PERIODISMO BAJO FUEGO; JOHN REED

PERIODISMO BAJO FUEGO; JOHN REED

2018-06-04 Desactivado Por ElNidoDelCuco

             

De escritor de cuentos y cronista en pequeños periódicos, a participar de las dos primeras revoluciones del siglo pasado. De intelectual humanista a militante político en poco tiempo. A 98 años de su muerte la tarea periodística de John Reed es, sin duda el mayor exponente de lo que puede hacer un corresponsal de guerra; no permanecer nunca como un mero observador.

Por Ramona Soto

CRÓNICAS DE LA REVOLUCIÓN

 

         Desde siempre, desde los primeros acercamientos al periodismo en Portland, había algo que lo inquietaba, que al mismo tiempo lo mantenía alerta.

Como un camino ya recorrido y que la memoria reconstruía a cada paso, John Reed sentía que una opción tomada luego de algunos años, ya lo atormentaba en estos primeros días. Su vida fue un constante viaje. Alemania, Serbia, España, Francia, México, Rusia… De una familia bien acomodada del estado de Oregon, sobre las costas del Pacífico, el 22 de octubre de 1887 nació el primer hijo de los Reed, John Silas. Con una disfunción renal que lo acompañaría toda su vida, el pibe John ya tenía las letras como un arma incandescente. Sus primeros pasos fueron las inquietudes de un joven humanista de clase media.

La confrontación con la vida real, por fuera de la contención familiar y las paredes paquetas de la universidad, comenzaron a forjar en Reed una conciencia, que no se detendría jamás.

 

TOMO UNO

 

“Las ideas por sí solas no significan nada para mí. Yo tenía que ver”. A comienzos de 1913, veinticinco mil obreros inician una huelga en la región de Patterson, centro industrial de la seda. Para esa época John vivía en Nueva York y hacia allí marchó a cubrir el conflicto para la revista progresista The Masses. “Hay una guerra en Patterson, pero es un curioso tipo de guerra, toda la violencia es obra de un bando; los dueños de las fábricas. Estos controlan  a la policía, la prensa y los juzgados”. Por participar en las asambleas cae preso veinte días. En el calabozo conoce al líder de los Obreros Industriales, Bill Haywood y lo describe así: “En medio de la celda, sus enormes manos se movían al ritmo de sus palabras. Su amplio rostro de rasgos ásperos y lleno de cicatrices, parecía esculpido en piedra. Irradiaba tranquilidad y fuerza”. De vuelta a Nueva York , no le alcanzaba con haber publicado sus artículos, necesitaba mostrar la historia de los obreros. El 7 de junio de ese mismo año, Reed montó en el mismísimo Madison Square Garden la obra de teatro “La guerra de Patterson”, llevada a cabo por los mismos trabajadores que habían dejado por unos días las barricadas. El estadio estallaba, banderas rojas cubrían las tribunas, las escenas de represión policial enardecían al público. Sin duda para Reed empezaba un  nuevo camino; pero a pesar de la admiración, su entorno observaba con recelo sus incipientes inclinaciones políticas. A fines de ese mismo año los diarios Metropolitan y New York World lo contratan para viajar a México.

 

TOMO DOS

 

México en armas. Luego del conflicto en Patterson, Reed sufrió una grave recaída en su salud. Sin embargo, un creciente remordimiento no le permitía estar alejado de su pasión. Las teclas de su Underwood estaban en silencio desde hacía meses. Regresó a los Estados Unidos. Debía cruzar el Río Grande como corresponsal de guerra. Si las condiciones de vida de los obreros estadounidenses lo habían inquietado, las imágenes de atraso y opresión con las que se encontró en Ojinaga lo indignaron. En su libreta empezaba a anotar impresiones, conversaciones con los campesinos. La revuelta y la lucha eran contra la dictadura de Porfirio Díaz, quien se mantuvo en el poder a sangre y fuego durante cuarenta años, apoyado por las empresas norteamericanas. En 1910 por  todos los rincones de México, surgieron ejércitos campesinos que en pocos días derrumbaron a la dictadura. Fue al mismo tiempo una revolución democrática, constitucional, en manos de Francisco Madero y una revolución social contra el latifundio agrario, en manos de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Luego de tres años de gobierno revolucionario sin cambios, en medio de traiciones, una revuelta militar asesina a Madero y los dos líderes campesinos  vuelven a la lucha.

 

A ese México diezmado por la guerra civil, arriba John Reed. Se dirigió al frente de combate, evitando que lo fusilaran por ser gringo. Posteriormente tomó posición en la División del Norte que  comandaba Pancho Villa. En la navidad de 1913, se encontró con el campesino y entabla una amistosa relación que le sirvió a Reed para que los lectores de sus crónicas en Estados Unidos conocieran la verdad de México.  La figura de Villa lo cautivó rápidamente. Pasaba largas noches enteras con el líder en su vagón de campaña.  Allí Reed pudo anotar los apuntes que se convirtieron en su primer libro “México Insurgente”.

Pero no fue solamente un cronista en el medio del polvo mexicano, sino que participó activamente al lado de los revolucionarios. Vio en Zapata al futuro de la revolución, aunque no llegó a conocerlo. Diez años después de esas crónicas Pancho Villa era asesinado. Al regresar a su país Reed enfrentó a la prensa, que continuaba atacando a los campesinos mexicanos, y defendía los intereses de las grandes empresas yankis que hacían negocios allí. Una vez más escribió: “Estados Unidos quiere imponer en México sus así llamadas instituciones democráticas; la dirección de los trusts, la desocupación y la esclavitud asalariada. Lo que quiere es corromper al pueblo de México y hacer de los mexicanos, pequeñas copias morenas de los hombres de negocios yankis y de los obreros norteamericanos, como ya lo hizo con los pueblos de Cuba y Filipinas”.

 

Convivía con Mabel Dodge, una intelectual miembro de la bohemia neoyorkina. Participaba en reuniones de artistas, quienes lo veían como el joven que aún conservaba la frescura de la juventud. Se interesaban por la situación mexicana, pero sólo como algo exótico y pintoresco. Reed tenía una deuda con los revolucionarios, la pagó con la publicación de México Insurgente, esa deuda no era periodística, era de posición política. Pasó del papel de cronista al de verdadero periodista activo en las luchas populares.

 

TOMO TRES

 

Otra matanza de obreros. La primavera de 1914 todavía calentaba poco.  Los mineros que soportaban condiciones infrahumanas de explotación impuestas por la familia Rockefeller en Ladlow, Colorado, se lanzaron a las calles. La policía con matones de la empresa quemaron las tiendas de campaña, los que se salvaron del fuego fueron acribillados. Diez días pasaron de la matanza cuando Reed tomó contacto con el conflicto. Reconstruyó los hechos, los testimonios, sus notas lo convirtieron en un autor de no-ficción. “Los mineros de Colorado, reciben peores salarios que en cualquier otro lugar. Están obligados a pagar de su bolsillo no solo las visitas de los médicos, sino también el costo de los explosivos para trabajar. La cantidad de muertos en estas minas está en relación de tres y medio a uno  con respecto a otros estados del país juntos”. “La Guerra del Colorado” salió publicada en el Metropolitan, crónicas de donde extraería los datos para escribir su novela “Petróleo”. Tenía 26 años y se convirtió sin buscarlo en el periodista mejor pago de Nueva York, al mismo tiempo que elegía estar del lado de los explotados. Una contradicción que se resolvería en pocos años. A pesar de su juventud, cada vez que regresaba de cubrir un conflicto, ya no era el mismo. Ladlow sacó con su sangre derramada a un Reed que empezaba a definirse como socialista, que rompía definitivamente con su clase, que una vez más viajaba al frente de combate. Esta vez el mundo había entrado en guerra.

 

TOMO CUATRO

 

Primera Guerra Mundial. Partió hacia Europa en agosto de 1914. Su primer texto dice; “Nosotros los socialistas podemos tener esperanzas, podemos estar seguros que el horror de la sangre derramada y de las terribles destrucciones, permitirá el surgimiento de transformaciones sociales, avanzando hacia la paz entre las personas. Esta no es una guerra nuestra”. Cuando este texto llegó a la redacción del Metropolitan, no fue publicado. Los editores esperaban ansiosos descripciones de combate, detalles de masacres y no un documento antibélico. Llegó a París cuando las tropas alemanas estaban apenas a treinta kilómetros, la ciudad agonizaba, las avenidas estaban vacías, por las calles ni un solo tranvía, nada. Silencio.

 

“Allí en el Rin, la gente extenuada y cansada por el insomnio, se mataba mecánicamente unos a otros. Estuvimos un momento parados escuchando  estos  ruidos  y contemplando las praderas amarillas de Champagne que se extendían igual que cuando pasó Atila con sus hordas de hunos hace tantos años”. Al poco tiempo llegó el permiso de ir a Alemania para estar en el frente de combate. “Estuve en las primeras líneas del frente alemán, donde gente cubierta de piojos, con el barro y el agua hasta la cintura, tiraba a todo lo que se movía…yo pregunté a esos seres salpicados de barro, ¿quiénes eran sus enemigos? Ellos me miraban sin comprenderme”.

 

Al regresar a los Estados Unidos su situación no sería la mejor. Acusado de traidor y de agente alemán porque una noche en las trincheras disparó un par de tiros al aire, sus anteriores amigos y colegas le daban la espalda. Presentaba, quizá, su mejor cuento “Hija de la revolución”, la historia de la hija de un militante que había participado de la Comuna de París y en ese momento debía prostituirse para sobrevivir. La redacción lo rechazó. Al mismo, tiempo, y como excusa para tenerlo lejos, el Metropolitan lo manda a Francia, pero la acusación que tenía sobre él, le impidió la entrada. Decide viajar a Europa Oriental a cubrir la guerra entre Serbia y Austria.

 

TOMO CINCO

 

Otra vez guerra en Europa. Acompañado por el dibujante Bordman Robinson, llegó a Belgrado a mediados de 1915. Al llegar a la montaña de Guchevo, observó que ambos ejércitos estaban apenas separados por veinte metros. El relato de esta masacre es sin duda uno de los más estremecedores de la historia del periodismo en tiempos de guerra, quizá más que las descripciones de las devastaciones que provocarían treinta años después los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. “Al acercarnos para observar, vimos cosas aterradoras, de estas pequeñas colinas pendían trozos de uniformes, cráneos con los pelos sucios de barro en los que colgaban pedazos de carne. Había una fetidez insoportable. Una manada de perros semisalvajes cavaba en el límite del bosque. Se podía ver cómo dos de ellos tiraban de algo que estaba semienterrado. Caminaban encima de los muertos, algunas veces enterrando los pies en las fosas llenas de carne podrida y aplastando con su crujido los huesos. Había montañas enormes de cuerpos”. Reed golpeaba las teclas de su Underwood; Robinson,  a cada rato, le mostraba sus dibujos. Así permanecieron semanas dentro del hotel, mientras miles de personas morían por día. En medio de este clima febril, Reed tuvo una terrible recaída en sus riñones y los médicos fueron categóricos; debían regresar a Estados Unidos y extirparle su riñón izquierdo o moriría pronto. Luego de varias semanas postrado, desoyó a los médicos y junto a Robinson viajaron a la tierra de Dostoievsky. El trayecto Vía Rumania no resultó fácil; en cada estación ferroviaria eran casi deportados. Con habilidad casi misteriosa, lograban seguir adelante. El destino era Petrogrado. En Rusia se encontraron con persecuciones por parte de las autoridades zaristas, estuvieron presos varias veces, los amenazaron con ponerlos frente a un tribunal militar, hasta que fueron deportados hacia Bucarest. Antes dejó sus impresiones sobre un país al que sentía suyo. “La fantasía rusa, es la más viva; la vida rusa es la más libre; el arte ruso, es el más extraordinario; la comida y la bebida rusas, a mi gusto las mejores , y es posible que los rusos y su cultura sean los seres más interesantes de la tierra”. Los ojos de Reed observaron también a un fantasma que sobrevolaba Petrogrado: el descontento del proletariado.

 

Cada regreso a Estados Unidos era una tortura. Por su oposición a la guerra lo despiden de Metropolitan y decide volver a The Masses. Allí publica entre julio y agosto dos textos antibélicos (“El militarismo en juego” y “Consigue una camisa de fuerza para tu hijo soldado”) que lo enfrentaron con toda la sociedad norteamericana. Poco antes de emprender el viaje que le cambiaría la vida para siempre, estuvo unos días con su familia en Portland donde conoció a la que sería su esposa, Luisa Briant. Recién había perdido un riñón y el dinero no le alcanzaba, las colaboraciones en The Masses no le dejaban ni una moneda. Igualmente, en esas circunstancias, Reed escribía un texto que no sería publicado sino hasta 1936. El tono del texto golpea por su anticipación y por el fuerte sentimiento de cambio radical que había atravesado este joven periodista de apenas 29 años. “Casi treinta” es autobiográfico. “Debo encontrarme a mí mismo. Por lo visto algunas personas encuentran tempranamente su camino, crecen naturalmente, modificándose de a poco. Yo no sé qué pasará conmigo dentro de un mes. Vi y escribí unas cuantas huelgas, la mayoría de ellas eran una lucha desesperada contra la necesidad desnuda. Las posibilidades de ayuda política se reducen de año a año”. Algo más de un mes después, viajaría a Rusia a participar de la Revolución Bolchevique.

 

TOMO SEIS

 

Octubre rojo. Las noticias eran escasas en Nueva York. La prensa desde sus cómodos escritorios publicaba informaciones confusas. Enseguida Reed se puso en contacto con los rusos que vivían en Estados  Unidos y que coincidieron con él en que el golpe palaciego perpetrado por una oficialidad del ejército y la burguesía contra el Zar, era apenas eso. Sin embargo, las masas no habían dicho su última palabra. Sin el apoyo de ningún medio, salvo las credenciales de The Masses, emprendió el viaje junto a su compañera Luisa Briant. Un mes más tarde arribaron a Petrogrado, cuando la ofensiva contrarrevolucionaria acababa de ser derrotada por los bolcheviques. “La vieja ciudad estaba irreconociblemente cambiada, allí donde reinaba la alegría hay tristeza, y donde había tristeza hay risas. Nos encontramos en lo más profundo de las cosas… Hay tantas cosas dramáticas para describir que no sé por dónde empezar”. Durante el día participaba en las reuniones de los soviets (Comités de obreros y soldados), realizaba entrevistas por toda la ciudad, visitaba fábricas. En la noche, sonaba su Underwood. Cuando se publicó el libro de Reed sobre el triunfo revolucionario “Diez días que estremecieron al mundo”, Reed deja en claro que había adoptado a la revolución como una causa suya. El 25 de Octubre, los delegados reunidos en Petrogrado lanzaron el ultimátum al gobierno provisional, las calles se cubrieron en minutos, el Palacio de invierno mantenía entre sus muros a los últimos contrarrevolucionarios. Reed se levanta apurado. Miles de banderas rojas ondeaban el todos los rincones de la ciudad. Al llegar al Palacio, presenció el triunfo final del Ejército Rojo. Nacía una nueva Rusia. Reed pasó a integrar la Oficina de Propaganda Revolucionaria Internacional que editaba tres diarios, en alemán, húngaro y rumano. Su trabajo era incesante, asambleas y visitas al frente de combate.

 

TOMO SIETE

 

En Estados Unidos, el horror. En abril de 1918 regresa a estados Unidos para defenderse de una acusación de traidor a la patria y para poder escribir su relato sobre los acontecimientos de octubre. Al llegar al puerto de Nueva York, le confiscan todos los materiales que traía para su trabajo. Luego de seis meses las autoridades acceden a devolverle sus papeles. En un mes escribe su obra más importante, pero recién en marzo del año siguiente la primera edición sale a la calle. La actividad de Reed en esos días es tremenda; edita la revista “Kommunist”, funda el Partido Comunista Obrero de Norteamérica. A fines de 1919, decide volver a Rusia para reunirse con Lenin. Con una libreta falsa de marinero cruzó el Atlántico y dos meses más tarde  pisaba el Petrogrado rojo. Luego de varias conversaciones con Lenin, este le recomienda formar en Estados Unidos un único partido comunista. La ocasión era la mejor, ya que se desató la huelga más grande de la historia de Estados Unidos, con diez estados paralizados y más de 365.000 trabajadores del acero en lucha. Parecía que el destino viajero no tenía fin para Reed, sin embargo nunca más abandonaría Rusia. Intentando cruzar una vez más el océano cae preso en Finlandia, donde por orden de la embajada estadounidense se lo mantiene incomunicado y casi sin alimentos. Tres meses de cautiverio, comiendo solo pescado crudo, le provocaron un daño irreversible a su salud renal. Imposibilitado de volver a su país, el único camino que tenía era Petrogrado. En julio de 1920 participa de la organización de II Congreso de la Internacional  Comunista y en su rostro se adivinaba una enfermedad terminal que avanzaba inexorablemente. Tan rápido que, a cinco días de cumplir 33 años, murió. Sus restos descansan en los muros del Kremlin en La Plaza Roja de Moscú.

De escritor de cuentos y cronista en pequeños periódicos, a participar de las dos primeras revoluciones del siglo pasado. De intelectual humanista a militante político en poco tiempo. A 98 años de su muerte la tarea periodística de John Reed es, sin duda el mayor exponente de lo que puede hacer un corresponsal de guerra; no permanecer nunca como un mero observador.

  

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