraje que tomó prestado a la ginebra, revela la eterna estafa de los bancos.”
Por Alejandro Braile
En el año 1957 se cursó una solicitud al Banco Central de la República Argentina para la apertura de un Banco en Hurlingham, sin embargo no es la historia de esta institución lo que nos convoca a escribir estas líneas. Unas semanas antes de la presentación a la entidad rectora de los establecimientos bancarios, los flamantes integrantes de un futuro directorio se reunieron a los efectos de pergeñar un plan para seducir a inversores. La idea fue transparentar a los convocados la operatoria que tiene un banco para ganar dinero. Como todo el mundo sabe el negocio bancario es oscuro por naturaleza, desprovisto de humanidad, con actividades inconfesables. La tarea de presentar el negocio como una contribución lucrativa pero necesaria para la comunidad debe contar con la complicidad de los inversores, pero el caso era que los convocados habían conseguido pequeñas fortunas trabajando. La idea se le ocurrió a un famoso boticario de la zona: “Preparemos una presentación impactante, evitemos el tema de préstamos, intereses y todo eso que requiere explicaciones técnicas, contemos la historia de los bancos”. “¡Claro!, apuntemos a eso, al prestigio que proporciona tener un banco.” Gritó excitado el futuro presidente de la entidad. “Necesitamos un historiador”. Dijo el Escribano. La única mujer, sentada en una de las cabeceras de la mesa, fumaba, y entre los fantasmas del cigarrillo susurró: “Conozco un historiador, se llama Furibundo Tempo.”
Agosto ya había recordado a San Martín y las invitaciones estaban todas repartidas. El domingo después del feriado, en la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos a las 10 de la mañana, en el salón principal era la cita.
Amaneció con lluvia, Furibundo llegó temprano, con frío. El lugar estaba desierto. El bufet del “Cosmo”, que funcionaba pegado al salón principal, era una cita obligada para los parroquianos los domingos a la mañana, la mayoría trabajadores, “el proletariado en carne viva”, pensó el historiador suburbano mientras se acomodaba en una de las mesas vacías. Cuando vino el patrón pidió un café… un café y una ginebra. A las diez menos cuarto el Profesor ya no sentía frío, pagó el café, las tres ginebras y enfiló para el salón. Afuera se había desatado un vendaval, las casi treinta personas que habían llegado con sus impecables Perramos y abrigos de piel, estaban acomodándose en las sillas que estaban dispuestas en semicírculo frente al escenario. Fue en ese momento que una pequeña gotera se convirtió en un chorro de agua y dos placas de yeso del cielorraso se desprendieron y cayeron ruidosamente cerca de la gente. El futuro Presidente del Banco de Hurlingham actuó rápido, tranquilizó a los presentes y pidió que lo esperen cinco minutos. Inmediatamente habló con el encargado del bufet y le puso unos billetes en la mano. El hombre hizo correr a los parroquianos a las mesas cercanas al mostrador y dejó libre la mitad de las sillas. La comitiva inversora se acomodó sin saludar, dando la espalda a los que jugaban al mus, al truco, tute cabrero o simplemente charlaban. El futuro Presidente levanto las manos y pidió silencio, hizo una introducción con bienvenida al futuro banco de los presentes y pormenorizó los beneficios que desparrama la iniciativa en la comunidad. Por último apeló a la historia, a la historia de los bancos, “pero para eso hemos convocado a un historiador, para que nos brinde una clase magistral, como solo él sabe hacerlo. Gracias por venir Profesor.”
Furibundo Tempo alisó el saco y se incorporó lentamente sintiendo el peso de las miradas, se desplazó entre las mesas y levantando la mano derecha con voz clara y fuerte dijo: “¡La bolsa o la vida!” y metió una pausa; “la frase ha sobrevivido hasta nuestros días, viene de lejos… más de mil años. Pasaba que en esos tiempos la gente llevaba las riquezas encima, en una bolsa. Las viviendas eran precarias y carecían de seguridad, razón por la cual, preferían transportar consigo lo que estaba considerado como dinero, monedas de oro y plata, muchas de ellas cortadas en mitades o en cuartos para poder hacer compras e intercambiar por bienes equivalentes”. Se acercó al mostrador y pidió una ginebra en voz baja. “El oro es un metal escaso, que mantiene sus propiedades en el tiempo, no se oxida, es antimagnético, brilla y tiene un color inalterable. La forma que hubo en todos los tiempos de tener este metal fue, es y será, por herencia, extrayéndolo de una mina, a cambio de un bien o robándolo. En el siglo X la actividad minera comenzaba a tener volumen y el oro extraído se llevaba a fundiciones donde se lo moldeaba y lo convertían en lingotes. Estos establecimientos eran los más seguros de todas las ciudades, la razón es fácil de deducir. Con los años la actividad de “The Goldsmiths” cambió, estos lugares, verdaderas fortalezas, empezaron a recibir el oro de la gente para que lo tengan en un lugar seguro, por el servicio se cobraba una comisión. Los propietarios de los establecimientos extendían un recibo por la guarda. Pasado el tiempo, estos señores que almacenaban, se dieron cuenta que casi nadie retiraba el oro y que si los dueños tenían que comprar algo lo hacían directamente con los recibos. El dinero de papel empezaba a circular. Entonces se le ocurrió una idea genial: “Qué pasa si emitimos un recibo igual al que le damos a nuestros clientes y compramos un castillo. Está la posibilidad de que el receptor del recibo venga y reclame el oro… Se lo damos y listo, total tenemos un montón de oro. La única manera de descubrir que le compramos el castillo con un papel es que vengan todos los que tienen oro guardado y lo reclamen al mismo tiempo, pero como nos tienen confianza eso jamás va a ocurrir.”
Me pregunto – dijo Furibundo apurando el último trago de la ginebra – ¿qué diferencia hay entre los que decían, la bolsa o la vida, y estos que compraban ciudades con papeles pintados? Esta es una idea que la entiende una de cada mil personas, y sigue vigente. Mi obligación y responsabilidad es que la gente entienda estas cosas. Pero apliquémosla a aquí, en estos tiempos, digamos que el bolichero, con todo respeto patrón, le guarda plata a la muchachada que viene todos los días, por la misma causa de hace mil años, porque no tiene donde guardarla. Entonces quien recibe la plata la presta con intereses, si viene uno, dos o tres a pedir su dinero no pasa nada, pero si vienen todos, el patrón no podrá responder al requerimiento, técnicamente a esta situación se la llama “corrida bancaria”.
El hombre que estaba detrás del mostrador empezó a lavar vasos con movimientos que delataban un indisimulable nerviosismo.
A las doce llegó la policía, varios parroquianos habían acorralado al bolichero en la cocina. En el otro extremo del salón unas diez personas hacían cola para firmar papeles, indiferentes a los gritos y la llegada de la autoridad. Cuando el Comisario preguntó que estaba pasando, un señor con boina de vasco, que estaba tomando un vino acodado en el mostrador le dijo: “Técnicamente se llama corrida bancaria”.
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