La Pandemia de los bobos

La Pandemia de los bobos

2018-05-27 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Puede creerse que el autonomismo representa y corporiza la mayor radicalidad posible, pero todas sus propuestas son absorbibles por el capital que transforma en moda cualquier cosa y escucha cualquier opinión que no pretenda transformarse en ley. Por esa vía, el autonomismo se transforma en un virus parásito que se conforma con habitar eternamente la misma estructura sin animarse nunca a destruirla. Un virus que se divierte molestando a quienes intentan construir. Un virus idiota.

Por José Spina

En la actualidad, una de las corrientes políticas más populares en el seno de las masas movilizadas es la que se conoce como “autonomismo”, aunque suele responder también al “anticapitalismo”, la “antiglobalización” o el “anarquismo”. Mientras las expresiones “anticapitalismo” y “antiglobalización” no significan nada, la expresión “anarquismo” esconde una estafa política y una mentira histórica.

Los señores feudales, los esclavistas del sur de los Estados Unidos, la China del modelo de producción asiático o los indígenas de las pampas argentinas y el oeste americano, también eran anticapitalistas. Por su parte, estuvieron y están también contra la expansión capitalista todas las burguesías débiles del mundo y los sindicatos nacionalistas, sin hablar de más de una secta religiosa, como los amish, por ejemplo.

Toni Negri, John Holloway, Paolo Virno y toda la caterva de descendientes de Foucault, el autonomismo de las asambleas barriales del 2002, las agrupaciones estudiantiles “independientes” y los MTD gustan coquetear con una trayectoria de lucha que les queda grande y a la que envilecen en mentarla como propia. Tras la reivindicación del anarquismo y, por ende, la cosecha de su historia de luchas, el autonomismo contemporáneo hace pasar un programa político, una estrategia y una metodología completamente enemigas del movimiento libertario en su mejor época. El anarquismo argentino de comienzos del siglo XX, al igual que el de la guerra civil española se construyeron, en realidad, contra el autonomismo. Mal puede este reivindicar hoy una herencia que combatió encarnizadamente en su momento.

UN LINAJE LAMENTABLE

Es propio de las corrientes autonomistas reivindicar la ausencia de organización, y el rechazo a la política y  los partidos políticos. “Horizontalismo” y “apoliticismo” serían los ingredientes básicos del pastel democrático; nadie determina a nadie, no existe representación alguna, no se construye ningún funcionariado permanente, ni mucho menos, burocracia alguna. El resultado obvio es que toda reunión de personas que se dé en una dirección política termina alienando la libertad de sus miembros, constituyendo  una dictadura. Ningún objetivo a largo plazo puede figurar en la agenda del autonomismo y todo programa elaborado con antelación a la reunión de miembros del colectivo resulta sospechoso de manipulación. Todo debe brotar del “allí mismo”, puesto que todo acuerdo previo puede ser visto como “aparateo” de las cúpulas. Las iniciativas individuales deben ser privilegiadas ante toda acción colectiva y, en principio, no existe ninguna política concreta que no pueda expresarse y llevarse adelante. La  autonomía de los participantes aparece como la preocupación más importante, mayor aún que la de organizarse contra el poder existente. El autonomismo entonces se niega a constituirse en poder y declara que todo intento en ese sentido sólo puede dar por resultado una nueva dictadura. Estas estupideces filosóficas elementales son esgrimidas como la última novedad del pensamiento humano. Son, sin embargo, tan viejas como el capitalismo y mucho más viejas que el marxismo.

El autonomismo es el nombre actual de una de las dos corrientes que han conformado históricamente el anarquismo, el anarquismo anti-organizador o individualista, cuyo primer representante moderno fue Max Stirner, pero que se hunde en la tradición inglesa del liberalismo en particular la de John Locke. De hecho, pensadores como Bentham y Mill no resultan ajenos al panteón anarquista individualista. Stirner un predecesor poco conocido de Nietszche: se hizo famoso con El único y su propiedad, texto en el cual hacía gala de un individualismo extremo con el cual pretendía superar el humanismo de los hegelianos de izquierda (Bauer, Hess, Feuerbach). El egoísmo aparecía en su discurso como una negación de toda fantasmagoría fetichizada que viniera a reemplazar a Dios. No existe otro más que yo mismo, no hay más ley que mi voluntad ni más derecho a la propiedad que la que cada uno pueda sostener. La libertad consistía consecuentemente en el dominio de los demás y toda forma de democracia social implicaba la subordinación de los fuertes a los débiles. El camino que lleva al superhombre nietszcheano es fácil de recorrer. El que lleva al nazismo, también.

En todo caso se trata de la fetichización del individuo, que aparece desgajado de toda contextura histórico-social, constituyente de la sociedad y no del constituido. Es el individuo asocial que Marx criticaba en la economía burguesa. Como tal, una fantasmagoría que no tiene nada que envidiarle a Dios, la humanidad, la Moral y otros aparecidos por el estilo. Consecuencia lógica de esta concepción es la externalización de las relaciones sociales y las instituciones por ellas constituidas: el Estado y la sociedad misma, son externos al individuo, parecen poder existir al margen. La única forma de poder llegar a esta conclusión es a través del subjetivismo extremo, según el cual basta con que el individuo niegue la realidad que le disgusta, para que ésta deje de existir al menos para él. Como no podía ser de otro modo, el resultado es la construcción de una nueva moral, de corte elitista, subjetiva e individualista que sólo puede dar lugar a dos estrategias políticas: el terrorismo o el mesianismo pasivo.

Una segunda corriente del anarquismo que tiene afinidades con el socialismo entronca con Kropotkin y se la conoce como anarquista-organizadora o anarco-sindicalismo. El punto de partida de esta variante es el reconocimiento del carácter social del individuo, de donde se deduce la necesidad de construir una entidad supra-individual que preserve la libertad individual. Como en Marx, en esta corriente, la sociedad es el presupuesto de la libertad y no su enemiga. Como el socialismo, el anarquismo organizador se presenta ante la sociedad como una alternativa de organización social. Este experimento político tuvo en Argentina uno de sus desarrollos más importantes. Sin embargo, debió batallar en sus propias filas antes de protagonizar una de las páginas más gloriosas del anarquismo mundial.

LIBERTAD, AUTONOMIA E  INDIVIDUALISMO

Lo propio del anarco-individualismo y de su hijo nacido anciano, el autonomismo, es la concepción del individuo como última realidad y como totalidad autosuficiente. Como tal, no es más que la reificación del individuo propio del pensamiento burgués. La idea de que el egoísmo es la forma más adecuada de lograr el mejor resultado social no es más que una burda extensión del análisis de Adam Smith sobre la racionalidad del mercado capitalista. El autonomismo, no es en realidad más que la conclusión lógica de la cosmovisión liberal del mundo, el producto más destilado de los brebajes más ilusorios de la revolución burguesa. De otra manera no puede comprenderse esa demanda de “autonomía” para el individuo sin renegar de la producción social. Si la producción de la vida es social, el individuo no puede autodeterminarse, ni mucho menos darse sus propias leyes. La utopía autonomista sólo puede realizarse al estilo Robinson Crusoe. Como tal cosa es imposible, porque Robinson no puede ser Robinson sin todo el desarrollo de la sociedad humana corporizada en el capitalismo inglés, el autonomismo se revela como un imposible. 

Surge así la variante anarquista por el “estilo de vida”. Ciertos comportamientos (ser vegetariano, usar drogas, abstenerse de votar, tener costumbres sexuales no habituales, etc.) transforman al fulano en cuestión en un resistente interno. Se impone la “bodypolitic”. Hacer política con el cuerpo, mediante transformaciones en el aspecto (aros, argollas, y otros utensilios por el estilo) o en la estructura física. Dentro de ese estilo de vida el  anarco-individualista promueve una “moral” que prohíbe alzar la voz, tener pronunciamientos fuertes y definiciones claras. Todo es moderado, todo es válido, por lo tanto toda opinión lo es. Imposibilitado de tomar alguna resolución, todo es duda. El ignorante, es entonces, superior al sabio, el cobarde al valiente, el dubitativo al decidido. Como ser consecuente con esa política resulta imposible, el reino del autonomismo es el dominio de la incoherencia, la banalidad  y el oportunismo más miserable. El autonomismo, hoy como ayer, se nutre de la ignorancia de los compañeros cansados de la expropiación política permanente en la que se basa la política burguesa. No es extraño que haya tenido su corto verano en la Argentina post-Proceso militar. Frente a eso sólo cabe recuperar la historia de la lucha obrera. Muchos compañeros confunden, sin quererlo, su ignorancia con la de su clase. El autonomismo se nutre de la infancia de los procesos revolucionarios para plantear una política conservadora. Hay que evitar la soberbia de pensar que la lucha comienza cuando uno llega. Callarse un poco, escuchar y sobre todo tratar de aprender de más de trescientos años de lucha de clases resulta, al igual que estudiar, un consejo elemental. Puede creerse que el autonomismo representa y corporiza la mayor radicalidad posible, pero todas sus propuestas son absorbibles por el capital que transforma en moda cualquier cosa y escucha cualquier opinión que no pretenda transformarse en ley. Por esa vía, el autonomismo se transforma en un virus parásito que se conforma con habitar eternamente la misma estructura sin animarse nunca a destruirla. Un virus que se divierte molestando a quienes intentan construir. Un virus idiota.

CONTINÚA EN: ANARQUISMO CONTRA  AUTONOMISMO

  

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